TÉCNICA DE RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS
Objetivo: La técnica de resolución de problemas, de M. Gootman, le puede ayudar para cuando trate de enseñar disciplina a sus hijos. Utilice la técnica de resolución de problemas cuando tenga que utilizar la que hemos llamado disciplina fuerte.
Propuesta: Gootman propone siete pasos básicos en el proceso de la resolución de problemas. Después de practicarlos un tiempo, le saldrán de forma más fácil. Tras la explicación de cada uno de los siete pasos, veremos cómo se aplican a problemas específicos relacionados con la disciplina.
Paso 1. Definir el problema Antes de buscar una solución debe saber cuál es el problema. Resuma los problemas en una o dos frases.
Paso 2. Torrente de ideas Intente concebir tantas ideas para resolver el problema como le sea posible y anótelas. No se preocupe si las ideas son válidas o no, simplemente, busque muchas. Una idea puede conducir a la siguiente. Una mala idea puede llevar a una buena.
Paso 3. Evaluar las ideas Con cuidado, repase cada idea que se le ha ocurrido en el paso 2. Tenga en cuenta las personas relacionadas y la situación. ¿Cree que puede funcionar? En caso afirmativo, ¿por qué? Si cree que no, ¿por qué? ¿Es aceptable para todas las personas relacionadas (en este caso con padres e hijos)? Algunas ideas pueden ser aceptables para algunas personas y no para otras.
Paso 4. Seleccionar una idea La clave está en encontrar una idea aceptable para todas las partes implicadas y que usted crea que puede funcionar mejor para resolver el problema definido en el paso 1. (Se proporcionará más información sobre este paso cuando nos ocupemos de los ejemplos específicos.)
Paso 5. Probar la idea Lleve a cabo la solución que ha elegido en el paso anterior.
Paso 6. Evaluar su efectividad Compruebe si la solución que ha elegido funciona. ¿Le ha resuelto el problema que ha definido en el paso 1?
Paso 7. Decidir Si su respuesta al paso 6 es sí y la solución le resuelve el problema, ha terminado. Trabajo realizado. Si, por contra, su respuesta es negativa, no se desanime.
También puede:
a) vuelva al paso 4 y elige otra solución,
b) vuelva al paso 2 para idear más soluciones o
c) vuelva al paso 1 para asegurarse de que ha definido el verdadero problema. No se rinda si el problema persiste. Podrá resolverlo si no se rinde. Ánimo, sabemos de sus dificultades con su tiempo, pero inténtelo. Veamos algunos ejemplos de la vida real que muestran cómo el método de la resolución de problemas le puede ayudar a saber qué hacer cuando los niños se portan mal. Con calma, vamos a repasar todos los pasos anteriores para mostrarle cómo hacerlo. Con un poco de práctica, esos pasos serán algo automático para usted y no le llevarán mucho tiempo.
Ejemplo 1: Daniel, de dos años, tira del pelo a su hermano pequeño hasta que el bebé llora.
Paso 1. Definir el problema “¿Por qué tira del pelo al bebé?”
Paso 2. Torrente de ideas • “Tiene celos y es una forma de llamar mi atención”. • “Simplemente siente curiosidad”. • “No se da cuenta de que le hace daño”.
Paso 3. Evaluar las ideas • Celos. “Tal vez se sienta celoso. He estado ocupada con el bebé y no he dedicado mucho tiempo a Daniel”. • Curiosidad. “Como nunca antes ha tenido bebés cerca, puede que tenga curiosidad”. • No se da cuenta de que le hace daño. “Seguramente sabe que le hace daño”. “Después de todo, a él le duele cuando otro niño le tira del pelo”.
Paso 4. Seleccionar una idea En este caso, las dos primeras razones parecen lógicas y evitar que Daniel tire del pelo al bebé implicaría soluciones para ambas causas. (A la hora de resolver problemas, puede ser que haya más de una sola razón para un mismo problema. En esas ocasiones es mejor probar las soluciones a los distintos problemas a la vez).
Paso 5. Probar la idea – Preguntas previas que puede hacerse: “¿Cómo puedo lograr que Daniel no esté celoso del bebé y cómo puedo satisfacer su curiosidad para que no le tire del pelo?” – Algunas ideas: “Pasar todo un día fuera con Daniel”. “Dedicarle más tiempo a Daniel cuando el bebé duerma”. “Contarle cuentos mientras doy el pecho al bebé”. “Enseñarle a tocar al bebé con suavidad”. “Evitar dejarlo con el bebé a solas”. “Decirle que deje al bebé en paz”.
– Conclusión: “Por lo tanto, pasaré más tiempo con Daniel cuando el bebé está durmiendo y le contaré cuentos mientras doy de mamar al bebé. También le enseñaré a tratar al bebé con suavidad, pero, para estar más segura, no lo dejaré a solas en una habitación con el pequeño”. – Poner en práctica la idea: La madre de Daniel se esfuerza por pasar más tiempo con él cuando el bebé está durmiendo y le cuenta cuentos cuando puede. Procura no dejar a Daniel solo
con el bebé, pero también le enseña a tocarlo con suavidad.
Paso 6. Evaluar la efectividad Daniel deja de tirar el pelo al bebé.
Paso 7. Decidir El problema está resuelto, temporalmente, pero usted tendrá que pensar la forma de evitar la repetición si se produjera.
Ejemplo 2: Un sábado por la noche, Elena de dieciséis años, llegó a casa una hora más tarde de lo acordado.
Paso 1. Definir el problema “¿Por qué ha llegado tarde?”.
Paso 2. Torrente de ideas En este caso, es importante escuchar a Elena para entender por qué ha llegado tarde. Tal vez tenga una explicación perfectamente justificada. Hay varias razones que a usted se le pueden ocurrir: • “Se le olvidó comprobar la hora”. • “No quiso dejar de seguir divirtiéndose en ese momento”. • “No quería que sus amigos le juzgaran de blanda”. • “No pudo encontrar una forma segura de volver a casa”.
Paso 3. Evaluar y seleccionar una idea Procure que Elena se sienta cómoda para confiarle la verdad, y luego acepte sus palabras. En este caso vamos a suponer que Elena dice que había perdido la noción del tiempo.
Paso 4. Resolución del problema “¿Qué hacer para que Elena no pierda la noción del tiempo de nuevo y llegue tarde?”. – Ideas (Elena lo puede hacer sola o con usted). – Llevar un reloj con alarma. – Pedir a un amigo que se lo recuerde. – Atarse un hilo para acordarse de mirar la hora. – Que usted la llame para recordárselo. – Evaluar y seleccionar una idea. Claramente Elena prefiere que sus padres no la llamen para recordárselo y decide llevar un reloj que suene treinta minutos antes de la hora.
Paso 5. Probar la idea Elena lleva el reloj siempre cuando sale.
Paso 6. Evaluar la eficacia. No vuelve a llegar tarde.
Paso 7. Decidir El problema está resuelto. Si la solución no funcionara, habría que volver al paso 3 y pensar qué hacer para acordarse de volver a la hora indicada.
Con práctica, esta forma de resolver problemas le podrá ser fácil y le resultará rentable. Sus hijos aprenderán a hacerlo siguiendo su ejemplo. Cuando sus hijos crezcan, pueden colaborar en las tres fases de la técnica de resolución de problemas: determinar el porqué, prevenir la repetición y aplicar las consecuencias. A veces resulta de gran ayuda conversar o redactar un contrato conjuntamente para evitar que el problema se repita. Dicho contrato puede combinar la razón por la cual su hijo/a cree que se da el problema y cómo considera que es posible evitar la repetición, así como las consecuencias si no se cumple. También le puede ser de gran utilidad elaborar un contrato para tratar de resolver esta situación. Estas son algunas de las cosas que tiene que contemplar ese contrato.

Periódicamente revisen el contrato y comprueben si funciona. Si es así, estupendo. Pero si no, insistan hasta que el problema esté resuelto. No se den por vencidos, recuerden que la constancia hace que se interioricen las cosas y se cree el hábito, logrando alcanzar muchos objetivos que parecían imposibles.
f) La propiedad del problema: Cuando hay un problema en la relación padres-hijo tienen lugar tres situaciones:
1. El niño posee el problema. El niño tiene un problema porque algo le impide satisfacer una necesidad. No es un problema de los padres, pues el comportamiento del niño no interfiere en sus propias necesidades. Aquí es cuando es adecuada y necesaria la forma activa de escuchar de los padres, cuando el niño posee el problema.
2. No existe ningún problema en la relación. El niño satisface sus propias necesidades y su comportamiento no interfiere con las necesidades de su padre.
3. El padre posee el problema. El niño satisface sus propias necesidades, pero el comportamiento es un problema para el padre, ya que interfiere en la satisfacción de alguna necesidad de éste. Para enfrentarse al comportamiento inadecuado de los niños se pueden utilizar:
a) Formas ineficaces:
– “Mensajes solución”. Frecuentemente los padres no esperan a que el niño inicie un comportamiento determinado, sino que, incluso adelantándose, le dicen lo que debería, podría o tendría que hacer.
– “Mensajes humillantes”. Son aquellos mensajes que comunican vergüenza, juicio, ridículo, crítica o culpabilidad.
b) Formas eficaces:
– “Mensajes yo”. Cuando los padres dicen cómo se sienten a causa de algún comportamiento inaceptable del hijo, el mensaje se convierte en un mensaje “yo”. (Por ejemplo: “me siento mal cada vez que gritas de esa manera”).
c) Las luchas de poderes padre-hijo: Cuando surgen conflictos entre padres e hijos, la mayoría de los primeros trata de resolverlos en su favor a fin de que el padre gane y el hijo pierda (Método I). Otros, en menor cantidad, hacen que sus hijos ganen constantemente por miedo al conflicto o la frustración de sus necesidades.
En estas familias el chico gana y el padre pierde (Método II). Tanto el Método I como el Método II son métodos de abordar conflictos ineficaces. Existe un tercer método: el método nadie pierde.
El método “nadie pierde” para resolver conflictos: Con el método “Nadie Pierde” (Método III) los conflictos se resuelven sin que una de las dos partes salga ganando y la otra perdiendo. Es un método que implica buscar soluciones a través del diálogo y la negociación. Con este método padres e hijos ganan, ya que la solución debe ser aceptada por las dos partes. A la hora de poner a funcionar el método “Nadie Pierde” hemos de tener en cuenta que está compuesto por seis etapas independientes, siendo:

Las relaciones interpersonales
En este capítulo abordamos diferentes temas que atañen a las relaciones entre padres e hijos, a las relaciones familiares y, en sentido más amplio, a la relación entre las personas.
La importancia de la comunicación
Este punto y los siguientes que tienen que ver con la comunicación son complemento de la escucha activa.
Comunicación: Muchos padres saben que la comunicación es un proceso vital que tiene dos elementos: el que habla y el que escucha. Pero son demasiados los que rara vez escuchan a sus hijos y tienen poco que decirles que no tenga que ver con reproches, censuras, sermones o consejos. Escuche a su hijo y trate de captar su mensaje y de situarse en él, no en su posición de adulto. Algunos padres castigan las conductas inadecuadas de sus hijos sin prestar atención a las necesidades y a los “mensajes” que se encuentran detrás de esas conductas. Las comunicaciones de los niños se expresan a menudo en forma indirecta, a modo de actos, y a través de una especie de “código”. Usted puede lograr una mejor relación con sus hijos si atiende a lo que le dicen con esos códigos, enseñando a sus sentidos para así aprender a escuchar los mensajes ocultos, es decir los mensajes no verbales. Una estrategia excelente es la de transmitirle comprensión a su hijo pequeño o adolescente manteniendo la cualidad de las buenas comunicaciones entre adultos, donde ambos hablan y se escuchan. Al igual que en las conversaciones con adultos, en las conversaciones con los niños, la base debe ser la de un auténtico diálogo. Es útil al dialogar con un niño comenzar con enunciados que indiquen comprensión en vez de consejo, crítica o instrucción; ya que este tipo de enunciados “frenan” la conversación cuando se trata de adolescentes.
La familia y la comunicación: ¿Qué es la comunicación? La comunicación es la transmisión de mensajes entre las personas y constituye el fundamento de las relaciones humanas. La comunicación no se reduce al hecho de solo hablar, puesto que dos personas pueden hablar entre sí y no comunicarse. Para que se dé el proceso de la comunicación entre dos personas tiene que establecerse un intercambio de mensajes o permuta de información. En la comunicación se establece una reciprocidad entre los dos comunicantes, un intercambio de información, ideas, pensamientos, sentimientos. El proceso de la comunicación se produce cuando un emisor (el que habla), transmite un mensaje (información que se transmite: pensamiento, opinión, sentimientos) a un receptor (el que escucha), y este mensaje es recibido y comprendido por el receptor.
Para comunicarse con otra persona no basta con hablar hay además que conseguir:
– Elaborar claramente la idea que queremos transmitir: mensaje.
– Captar la atención del oyente: conseguir ser escuchado.
– Transmitir un contenido comprensible para el oyente: código común.
– Que nuestro mensaje sea comprendido por el oyente: interpretación del oyente.
– Que el oyente nos dé un mensaje de vuelta: que nos transmita lo que ha comprendido. Sí esto se produce con éxito se establece un circuito de comunicación entre emisor y receptor produciendo lo que se conoce como feedback o retroalimentación. Se establece un proceso creativo en el que dos personas establecen un modo de compartir y de conocerse.
El objetivo de la comunicación es que el mensaje que queramos transmitir sea descifrable por un código común para que se dé el entendimiento entre las dos personas. Es obvio que esto no se produce con éxito en muchas ocasiones: las personas no se entienden, se malinterpretan, la conversación se interrumpe, se produce la comunicación rebote, o lo que es peor, se convierte en gritos. Cuando un mensaje expresado y recibido que no se atiene a las normas de un código común se producen carencias que se prestan a múltiples interpretaciones subjetivas o personales, lo que conduce a elaborar errores perceptivos y juicios anticipados de comprensión. Los déficits o carencias que pueden entorpecer el proceso de la comunicación pueden ser:
Respecto del que habla:
– No conoce a la persona a quién se dirige.
– No habla el mismo lenguaje que su interlocutor.
– No se adapta a los niveles de edad y conocimientos del otro.
– No sabe con qué objeto inicia la comunicación.
– No se comunica directamente por miedo a las consecuencias.
Respecto al que escucha:
– No ha escuchado correctamente el mensaje.
– No interpreta adecuadamente el mensaje.
– No muestra interés por lo que se dice.
– No da señales de escucha, no responde.
– Carece de habilidades para escuchar.
Respecto del mensaje:
– No es comprensible, no se adecúa a las características del oyente.
– Es difícil de interpretar, es abstracto, ambiguo.
– No es directo y se expresa con rodeos.
– No es interesante, no incita a comunicarse.
Tipos de comunicación: Pensamos que solo hay comunicación si hablamos, si decimos palabras, pero el hecho de no hablar no significa que no haya comunicación. La comunicación es algo mucho más amplio que incluyen otros elementos no menos importantes como: el lenguaje corporal, el movimiento, los gestos. La comunicación entre los seres humanos incluye dos elementos: el contenido (la palabra) y la forma (la manera de decir el contenido). La comunicación comprende dos formas o canales de transmitir la información o mensaje:
Comunicación verbal: Con ella nos comunicamos a través de las palabras, por medio del lenguaje oral. El aspecto verbal transmite el contenido de la comunicación, lo que queremos decir.
Comunicación no verbal: Con ella nos comunicamos a través de los gestos, la expresión facial (mirada, sonrisa), el código corporal (posturas), los aspectos no lingüísticos de la conducta verbal como el tono de la voz, el ritmo, la velocidad de la conversación, las pausas, y también con la utilización del espacio personal como la distancia de interacción con la persona con la que hablamos. El aspecto no verbal transmite la forma, es decir los sentimientos y las emociones del emisor que mediatizarán la interpretación del mensaje verbal por parte del receptor. La comunicación verbal y no verbal deben tener una coincidencia para que los mensajes sean recibidos de forma coherente, si no es así el mensaje queda invalidado y normalmente en estos casos predomina la información no verbal, es decir, cuando con la palabra queremos decir una cosa (mensaje verbal o contenido) y con los gestos (mensaje no verbal o la forma) otra, el mensaje al que prestamos atención es al no verbal. La comunicación no verbal es a la que más atención préstamos y la que más nos impacta puesto que proporciona una información más fiable en situaciones en las que no podemos confiar en lo que se está comunicando con palabras, bien porque quien habla propone intencionadamente engañarnos, bien porque ha bloqueado o reprimido la información que deseamos conocer. Esto hace que el proceso de la comunicación sea todavía más complejo ya que el mensaje tiene un contenido o lo que se dice, pero también una forma o como se dice, que modula y expresa la intención del que habla. Es más fácil disimular, o engañar, con los aspectos verbales que con los no verbales.
Barreras en la comunicación familiar: Debido a que la comunicación tiene dos canales es posible cometer algún error para hacernos comprender. Podemos hablar de obstáculos en la comunicación cuando:
– Hacemos un discurso excesivamente emocional: exceso de conducta emocional durante el habla. – Hablamos demasiado bajo o demasiado alto: no modular el tono de voz.
– Hablamos excesivamente rápido o lento: no regular el ritmo de la conversación.
– Hablamos menos de lo normal: permanecer pasivo en la conversación, sin opinar, sin preguntar, o asentir.
– Hablamos demasiado: hablar excesivamente interrumpiendo y sin escuchar lo que el otro dice.
– Adivinamos el pensamiento del otro: suponer lo que el otro va a decir o sentir.
– Hablamos negativamente: expresar con frecuencia comentarios y opiniones negativos de los demás o de las situaciones.
– Damos poca información: dar menos información de la que se considera necesaria para continuar una conversación.
– Damos información redundante: repetir información ya conocida.
– Damos respuestas cortantes: responder con insultos, malos modos o expresiones ofensivas.
– Contraatacamos: responder a una queja con otra sin intentar solucionar el problema.
– Tendemos a no reconocer o dar la razón al otro: no ceder en las discusiones, no admitir ni reconocer el punto de vista de los demás.
– No especificamos: no concretar, realizar un discurso excesivamente abstracto, general o superficial.
– Desviamos el tema: introducir otros temas en la conversación que impiden profundizar en uno de ellos o alcanzar el objetivo propuesto.
– Evitamos temas de conversación: mostrar desinterés.
– Generalizamos excesivamente: referirse a hechos y comportamientos que suceden de vez en cuando como si ocurrieran continuamente.
– Hacemos afirmaciones radicales o dogmáticas: ser categórico en las afirmaciones utilizando expresiones del tipo “todo o nada”, “blanco o negro”.
– Somos pedantes: utilizar palabras complicadas o difíciles o raras.
– Respondemos insuficientemente: no responder a todo lo que se pregunta, responder con monosílabos dificultando la conversación.
– Respondemos en exceso: alargarse demasiado en las contestaciones yendo más allá de lo que se había preguntado.
– Detallamos en exceso: explicar, clarificar o discutir detalles sin importancia.
– Interrumpimos con frecuencia: intervenir cuando el otro está hablando sin respetar su turno de palabra.
– No tenemos un lenguaje positivo: omitir alabanzas o no decir cosas agradables sobre lo que el otro dice o hace. Intente evitar este tipo de comunicación siempre que le sea posible. Notará que el “encuentro” con el otro es una experiencia diferente.
Habilidades en la comunicación familiar: En este punto vamos a tratar una serie de habilidades para conseguir una comunicación positiva con los demás. Se trata de conseguir un estilo de comunicación que sea beneficioso y eficaz en la relación familiar, es decir, aprender a hablar para hacerse comprender y comprender al otro. En primer lugar, debemos hacer referencia a la habilidad básica en la comunicación humana: la escucha activa.
Principales estilos en la comunicación: pasivo, agresivo y asertivo.
Las personas pueden comportarse de manera pasiva, agresiva o asertiva dependiendo de la situación o de su manera de comportarse. Por supuesto que no siempre actúan de la misma manera, sino que emplean una u otra forma en diferentes ocasiones. Pero cuando siempre actúa de la misma manera hablamos de una tendencia fija de comportamiento. Cuando aprendemos a identificar y comprender cada uno de estos distintos modos de reaccionar podemos darnos cuenta de las consecuencias que obtenemos con ellos. Las personas que se comportan de manera pasiva suelen ceder ante los deseos y propuestas de los demás, nunca consiguen hacer lo que desean, suelen dar preferencia a los derechos de los demás sobre los suyos, y aunque suelen ser muy queridas por lo “buenas personas” que son con los demás, a la larga se sienten frustradas, anuladas y manipuladas por los demás, lo que les causa graves problemas de autoestima. Las personas que se comportan de manera agresiva, siempre consiguen lo que quieren aún a costa de molestar, ofender o herir a los demás, siempre prevalecen sus necesidades y deseos sin considerar las de los demás, son poco queridas y suelen ser rechazadas, lo que también repercute en su autoestima. Las personas que se comportan de manera asertiva consiguen más a menudo lo que desean y, lo que quizás es más importante, respetan los derechos propios y los de los demás, por lo que se sienten más satisfechos consigo mismos y en la relación con los demás. La idea es que aprendamos a identificar los diferentes estilos de comportamiento en la comunicación para potenciar las conductas asertivas y minimizar las otras ya que estas últimas crean sentimientos negativos en los demás y en nosotros mismos.
El comportamiento pasivo: Hace referencia a cuando una persona se expresa de tal manera que no hace valer ni sus opiniones, deseos ni sus propios derechos. No expresa de un modo directo a los demás sus sentimientos, sus necesidades o sus pensamientos, de tal modo que inhibe su comportamiento y no consigue alcanzar su objetivo en la situación o resolverla de manera eficaz. Estas personas respetan en exceso a los demás, pero no se respetan a sí mismas. A veces se comportan así por una excesiva sensibilidad hacia los demás o por inseguridad. Por este motivo suelen perder autoestima y no están a gusto en sus relaciones interpersonales. Pueden ser utilizados por los demás, ya que resulta fácil manejar su comportamiento. El comportamiento pasivo se caracteriza por: No saber cuáles son sus derechos o no saber cómo defenderlos. • No tener criterios propios. Quedarse callados y esperar a que los demás tomen las decisiones por ellos. • Un habla temblorosa, voz baja que se acompaña de silencios. Acompaña casi siempre en su hablar palabras como: “quizás, supongo, tal vez, realmente no es importante, tienes razón…”. • Un comportamiento no verbal que se manifiesta en una mirada huidiza y asustada, sin mirar al otro, cara triste y los hombros generalmente encogidos. Gestos desvalidos. • Trata de negar o quitarles importancia a las situaciones si le cuestionan, e incluso llega a evitar enfrentarse en la discusión, aunque tenga razón.
El comportamiento agresivo: Hace referencia a cuando la persona se expresa de tal manera que no respeta los derechos de los demás. Expresa de un modo directo pero inadecuado sus deseos o sentimientos de manera que es probable que consiga sus objetivos en la situación, pero a costa de herir o faltar al respeto a su interlocutor, ya que no tiene en cuenta sus puntos de vista ni sus sentimientos. La persona agresiva antepone sus deseos, opiniones y necesidades no respetando los sentimientos de los demás. Impone sus criterios para conseguir lo que quiere. El comportamiento agresivo se caracteriza por:

El comportamiento asertivo: Hace referencia a cuando la persona se expresa de forma que respeta tanto los derechos propios como los ajenos. Supone un estilo de comunicación en el cual se expresan directamente y abiertamente los propios sentimientos, las necesidades, las ideas, los derechos legítimos y opiniones sin amenazar o agredir a los demás, es decir: respetando lo del otro, pero expresando lo propio. Estas personas conocen y tienen en cuenta las necesidades, sentimientos y emociones de los demás sabiendo que son las mismas que las suyas. Con su actitud refleja que la persona se gusta sí misma, se respeta y sabe mantener la calma en las situaciones difíciles. Pero también respeta a los demás. El comportamiento asertivo se caracteriza por:

La asertividad o la autoafirmación personal.
La asertividad no es un rasgo de personalidad que unos tienen y otros no, es un estilo de comportamiento que se manifiesta a través de la comunicación y que, como tal, puede aprenderse. Tras conocer la asertividad veamos qué comportamientos asertivos constituyen la base de una autoafirmación personal. Ser asertivo significa confiar en uno mismo, en nuestras opiniones, nuestros derechos, deseos, relaciones, etc. Es lo que definimos como la autoafirmación personal: responsabilizarse uno mismo de sus sentimientos, emociones, pensamientos, opiniones, derechos, y darlos a conocer a los demás. También significa aceptar que los demás también tienen exactamente el mismo derecho a autoafirmarse.
Hay varias clases de asertividad:
1. La asertividad positiva. Consiste en expresar de forma clara, abierta y sincera el afecto y los sentimientos positivos que se sienten o que le hacen sentir otras personas. Es reconocer todo aquello que le gusta de los demás y ser capaz de expresarlo sin vergüenza y sin miedo. Ejemplos de comunicación asertiva positiva: “Me gusta mucho trabajar contigo; me haces las cosas muy fáciles; estoy feliz de haberte conocido: siento admiración por ti…”.
2. La asertividad negativa. Consiste en saber decir no o saber negarse cuando no estamos de acuerdo con lo que nos piden, por ejemplo: “No voy a ir a esa fiesta; no quiero, no me apetece; no estoy de acuerdo contigo; no, eso no lo voy a hacer…”. También consiste en expresar comentarios o sentimientos negativos cuando la conducta de alguien nos hace sentir mal o nos incomoda, por ejemplo: “Me molesta que me interrumpas delante de la gente; me gustaría que me respetaras cuando hablo con alguien; no me parece bien lo me que has hecho; estoy molesto contigo…”. Esta afirmación negativa, que consiste en expresar lo que nos hace sentir mal y aclararlo para que no vuelva a suceder, ayuda a sentirnos mejor al expresar lo que sentimos y nos ayuda a mejorar las relaciones.
3. La asertividad empática. Consiste en expresar nuestros deseos y sentimientos, pero después de haber reconocido la situación y los sentimientos del otro: “sé que estás cansado y ya no aguantas más, pero yo necesito que ahora me ayudes; sé que puede que no te guste, pero quiero decirte algo…”.
4. La asertividad progresiva. Comienza cuando a pesar de los esfuerzos por ser asertivos y empáticos, la otra persona no responde positivamente. Entonces debemos aumentar la firmeza y repetir nuestra postura, pero sin ponernos agresivos, por ejemplo: “por favor, te estoy pidiendo que dejes de interrumpirme, cállate ya…”.
Beneficios de la asertividad en la comunicación familiar
La comprensión, el desarrollo y la puesta en práctica de los conceptos que hemos visto tienen unos beneficios importantes en la relación entre padres e hijos. La asertividad nos ayuda a prevenir multitud de confusiones y conflictos en la convivencia diaria ya que potencia la autoestima, la seguridad y confianza en nosotros mismos, procurándonos un buen funcionamiento en la relación con los demás, y también con vuestros hijos. La asertividad previene la agresividad y el autoritarismo como único modo de resolución de los conflictos, desarrolla el respeto y la capacidad personal para enfrentarse a los momentos difíciles con las personas. Muchas veces los padres se enfrentan a situaciones consideradas difíciles o problemáticas en la convivencia familiar como, por ejemplo, cuando expresan la disconformidad con el hijo o incluso el enfado o disgusto, cuando tienen que hacerle una crítica para corregir un comportamiento inadecuado, o, sin duda la más compleja de abordar: cuando tienen que decir que no o poner límites al hijo. En todas estas situaciones no es fácil reaccionar de manera satisfactoria y práctica, siendo lo más frecuente las reacciones automáticas e impulsivas. En estos casos, los padres se sienten a disgusto con su reacción o con el resultado obtenido después: piensan que no tenían que haber gritado o tenían que haberse callado, se sienten mal por haber caído en la agresividad o manipulación, por no haber sabido reaccionar adecuadamente o por no imponerse. Estas situaciones a menudo generan sentimientos negativos como la tristeza, la frustración, el enfado o la ira, y afectan tanto a los padres como a los hijos. Cuando estas situaciones se repiten con frecuencia pueden acabar siendo evitadas por los padres, prefiriendo no enfrentarse a ellas para evitar sentirse mal consigo mismo o perder el control, y también evitadas por el hijo, que prefiere mentir para conseguir lo que desea antes que soportar una discusión o una “bronca”. La asertividad ayuda a mejorar las relaciones El comportamiento asertivo ayuda a mejorar las relaciones familiares, incluso en las situaciones de enfrentamiento de posturas entre padres e hijos, gracias a que estimula un comportamiento controlado y eficaz ante los ataques personales percibidos, evitando las reacciones impulsivas e irracionales. Ayuda a mantener el control y la autoestima, facilitando la consecución de nuestros objetivos en la relación (que nos obedezcan, que nos hagan caso) sin perder el afecto de los demás o el respeto por nosotros mismos (perder el control y sentirnos culpables). La asertividad no solo es importante para vuestro bienestar o buen hacer como padres además es una habilidad de protección para vuestros hijos. Deben enseñarles a ser ellos mismos, a no dejarse manejar por los demás, a proteger su autoestima de las críticas y a saber escucharles y reaccionar a ellas, a no utilizar la violencia para conseguir las cosas, a tener en cuenta y respetar al otro, a ser responsables de sus actos, etc. Es una habilidad que deben fomentar y estimular, teniendo muy en cuenta que la primera forma de aprendizaje es el ejemplo o modelo que ustedes les pueden ofrecer en casa, con vuestro trato y actuaciones. En su casa y a lo largo de muchas horas de convivencia y de situaciones de interacción con sus hijos, ustedes como padres son excelentes modelos para enseñarles multitud de comportamientos. La forma en que ustedes les expresen o pidan las cosas, cedan o se rebelen ante sus conductas de manipulación va a ir configurando el estilo de comunicación aprendido por sus hijos. Así se ha comprobado que las conductas agresivas, como gritar, amenazar, insultar, manipular se suelen aprender desde la infancia en casa, a través de la experiencia directa y a través de la observación de los resultados que producen cuando las realizan los demás. Es indudable que las conductas agresivas, en la mayoría de las ocasiones, producen un resultado inmediato en las otras personas: la sumisión, el conformismo o el ceder para evitar el enfrentamiento, por lo que tienden a ser imitadas por los hijos en situaciones de conflicto con iguales, o incluso con los padres o educadores cuando se generan para ellos situaciones de frustración. Por otra parte, los padres que preferentemente utilizan un estilo educativo autoritario, agresivo o impositivo en el que priorizan la obediencia como objetivo educativo por encima de otros, dando poco margen a la expresión de la autonomía del hijo, están haciendo indirectamente que este desarrolle un estilo de comportamiento pasivo, de conformismo u obediencia sin crítica no solo a ellos sino también a los demás. Puede que más adelante aparezca en su hijo/a la rebeldía negativa. Al enseñarle a “ser bueno/a sin rechistar”, también le están diciendo que evite toda discusión, que acepte las críticas resignado y que se deje llevar por los demás “que son los que tienen la razón”. Enseñando a sus hijos de esta forma les dejan poco margen para que tenga criterios propios, independientes, autónomos, de persona asertiva. Esto hace que su hijo adopte lo que anteriormente vimos como comportamiento pasivo: no defender sus opiniones, ideas, intereses y sentirse influido y dominado por los demás lo que repercutirá negativamente en su autoestima. Los aspectos más importantes de la asertividad son el derecho, la capacidad y la habilidad de decir no a los demás, de negarnos a sus deseos cuando entran en conflicto con los nuestros o simplemente consideramos que nos pueden perjudicar. Esto es especialmente importante cuando piensen en sus hijos pequeños que se están formando y que luego de jóvenes y adolescentes se van a ver en muchas situaciones nuevas y desconocidas para ellos ante las que tendrán que decidir qué hacer.
Las peleas familiares
El concepto de pelea al que nos referimos aquí contempla situaciones que suelen darse entre las personas, y por tanto también en la familia, que se pueden definir como:
– Discusiones.
– Enfrentamientos.
– Conflictos.
Por tanto, entendemos por peleas aquellas situaciones en las que entre dos o más personas se producen: enfrentamientos por posiciones personales; discusiones por puntos de vista diferentes; disputas por conseguir alguna cosa, rivalidades por querer ganar en algo… Abordamos este tema porque consideramos que es frecuente que en las familias se produzca en algún momento una situación que genere enfrentamientos o conflictos entre sus miembros. En este sentido no debemos olvidar que nuestras vidas no carecen de conflicto, produciéndose las primeras discusiones o conflictos en el núcleo familiar.
Por ello llegamos a tres importantes conclusiones:
1. La pelea de la familia es normal.
2. Comprender y utilizar los resultados de una pelea que se produce por motivos justos (y no incluye el uso de la fuerza) puede ser una forma positiva de producir cambios beneficiosos para el crecimiento de la familia y, por lo tanto, de sus miembros.
3. Por contra, cuando la pelea es injusta (e incluye el uso de la fuerza) puede resultar un arma peligrosa ya que puede afectar, e incluso destruir, la familia y causar un inmenso daño a sus miembros.
Pelea constructiva / pelea positiva: Pelear es algo normal (esto es lo primero y más importante que debemos recordar acerca de la pelea), es parte esencial del crecimiento personal, y es tan importante como el contacto físico y el afecto. Por ello, a continuación, mencionaremos algunas actitudes y creencias erróneas que aún mantenemos y que interfieren cuando tratamos de aprender a pelear de forma constructiva.
Creencias erróneas
1. Pelear es malo. No hay nada esencialmente malo en la pelea, siempre que sea justa, pues permite que los sentimientos ocultos salgan a la superficie. Lo importante es que la pelea tenga un motivo justo y sea establecida dentro de unos límites razonables y controlados.
2. La familia que se pelea habitualmente está enferma y necesita ayuda. Esta creencia no es cierta. Una familia que se pelea dentro de límites razonables es saludable, mantiene una dinámica vital y no debe ser considerada, por ello, de enferma.
3. La pelea o enfrentamiento familiar puede evitarse. El enfrentamiento familiar no sólo no es inevitable, sino que en algunos momentos no debería evitarse, pues por medio de él pueden aclararse y solucionarse los conflictos, malos entendidos o confusiones.
4.Todas las disputas familiares pueden resolverse mediante un acuerdo. Tan importante como resolver la situación a través de acuerdos es saber tolerar y aceptar las diferencias de los demás. Las familias que aprenden a vivir aceptando las diferencias individuales son más fuertes.
5. Una vez que la pelea familiar se resuelve, está definitivamente resuelta. Esto también es erróneo porque luego comprobamos que, una disputa “resuelta” años atrás puede aflorar de pronto bajo una nueva forma, pero tan desagradable como lo fue antes. No obstante, si es cierto que la mayoría se resuelven definitivamente.
6. Padres e hijos son enemigos declarados. Esto es totalmente falso, pues las necesidades de los padres coinciden ampliamente con la de los hijos y viceversa.
Aunque estas seis interpretaciones erróneas sobre los enfrentamientos y los conflictos son las más comunes, no son las únicas que podemos encontrar. Es necesario que aprendamos a pelear en forma constructiva y respetuosa y los padres deben estimular a los hijos para que hagan lo mismo; necesitamos aprender a resolver nuestras diferencias respetando los derechos de los demás. Si a la hora de enfrentar nuestras diferencias decidimos “no hacer daño” en la pelea, habremos avanzado mucho hacia el logro de un ambiente familiar saludable y apto para el continuo crecimiento personal.
Consideraciones a tener en cuenta: El hecho de analizar y reflexionar sobre la importancia que tiene las peleas familiares en la expresión de los sentimientos no es ninguna garantía de que vamos a poder solucionar las cosas fácil y definitivamente. Sin embargo, realmente aprendemos con esta actividad, y esto puede tener repercusiones sobre nuestra forma de ver las cosas y de comportarnos ante el conflicto. De este modo proponemos una observación y análisis sobre algunos aspectos a tener en cuenta para comprender y abordar mejor las peleas familiares.
a) La confianza La confianza mutua es básica y esencial para las buenas relaciones humanas. La experiencia que tengamos con la confianza durante los primeros años de nuestra formación es muy importante para definir nuestra capacidad de confiar y ser dignos de confianza en nuestra vida de adultos. Muchas veces observamos que la falta de confianza es la que genera muchos de los conflictos entre nosotros.
b) El control es algo que todos tenemos necesidad de ejercer en algunos momentos, así es razonable que deseemos tener alguna medida de control sobre nuestras vidas y sobre las que dependen de nosotros. Sin embargo, un aspecto que genera bastantes conflictos es cuando tratamos de controlar a los demás para conseguir que se hagan las cosas como queremos. Así, cuando analizamos la manera como a veces peleamos y el contenido de esas peleas, deberíamos advertir el mecanismo de control que estamos utilizando. Por todo esto mientras cada uno necesita estar seguro de que tiene control por lo menos de sí mismo, también deberíamos advertir dónde están los límites de una conducta de exigencia positiva y dónde se manifiestan conductas negativas de intento de control del otro.
c) Libertad y autonomía: La identidad, esa definición del propio yo, depende de establecer límites, es decir, de saber dónde termina los límites de uno y dónde comienza los del otro. No es adecuado el ser demasiado permisivo con los hijos, como tampoco lo es el “asfixiarlos” con demasiada protección, exigencia o control. Por tanto, hay que lograr un medio donde el niño pueda luchar por descubrir y definir su propia libertad y autonomía, su propia identidad, debiendo ser la familia el ambiente natural donde pueda desarrollarse esa lucha de forma segura y adecuada.
d) La separación: Dentro de una maduración personal saludable, la separación es una necesidad vital. Por ello es necesario que los padres alienten a sus hijos a separarse a independizarse, a valerse por sí mismos, sin obligarles haciéndolo de una manera suave y progresiva. Por su parte, los hijos que van camino de la madurez necesitan encontrar una forma de alejarse de los padres sin romper o dañar esos vínculos de apoyo y protección, que tan bien les han servido dentro de la familia.
e) Apertura emocional: Dentro de la familia debe de haber libertad para expresar, experimentar y compartir los sentimientos y las emociones (ya sean positivas o negativas) sin temor a la reprensión o a la desaprobación. Si no se facilita exteriorizar las propias emociones y sentimientos, para discutir lo que sienten los miembros de la familia, se puede generar conflictos que quedan latentes pudiendo aflorar más adelante. Es el proceso que conocemos como resentimientos.
f) Batalla entre los padres: Cuando en la familia existe un problema que parece girar alrededor de la actuación de los padres, puede haber una batalla secundaria entre ellos por determinar quién hizo las cosas bien y quién mal. Lo importante en este caso es analizar el problema y luego facilitar entre los dos la posibilidad de solucionarlo.
g) La repetición: A veces repetimos cosas que hacían nuestros padres, de las que estábamos seguros que nunca íbamos a repetir: la elección de pareja, la forma de educar a los hijos, etc. Debemos recordar que la imitación es inevitable, pero la autocrítica nos ayudará a estar atentos ante aquellas repeticiones que sean esencialmente negativas y contrarias al crecimiento personal y al mejoramiento de las relaciones familiares, para así tratar de evitarlas.
Estas consideraciones que pueden verse como “observaciones de lo que a veces queda oculto” se ofrecen a los padres como advertencias de que en nuestras vidas y en nuestros conflictos existen algo más que lo meramente superficial, de lo que a simple vista se ve. Los padres tienen la responsabilidad, ante sus hijos y ante ellos mismos, de ser delicados y sensibles para observar las señales que dan sus hijos, y utilizar sus capacidades y su memoria para hacer conexiones entre lo superficial del momento y lo que pueda haber de profundo, de estar oculto (y quizás no resuelto) y, por tanto, puede quedar dentro, sin que se le haya comprendido.
Para terminar, proponemos cinco maneras de salir airosos de una discusión familiar y cinco maneras para poder evitar las peleas familiares:

Conceptos en la consultoría familiar
Diseño de Familia
Todo progenitor se enfrenta a dos interrogantes que se presentan de una manera u otra: «¿Qué clase de ser humano deseo que sea mi hijo?,» y: «¿Qué puedo hacer para lograr mi propósito?» El diseño de la familia se desarrolla a partir de las respuestas a estas preguntas. Como hay dos progenitores, cada cual podría tener una idea distinta. La forma como los padres resuelvan estas diferencias será el modelo que copiará el hijo. Si la relación de la pareja es buena, podrán resolver estas diferencias sin sobrecargar al niño. Las respuestas a las preguntas anteriores y el modelo que ofrezcan servirán para crear el diseño, el plano, de su familia. Todo padre posee alguna respuesta para estos interrogantes; las respuestas pueden ser claras, vagas o inciertas, pero existen. En el mejor de los casos, la paternidad es todo menos sencilla. Los padres deben aprender en la escuela más difícil todo ello comprimido en dos individuos. Se espera que sean expertos en todos los temas pertinentes a la vida y el Vivir. Para tener éxito es necesario contar con toda la paciencia, el sentido común, compromiso, el sentido del humor, el tacto, el amor, la sabiduría, la conciencia y el conocimiento que tengan a su disposición. Al mismo tiempo, esta tarea puede ser la experiencia ni satisfactoria y gozosa de la vida. La cuestión es cómo pueden los progenitores realizar el proceso de enseñanza que alcance las metas que se han trazado. Una vez más, la congruencia de los padres es la habilidad más provechosa. La combinación de «qué» y «cómo» es el tema a tratar en este y los próximos capítulos. Trataremos sobre las metas y los valores que los progenitores pretenden inculcar en los hij@s, y cómo pueden lograr su objetivo. Los diseños varían de una familia a otra; considerando que algunos favorecen la creación de familias nutricias, en tanto que otros conducen al origen de familias conflictivas. Es importante que tengan una idea clara de cuáles pueden ser las diferencias. Quizás, al leer esto, tomen conciencia de la clase de diseño o plano que están utilizando. Muchas familias se han iniciado por adultos que se encuentran en la necesidad de enseñar a sus hijos lo que ellos mismos no aprendieron. Por ejemplo, un progenitor que no aprendió a controlar su temperamento, no estará bien capacitado para impartir este conocimiento a sus hijos. Nada hay mejor que la crianza de los niños para que un adulto descubra los defectos de su aprendizaje; cuando aparece una deficiencia, los padres inteligentes se convierten en estudiantes a la par que sus hijos, y así todos aprenden al mismo tiempo. La mejor preparación para la paternidad es que los padres desarrollen cierta apertura para aceptar las cosas nuevas, gran sentido del humor, una mayor conciencia de sí mismo la libertad para ser sinceros. Cuando los adultos inician una familia antes de haber alcanzado la madurez personal, el proceso es mucho más complicado y peligroso; no es imposible, solo más difícil. No pierdan el tiempo en culparse, porque esto sólo les hará más ineficaces y limitará su energía para el cambio. La culpa es un medio costoso, inútil y destructivo de invertir la energía. Mucha gente tal vez quiere que su ejercicio de la paternidad sea distinto que el de sus padres: Tomar unos minutos para recordar las cosas que vio y experimentó durante su crecimiento y qué querría cambiar para sus hijos.
Ejercicio:
Escriba cinco experiencias que fueron útiles para ud. Trate de averiguar qué aspectos le ofrecieron. Luego buscar cinco experiencias que considere destructivas, y analízelas de la misma manera. Pida a su pareja que haga lo mismo. Comente y escriba cómo pretende cambiar las cosas para sus hijos. Comparta con ellos lo que desea que suceda, y solicite su ayuda. Vuelva a la experiencia familiar; por ejemplo, podría recordar lo útil que fue para ud. que su madre le dijera, de una manera clara y directa, lo que quería que hiciera en vez de hacerlo indirectamente. Quizá recuerde cómo le miró a los ojos, y el timbre claro, firme y bondadoso de su voz. Tal vez el recuerdo le inspire a enseñar a sus hijos a ser sinceros en sus respuestas. Descubrirá que algunas de las cosas que le enseñaron sus padres estaban equivocadas.
Analicemos el inicio de una familia; éste ocurre cuando la pareja tiene un hijo. Ahora hay tres individuos donde antes sólo había dos. La llegada del niño, aunque sea deseado, requiere de importantes adaptaciones en la vida de la pareja. Quienes ya han alcanzado un sano equilibrio en su relación, pueden resolver con más facilidad los problemas de esta adaptación. Para los padres que no se hallan en este punto, los cambios podrían parecer defectos de adaptación y adoptar la forma de tensiones físicas o emocionales, o ambas.
Cuando aparecen estas tensiones, se sugiere lo siguiente a la pareja que inicia la paternidad:
1. Busquen a una persona de confianza que cuide al beb@ y encuentren un lugar acogedor y neutral, fuera de la casa, donde puedan hablar franca y abiertamente. Tomen el tiempo necesario para compartir lo que sienten, incluyendo sus resentimientos y desilusiones, así corno sus sensaciones de impotencia y temor. El bebé se ha adueñado de sus vidas. Esto suele ser muy difícil para los hombres, quienes no poseen el evidente lazo que comparte la madre con el niño. Es necesario que el papá sepa que es necesario, querido y esencial. Las mujeres tienen la autoridad psicológica para otorgar este sitio al padre.
2. Expresen con palabras lo que significan el uno para el otro, y cuáles son sus expectativas para y con el compañero. Esto les permitirá renovar su autoestima lo suficiente para conjuntar sus energías y relacionarse más positivamente entre los padres y el bebé. A partir de esta charla sincera, quizá surja el compromiso de establecer contacto entre los padres en algún momento del día, y también para realizar alguna actividad especial a solas todas las semanas. Conserven esta conexión y conviértanla en una prioridad; estas medidas son fundamentales para la satisfacción de los padres. Es necesario que el compromiso sea firme y que lo respeten de manera consciente. Después puede aparecer el temor de perder su autonomía. «¿En dónde hay tiempo para mí?,» es la pregunta más frecuente. Las parejas necesitan encontrar, conscientemente, el tiempo necesario para cada individuo. Con el objeto de que esto resulte, verbalizar sus necesidades y solicitar la cooperación del compañero (y, después, de los otros miembros de la familia). Es muy factible que encuentren una solución, pero tienen que pedirla y planificarla.
3. Concéntrarse en canalizar la sabiduría interior y observar si los esfuerzos personales y de pareja están encontrados. En tal caso, determinen cuál es la dificultad. La sabiduría interior también es una fuente para encontrar nuevas ideas que resuelvan conflictos. Mucha gente obtiene mejores resultados al considerar que la crisis es un reto, y no una forma de fracaso. Aconsejo que aborden la situación como si fuera un rompecabezas. ¿Cómo es posible que dos personas que se quieren utilicen sus energías en conjunto y hagan que las cosas funcionen en beneficio de sus intereses personales, comunes y de su hijo o hijos? Es aconsejable recordar que poseemos una inteligencia que funciona mejor cuando nos encontramos emocionalmente equilibrados. Si nada de esto resulta, buscar ayuda profesional. Muy a menudo la paternidad se vuelve pesada y demandante, y la vida de la pareja debe ceder paso a la responsabilidad. Si esto sucede y no le ponen solución, el niño pagará un precio alto. Será utilizado como el motivo de que la pareja permanezca unida, o quizá los padres proyecten en él sus dificultades, de una manera abierta o encubierta. En este momento también es probable que uno de los miembros de la pareja se involucre emocionalmente con alguien más. Esto suele ocurrirles a los hombres, quienes se sienten desplazados por el hijo en el afecto de la madre. A menudo, la gente se siente desanimada porque no ha obtenido resultados positivos de muchas cosas que ha hecho.
Análisis de Casos:
El padre se presentó con la mujer y un hijo de veintidós años, quien tenía problemas psicológicos. La luz roja se había encendido desde hacía mucho tiempo, y se tardaron en adoptar decisiones. Cuando terminaron el tratamiento el padre, con lágrimas en los ojos, puso la mano en el hombro del hijo y le dijo: «Gracias, hijo, por enfermar, para que yo pudiera curarme.» Sin darnos cuenta, podemos caer en algunas trampas al seguir el modelo de nuestros padres. Una de ellas es dar al hijo lo que el padre no recibió en la infancia. Los esfuerzos del progenitor pueden resultar muy bien, pero también pueden provocar profundas desilusiones.
Poco después de Navidad, cuando una joven madre llamada Elena acudió a consulta. Estaba enfurecida con Pati, su hija de seis años. Elena ahorró durante muchos meses para comprarle a la niña una costosa muñeca. Pati respondió con indiferencia; Elena se sintió desconsolada y decepcionada, pero en apariencia, su actitud era de enojo. Tras varias consultas se dio cuenta de que en realidad esa muñeca era la muñeca que ella quiso tener y no tuvo en la infancia. Le daba a su hija la muñeca de su sueño incumplido y esperaba que Pati respondiera como ella, Elena, a los seis años. Pasó por alto el hecho de que su hija ya poseía varias muñecas. La muñeca, en realidad, pertenecía a Elena. Se sugirió que conservara la muñeca y sintiera su satisfacción personal, cosa que hizo. Cumplió directamente su anhelo infantil, y no tuvo que cumplirlo a través de su hija. En vez de la muñeca le compró un trineo a Pati. ¿Existe alguna razón para que los adultos no satisfagan en su edad adulta los deseos insatisfechos de la infancia? A menudo, si no los satisfacen, heredan estas viejas necesidades a los hijos. Los niños rara vez agradecen una satisfacción heredada (a menos que hayan aprendido a aceptar todo), y tampoco agradecen las condiciones que los padres imponen a los regalos. Éstas son las sombras contaminadoras del pasado, de las cuales los padres tal vez ni se hayan percatado. Otra trampa es que los padres inicien una familia idealizando lo que quieren que sean sus hijos, incluyendo el deseo de que el niño haga lo que ellos no pudieron hacer. Abraham Maslow decía que abrigar esta clase de expectativa y planes para los hijos, era como ponerles una camisa de fuerza invisible.
Ahora, hablaremos de la capa paterna. Con este término, se refiere a la parte del adulto que representa el papel de un progenitor. Sólo es útil mientras los niños son incapaces de hacer cosas sin ayuda y requieren de la dirección de los progenitores. El problema es dejarse la capa paterna siempre. Un factor muy importante en el diseño personal de la familia, es el tipo de capa paterna que se lleve puesta y si están obligados a usarla todo el tiempo.
Un modelo familiar: el mundo occidental se encuentra en un estado de transición, y la familia que siempre debe acomodarse a la sociedad, se modifica juntamente con él. La tarea psicosocial fundamental de la familia – apoyar a sus miembros- ha alcanzado más importancia que nunca.
En todas las culturas, la familia imprime a sus miembros un sentimiento de identidad independiente. La experiencia humana de identidad posee dos elementos: un sentimiento de identidad y un sentido de separación, que untas forman la matriz de identidad.
El sentido de identidad moldea y programa al niño. El sentido de pertenencia se acompaña con la acomodación del niño a los grupos familiares y con asunción de pautas transaccionales en la estructura familiar.
El sentido de separación y de individuación se logra a través de la participación en diferentes subsistemas familiares de diferentes contextos.
El sentido de identidad de cada individuo es influido por su sentido de pertenencia a diferentes grupos.
Aunque la familia es la matriz del desarrollo psicosocial de sus miembros, también debe acomodarse a la sociedad y garantizar alguna continuidad a su cultura.
Todo estudio de la familia debe incluir su complementariedad con la sociedad.
La estructura familiar es el conjunto invisible de demandas funcionales que organizan los modos en que interactúan los miembros de una familia. Una familia es un sistema que opera a través de pautas transaccionales. Estas en forma repetitiva establecen las pautas acerca de que manera, cuando y con quien relacionarse y estas pautas apuntalan el sistema. Ej: cuando una madre le dice a su hijo que beba su jugo y este obedece, esta interacción define quien es ella en relación con él y quien es él en relación a ella, en ese contexto, y ene ese momento. Las operaciones repetidas en esos términos constituyen una pauta transaccional.
Análisis de caso:
Familia Wagner. Emily planea por lo general las actividades sabatinas de la familia, pero solo un hecho de importancia fundamental la llevaría a interferir con las actividades de pesca de su marido de los domingos. En su familia de origen, Emily se encontraba implicada en una coalición junto con su madre en contra de su padre. La madre estimulaba a la hija a desobedecer al padre, quien complementaba la situación atacando a la hija cuando se encontraba enojado con la madre.
Las pautas transaccionales regulan la conducta de los miembros de la familia. Son mantenidas por dos sistemas de coacción. El primero es genérico e implica las reglas universales que gobiernan la organización familiar. Por ejemplo, debe existir una jerarquía de poder en la que los padres y los hijos poseen niveles de autoridad diferentes. También debe existir una complementariedad de las funciones, donde el marido y la esposa acepten la interdependencia y operen como un equipo.
El segundo sistema de coacción es idiosincrásico, e implica las expectativas mutuas de los diversos miembros de la familia. A menudo, la naturaleza de los contratos originales ha sido olvidados y hasta es probable que nunca se hayan hecho explícitos. Pero las pautas permanecen – como piloto automático- en relación con una acomodación mutua y con una eficacia funcional.
Cuando existen situaciones de desequilibrio del sistema, es habitual que los miembros de la familia consideren que los otros miembros no cumplen con sus obligaciones, Aparecen entonces requerimientos de lealtad familiar y maniobras de inducción de culpabilidad.
Sin embargo, la familia debe responder a cambios internos y externos y debe ser capaz de transformarse ante nuevas circunstancias.
El sistema familiar se diferencia y desempeña sus funciones a través de sus subsistemas. Las diadas como esposo-esposa o madre-hijo, pueden ser subsistemas. Pueden ser por generación, sexo, interés o función.
Cada individuo en diferentes subsistemas se incorpora a diferentes relaciones complementarias. Un tema fundamenta para tener en cuenta en el abordaje son los límites.
Limites: están constituidos por las reglas que definen quienes participan, y de que manera. Por ejemplo: el limite de un subsistema parental se encuentra definido cuando una madre (M) le dice a su hijo mayor: “No eres el padre de tu hermano. Si anda en bicicleta por a calle, dimeo y lo haré volver”
M (subsistema ejecutivo)
Hijos (subsistema fraterno)
Si el subsistema parental incluye a un hijo parental (HP) el limite es definido por la madre que le dice al niño: “Hasta que vuelva del almacén, Annie se ocupa de todo”
M y HP (subsistema ejecutivo)
Otros hijos (subsistema fraterno)
La función de los limites reside en proteger la diferenciación del sistema. Todo subsistema familiar posee funciones especificas y plantea demandas especificas a sus miembros, y el desarrollo de habilidades interpersonales que se logra en ese subsistema.
Los limites deben ser claros.
La claridad de los limites en el interior de una familia constituye un parámetro útil para la evaluación de su funcionamiento.
Algunas familias crean su propio microcosmos, con un incremento consecuente de comunicación y de preocupación entre los miembros de la familia. Como producto, la distancia disminuye y los limites se esfuman. La diferenciación se hace difusa. Un sistema de este tipo puede sobrecargarse y carecer de los recursos necesarios para adaptarse y cambiar bajo circunstancias de estrés.
Otras familias se desarrollan con limites muy rígidos. La comunicación entre los subsistemas es difícil y las funciones protectoras se ven perjudicadas.
Estos dos extremos son designados como aglutinamiento y desligamiento.

Los extremos se refieren a un estilo transaccional o de preferencia por un tipo de interacción entre lo funcional y disfuncional. Las operaciones en los extremos, puede señalar áreas de posible patología.
La familia aglutinada o amalgamada es una familia que parece la «familia feliz», su lema es «todos juntos ya». Sin embargo, se ubica en un extremo de la variable cohesión en el Modelo Circumplejo de Olson sobre funcionamiento familiar, es una familia que no permite la diferenciación de sus miembros, obstaculizando el desarrollo adecuado en la formación de la identidad en los adolescentes. Tiene un nivel extremo de cohesión.
Toda diferenciación es sancionada, ser distinto no es permitido. Además, habitualmente los padres desean saber «todo» sobre sus hijos, no respetando espacios y silencios necesarios, lo privado se anula en pro de lo compartido que se hace público. Los límites no se respetan, no son claros ni definidos, más bien confusos. «Todos saben, intervienen y opinan de todos». Este nivel elevado de cohesión, ubica a estas familias en un polo extremo, constituyéndose en una familia disfuncional.
Los miembros de familias desligadas (límites rígidos) pueden funcionar en forma autónoma, pero poseen desproporcionado sentido de independencia y carecen de sentimientos de lealtad y pertenencia y, de requerir ayuda mutua cuando la necesitan. Estas familias toleran una amplia gama de variaciones individuales entre sus miembros. El stress que afecta a uno de sus miembros no atraviesa los límites inadecuadamente rígidos. Así, pues, la familia desligada tiende a no responder cuando es necesario hacerlo.
La evaluación de los subsistemas familiares y del funcionamiento d los limites proporciona un rápido cuadro diagnostico de la familia en función del cual orienta sus intervenciones terapéuticas.
Hay sectores marcados con la señal “Prohibida la entrada”. La transgresión de éstos trae consecuencias del máximo valor afectivo: culpa, angustia, aun destierro y anatema.
La familia como totalidad se asemeja a una colonia animal compuesta por formas de vida diferentes, donde cada parte cumple su papel, pero el todo constituye un organismo de múltiples individuos, que en si mismo es una forma de vida.
El terapeuta tiene que ver un organismo, no solo subsistemas diferenciados. En efecto, vivenciará el pulso de la familia. Vivenciará también su umbral para lo correcto y lo vergonzoso, su tolerancia al conflicto, su sentimiento de lo ridículo o lo sagrado, y su concepción del mundo.
Para designar las entidades en los niveles intermedios de cualquier jerarquía, Arthur Koestler, introdujo el término “holón”. Del griego holán: todo y sufijo on: partícula o parte.
Este término es útil en particular en la terapia de familia.
La parte y el todo se contienen recíprocamente en un proceso continuado, actual, corriente, de comunicación e interrelación.
El holón individual:
Considerar al individuo como un holón es sobre todo difícil para las personas formadas en la cultura occidental.
Según la concepción de Ronald Laing para la política familiar, el individuo tiene que estar libre de sus nocivos grilletes familiares (lo que probablemente facilitaría su inclusión en la categoría censal de adulto soltero sin vínculos). La «escala de diferenciación del sí-mismo», de Murray Bowen, utilizada para estimar el grado en que el «sí-mismo» se mantiene incólume frente a la influencia de los vínculos, realza de igual modo la «lucha» entre el individuo y la familia.
Cuando se considera al individuo en su condición de parte de un todo mayor, de algún modo se lo juzga perjudicado.
El terapeuta aspirante puede ser particularmente proclive a poner el acento en las restricciones que la familia impone. Es muy probable que venga de una lucha por la individuación dentro de su propio grupo familiar. También lo es que en su ciclo de vida se encuentre en el estadio de separarse de su familia de origen y de formar una nueva familia nuclear, y que en ese estadio perciba las exigencias que le plantea la creación del nuevo holón como un desafío a la experiencia de su individualidad.
Por eso puede ocurrir que necesite un esfuerzo consciente para enfocar las realidades de la interdependencia y las operaciones de la complementariedad.
El holón individual incluye el concepto de sí mismo en contexto. Contiene los determinantes personales e históricos del individuo. Pero va más allá, hasta abarcar los aportes actuales del contexto social. Las interacciones específicas con los demás traen a la luz y refuerzan los
aspectos de la personalidad individual que son apropiados al contexto.
Y recíprocamente, el individuo influye sobre las personas que interactúan con él en papeles determinados porque sus respuestas traen a la luz y refuerzan las respuestas de ellos. Hay un proceso circular y continuo de influjo y refuerzo recíprocos, que tiende a mantener una pauta
fijada. Al mismo tiempo, tanto el individuo como el contexto son capaces de flexibilidad y de cambio. Es fácil considerar la familia como una unidad, y al individuo, como un holón de esa unidad. Pero el individuo incluye además aspectos que no están contenidos en su condición de holón de la familia, como se ilustra en el siguiente esquema:

El rectángulo representa a la familia. Cada curva es un miembro individual de ella. Sólo ciertos segmentos del sí-mismo están incluidos en el organismo de la familia. Para C y D, la familia es más necesaria que para A y B, acaso más vinculados con sus colegas, su familia de origen y grupos de coetáneos». No obstante, la gama de la conducta permitida está gobernada por una organización familiar. La variedad de las conductas que se pueden incluir en el programa de la familia depende de la capacidad de ésta para absorber e incorporar energía e información de
ámbitos extrafamiliares.
La interacción constante dentro de diferentes holones en tiempos distintos requiere de la actualización de los respectivos segmentos del sí-mismo. Un niño en interacción con su madre demasiado unida aparecerá desvalido a fin de provocar los cuidados de ella. Pero con su hermano mayor se mostrará decidido y entrará en competencia para obtener lo que desea. Un marido y padre autoritario dentro de la familia, tendrá que aceptar una posición jerárquica inferior en el mundo del trabajo. Un adolescente, dominante en su grupo de edad si se coliga
con un hermano mayor, aprende a ser cortés cuando éste no está presente.
Contextos diferentes reclaman facetas distintas. En consecuencia, las personas, en cada una de sus interacciones, sólo manifiestan parte de sus posibilidades. Estas son múltiples, pero sólo
algunas son traídas a la luz o canalizadas por la estructura del contexto. Por lo tanto, la quiebra o la ampliación de contextos puede permitir el surgimiento de nuevas posibilidades.
El terapeuta, especialista en ampliar contextos, crea un contexto en que es posible explorar lo desusado. Confirma a los miembros de la familia y los alienta a ensayar conductas antes coartadas por el sistema familiar. A medida que surgen posibilidades nuevas, el organismo familiar se vuelve más complejo y elabora alternativas más viables para la solución de problemas.
Las familias son sistemas multi-individuales de extrema complejidad, pero son a su vez subsistemas de unidades más vastas: la familia extensa, el vecindario, la sociedad como un todo. La interacción con estos holones más vastos engendra buena parte de los problemas y tareas de
la familia, así como de sus sistemas de apoyo.
Dentro del holón de la familia, tres unidades poseen significación particular, además del individuo: los subsistemas conyugal, parental y de los hermanos.
El holón conyugal
En la terapia de familia es útil conceptualizar el comienzo de la familia como el momento en que dos adultos, hombre y mujer, se unen con el propósito de formarla. Este acuerdo no necesita ser legal para poseer significación; la limitada experiencia clínica que hemos recogido en parejas
homosexuales con niños nos ha demostrado que los conceptos de la terapia de familia son tan válidos en su caso como en el de las parejas heterosexuales con hijos. Los nuevos compañeros, individualmente, traen un conjunto de valores y de expectativas, tanto explícitos como inconscientes, que van desde el valor que atribuyen a la independencia en las decisiones hasta la opinión sobre si se debe o no tomar desayuno.
Para que la vida en común sea posible, es preciso que estos dos conjuntos de valores se concilien con el paso del tiempo. Cada cónyuge debe resignar una parte de sus ideas y preferencias, esto es, perder individualidad, pero ganando en pertenencia. En este proceso se forma
un sistema nuevo.
Las pautas de interacción que poco a poco se elaboran no suelen ser discernidas con conciencia. Simplemente están dadas, forman parte de las premisas de la vida; son necesarias, pero no objeto de reflexión. Muchas se han desarrollado con poco esfuerzo o ninguno. Si ambos
cónyuges provienen de familias patriarcales, por ejemplo, es posible que den por supuesto que ella se encargará de los quehaceres domésticos.
Otras pautas de interacción son el resultado de un acuerdo formal: «Hoy te toca cocinar». En cualquier caso, las pautas establecidas gobiernan el modo en que cada uno de los cónyuges se experimenta a sí mismo y experimenta al compañero dentro del contexto matrimonial.
Ofenderá una conducta que difiera de lo que se ha vuelto costumbre. Esa desviación dará pábulo al sentimiento de que se hace traición, aun si ninguno de los cónyuges tiene conciencia de dónde se sitúa la perturbación. Siempre existirán puntos de fricción y el sistema se deberá adaptar para hacer frente a demandas contextúales modificadas. Pero en algún momento tiene que quedar elaborada una estructura que constituya la base de las interacciones de los cónyuges.
Una de las más vitales tareas del sistema de los cónyuges es la fijación de límites que los protejan procurándoles un ámbito para la satisfacción de sus necesidades psicológicas sin que se inmiscuyan los parientes políticos, los hijos u otras personas. El tino con que estén trazadas
estas fronteras es uno de los aspectos más importantes que determinan la viabilidad de la estructura familiar.
Si consideramos la familia nuclear separada de otros contextos, cada cónyuge aparece como el contexto adulto total del otro. En nuestra sociedad extremadamente móvil, la familia nuclear puede de hecho encontrarse aislada de los demás sistemas de apoyo, lo que trae por consecuencia una sobrecarga del subsistema de los cónyuges. Margaret Mead ha mencionado esta situación como una de las amenazas que se ciernen sobre la familia en el mundo occidental. El subsistema de los cónyuges es entonces un poderoso contexto para la confirmación y la
descalificación.
El subsistema de los cónyuges puede ofrecer a sus miembros una plataforma de apoyo para el trato con el universo extrafamiliar, y proporcionarles un refugio frente a las tensiones de fuera Pero si las reglas de este subsistema son tan rígidas que no permiten asimilar las experiencias
que cada esposo hace en sus interacciones fuera de la familia, los «cónyuges dentro del sistema» pueden quedar atados a reglas inadecuadas de supervivencia que son el relicto de acuerdos del pasado; en ese caso, sólo cuando estén lejos uno del otro podrán desplegar aspectos más
diversificados de su personalidad. En esta situación, el subsistema de los cónyuges se empobrecerá más y más y perderá vitalidad, volviéndose por último inutilizable como fuente de crecimiento para sus miembros.
Si estas condiciones persisten, puede ocurrir que los cónyuges encuentren necesario desmantelar el sistema.
El subsistema de los cónyuges es vital para el crecimiento de los hijos. Constituye su modelo de relaciones íntimas, como se manifiestan en las interacciones cotidianas. En el subsistema conyugal, el niño contempla modos de expresar afecto, de acercarse a un compañero abrumado
por dificultades y de afrontar conflictos entre iguales. Lo que presencia se convertirá en parte de sus valores y expectativas cuando entre en contacto con el mundo exterior.
Si existe una disfunción importante dentro del subsistema de los cónyuges, repercutirá en toda la familia. En situaciones patógenas, uno de los hijos se puede convertir en chivo emisario o bien ser cooptado como aliado de un cónyuge contra el otro. El terapeuta tiene que mantenerse
alerta para el eventual empleo del hijo como miembro de un subsistema al que no debiera pertenecer, por oposición a las interacciones que legítimamente corresponden a las funciones parentales.
El holán parental
Las interacciones dentro del holón parental incluyen la crianza de los hijos y las funciones de socialización. Pero son muchos más los aspectos del desarrollo del niño que reciben el influjo de sus interacciones dentro de este subsistema. Aquí el niño aprende lo que puede esperar de las personas que poseen más recursos y fuerza. Aprende a considerar racional o arbitraria la autoridad. Llega a conocer si sus necesidades habrán de ser contempladas, así como los modos más eficaces de comunicarlo que desea, dentro de su propio estilo familiar. Según las respuestas
de sus progenitores, y según que éstas sean adecuadas o no a su edad, el niño modela su sentimiento de lo correcto. Conoce las conductas recompensadas y las desalentadas. Por último, dentro del subsistema parental, vivencia el estilo con que su familia afronta los conflictos y las negociaciones.
El holón parental puede estar compuesto muy diversamente. A veces incluye un abuelo o una tía. Es posible que excluya en buena medida a uno de los padres. Puede incluir a un hijo parental, en quien se delega la autoridad de cuidar y disciplinar a sus hermanos. El terapeuta tiene la tarea de descubrir quiénes son los miembros del subsistema; de poco valdrá instruir a una madre si quien realmente cumple ese papel para el niño es su abuela.
El subsistema parental tiene que modificarse a medida que el niño crece y sus necesidades cambian. Con el aumento de su capacidad, se le deben dar más oportunidades para que tome decisiones y se controle a sí mismo. Las familias con hijos adolescentes han de practicar una modalidad de negociación diferente que las familias con hijos pequeños.
Los padres con hijos mayores tendrán que concederles más autoridad, al tiempo que les exigen más responsabilidad.
Dentro del subsistema parental, los adultos tienen la responsabilidad de cuidar a los niños, de protegerlos y socializarlos; pero también poseen derechos. Los padres tienen el derecho de tomar decisiones que atañen a la supervivencia del sistema total en asuntos como cambio de
domicilio, selección de la escuela y fijación de reglas que protejan a todos los miembros de la familia. Tienen el derecho, y aun el deber, de proteger la privacidad del subsistema de los cónyuges y de fijar el papel que los niños habrán de desempeñar en el funcionamiento de la familia. En nuestra cultura orientada hacia los niños, tendemos a poner el acento en las obligaciones de los padres y a conceder escasa atención a sus derechos. Pero el subsistema al que se le asignan tareas debe poseer también la autoridad necesaria para llevarlas adelante. Y si bien es preciso que el niño tenga libertad para investigar y crecer, sólo podrá hacerlo si se siente seguro porque su mundo es predecible.
Los problemas de control son endémicos en el holón parental. De continuo se los enfrenta y se los resuelve en mayor o menor medida, por ensayo y error, en todas las familias. La índole de las soluciones variará para diferentes estadios de desarrollo de la familia. Cuando una familia se atasca en esta tarea y acude a la terapia, es esencial que el terapeuta esté atento a la participación de todos los miembros en el mantenimiento de la interacción disfuncional, por un lado, y por el otro en la eventual solución del problema, con los recursos que ellos mismos puedan poseer.
El holón de los hermanos
Los hermanos constituyen para un niño el primer grupo de iguales en que participa. Dentro de este contexto, los hijos se apoyan entre sí, se divierten, se atacan, se toman como chivo emisario y, en general, aprenden unos de otros. Elaboran sus propias pautas de interacción para negociar, cooperar y competir. Se entrenan en hacer amigos y en tratar con enemigos, en aprender de otros y en ser reconocidos. En conjunto van tomando diferentes posiciones en el constante toma y daca; este proceso promueve tanto su sentimiento de pertenencia a un grupo como su individualidad vivenciada en el acto de elegir y de optar por una alternativa dentro de un sistema. Estas pautas cobrarán significación cuando ingresen en grupos de iguales fuera de la familia, el sistema de los compañeros de clase de la escuela y, después, el mundo del trabajo.
En las familias numerosas, los hermanos se organizan en una diversidad de subsistemas con arreglo a etapas evolutivas. Es importante que el terapeuta hable el lenguaje de las diferentes etapas evolutivas y esté familiarizado con sus diversos recursos y necesidades. Es conveniente escenificar en el contexto de los hermanos secuencias interactivas donde ejerciten aptitudes para la resolución de conflictos en ciertos campos, por ejemplo, la autonomía, la emulación y la capacidad, que después puedan practicar en subsistemas extrafamiliares.
Los terapeutas de familia tienden a descuidar los contextos de la relación entre hermanos y a recurrir en demasía a estrategias terapéuticas que exigen incrementar la diversidad del funcionamiento parental.
Pero reunirse con los hermanos solos, organizar momentos terapéuticos en que ellos debatan ciertos temas mientras los padres observan o promover «diálogos» entre el holón de los hermanos y el holón parental pueden ser recursos eficacísimos para crear nuevas formas de resolver cuestiones relacionadas con la autonomía y el control. En familias divorciadas, los encuentros entre los hermanos y el progenitor ausente son particularmente útiles como mecanismo para facilitar un mejor funcionamiento del complejo «organismo divorciado».
El modo en que la familia cumple sus tareas importa muchísimo menos que el éxito con que lo hace. Los terapeutas de familia, producto de su propia cultura, tienen que guardarse por eso mismo de imponer los modelos que les son familiares, así como las reglas de funcionamiento a que están habituados. Tienen que evitar la tendencia a recortar la familia nuclear descuidando la significación de la familia extensa en su comunicación con la nuclear y su influjo sobre ella. Puede ocurrir que los terapeutas más jóvenes simpaticen con los derechos de los niños, puesto que todavía no han experimentado las dificultades de la condición de progenitor. Pueden encontrarse con que han atribuido la culpa a los padres sin comprender sus afanes. Los terapeutas varones pueden tender a desequilibrar el subsistema de los cónyuges, mostrándose comprensivos hacia la posición del marido y apoyándolo. Las terapeutas mujeres, inclinadas a considerar las restricciones que la familia patriarcal impone a la mujer, pueden apoyar la diferenciación de la esposa más allá de las posibilidades existentes en una determinada familia. Los terapeutas deben recordar que las familias son holones insertos en una cultura más amplia, y que la función de ellos es ayudarlas a ser más viables dentro de las posibilidades existentes en sus propios sistemas culturales y familiares.
El desarrollo y el cambio
La familia no es una entidad estática. Está en proceso de cambio continuo, lo mismo que sus contextos sociales. Considerar a los seres humanos fuera del cambio y del tiempo responde sólo a una artificial construcción lingüística. Los terapeutas, en efecto, detienen el tiempo cuando investigan familias, como si detuvieran un film para analizar uno de sus cuadros.
Lo cierto es que la terapia de familia tendió a no investigar el hecho de que las familias cambian en el tiempo. Se debió en parte a que los terapeutas de familia se orientan sobre todo al aquí y ahora, por oposición al buceo del pasado, que es característico de la terapia psicodinámica.
Pero se debió también al hecho de que el terapeuta de familia experimenta en sí mismo el enorme poder rector de la estructura familiar.
Se introduce en un sistema vivo que tiene sus propios modos de ser y potentes mecanismos para preservarlos. En la inmediatez del encuentro terapéutico, lo que se vivencia son estos mecanismos de estabilización; rara vez impresionan tanto los elementos flexibles de la estructura.
El cambio se produce en el presente, pero sólo cobra relieve en el largo plazo.
La familia está de continuo sometida a las demandas de cambio de dentro y de fuera. Muere un abuelo; es posible que entonces todo el subsistema parental deba sufrir un realineamiento. La madre es despedida de su trabajo; puede ocurrir que se deban modificar los subsistemas conyugal, ejecutivo y parental. De hecho, el cambio es la norma y una observación prolongada de cualquier familia revelaría notable flexibilidad, fluctuación constante y, muy probablemente, más desequilibrio que equilibrio.
Contemplar una familia en un lapso prolongado es observarla como un organismo que evoluciona en el tiempo. Dos «células» individuales se unen y forman una entidad plural semejante a una colonia animal. Esta entidad va aumentando su edad en estadios que influyen individualmente sobre cada uno de sus miembros, hasta que las dos células progenitoras decaen y mueren, al tiempo que otras reinician el ciclo de vida.
Como todos los organismos vivos, el sistema familiar tiende al mismo tiempo a la conservación y a la evolución. Las exigencias de cambio pueden activar los mecanismos que contrarrestan la atipicidad, pero el sistema evoluciona hacia una complejidad creciente. Aunque la familia sólo puede fluctuar dentro de ciertos límites, posee una capacidad asombrosa para adaptarse y cambiar, manteniendo sin embargo su continuidad.
Sistemas vivos que presentan estas características son por definición sistemas abiertos, a diferencia de las «estructuras en equilibrio», cerradas, que describe la termodinámica clásica. Ilya Prigogine explica esa diferencia: «Un cristal es un ejemplo típico de una estructura en equilibrio. Las estructuras [vivas] disipadoras poseen una condición por entero diversa: se forman y se conservan por el intercambio de energía y de materia en condiciones de no equilibrio». En un sistema vivo, las fluctuaciones, sean de origen interno o externo, guían el sistema hasta una nueva estructura; «una estructura nueva es siempre el resultado de una inestabilidad. Nace de una fluctuación. Mientras que por lo común las fluctuaciones son seguidas por una respuesta que retrotrae el sistema a su estado imperturbado, en el punto de formación de una estructura nueva, por el contrario, las fluctuaciones se amplifican». Prigogine
concluye que la termodinámica clásica «es en lo esencial una teoría de la destrucción de estructuras (…) Pero en cierto sentido se la debe completar con una teoría de la creación de estructuras».
Durante mucho tiempo la terapia de familia puso el acento en la capacidad de los sistemas para conservarse. Pero los recientes trabajos de Prigogine, entre otros autores, han demostrado que si un sistema está parcialmente abierto al aflujo de energía o de información, «las inestabilidades consiguientes no producirán una conducta azarosa (…) sino que tenderán a conducir el sistema hacia un nuevo régimen dinámico que constituirá un nuevo estado de complejidad». La familia, sistema vivo, intercambia información y energía con el mundo exterior. Las fluctuaciones, de origen interno o externo, suelen ser seguidas por una respuesta que devuelve el sistema a su estado de constancia. Pero si la fluctuación se hace más amplia, la familia puede entrar en una crisis en que la transformación tenga por resultado un nivel diferente de funcionamiento capaz de superar las alteraciones.
Esta concepción de la familia como sistema vivo parece indicar que la investigación de una familia cualquiera en el largo plazo comprobará el siguiente desarrollo, en que períodos de desequilibrio alternan con períodos de homeóstasis, manteniéndose la fluctuación dentro de una amplitud manejable:
Este modelo proporciona al terapeuta una base para establecer con prontitud el vínculo entre el estadio de desarrollo de la familia y las metas terapéuticas; en efecto, la crisis terapéutica responderá a un patrón de desarrollo. A diferencia de otros modelos, éste no se limita al individuo y su contexto. Tiene por referente holones, y parte del supuesto de que los cambios evolutivos del individuo influyen sobre la familia, y que los cambios sobrevenidos en la familia y en los holones extrafamiliares influyen sobre los holones individuales.
El desarrollo de la familia, según este modelo, transcurre en etapas que siguen una progresión de complejidad creciente. Hay períodos de equilibrio y adaptación, caracterizados por el dominio de las tareas y aptitudes pertinentes. Y hay también períodos de desequilibrio, originados en el individuo o en el contexto. La consecuencia de éstos es el salto a un estadio nuevo y más complejo, en que se elaboran tareas y aptitudes también nuevas.
Consideremos el caso de un niño de dos años a quien envían al jardín de infancia. Lejos de su madre, ensayará nuevas habilidades para enfrentar situaciones y empezará a demandar relaciones nuevas dentro de su familia. La madre, no obstante, su premura en el supermercado atestado de gente, tendrá que dejarlo elegir la marca de galletitas que consume en la escuela. Esa noche, el padre deberá consolar a la madre con un chiste sobre «los dos años, la edad del niño terrible». La verdad es que los tres miembros de esa familia tienen que superar el estadio
de bebé/padre de bebé. El niño, la diada madre-hijo y la tríada familiar participan de una estructura disipadora. La fluctuación se ha ampliado porque en el sistema se han introducido elementos nuevos, de origen interno y externo, y las inestabilidades consiguientes harán progresar aquél hacia una complejidad nueva.
Este modelo del desarrollo concibe cuatro etapas principales organizadas en torno del crecimiento de los hijos. Comprenden la formación de pareja, la familia con hijos pequeños, la familia con hijos en edad escolar o adolescentes y la familia con hijos adultos.
La formación de pareja
En el primer estadio se elaboran las pautas de interacción que constituyen la estructura del holón conyugal. Tienen que establecerse, mediante negociación, las fronteras que regulan la relación de la nueva unidad con las familias de origen, los amigos, el mundo del trabajo, así
como el vecindario y otros contextos importantes. La pareja debe definir nuevas pautas para la relación con los demás. La tarea consiste en mantener importantes contactos y al mismo tiempo crear un holón cuyas fronteras sean nítidas en la medida suficiente para permitir el crecimiento de una relación íntima de pareja. Los problemas surgen de continuo. ¿Con qué frecuencia visitarán a la hermana gemela de él? ¿Cómo resolver la aversión que él siente por el mejor amigo de ella? ¿Seguirá ella quedándose hasta tarde en el laboratorio, que es parte de
su sueño profesional, pero a raíz de lo cual él debe comer solo dos veces por semana?
Dentro del holón conyugal, la pareja deberá armonizar los estilos y expectativas diferentes de ambos y elaborar modalidades propias para procesar la información, establecer contacto y tratarse con afecto. De igual modo crearán reglas sobre intimidad, jerarquías, sectores de especialización y pericia, así como pautas de cooperación. Cada uno tendrá que aprender a sentir las vibraciones del otro, la que supone asociaciones comunes y valores compartidos, percibir lo que es importante para el otro y alcanzar un acuerdo sobre el modo de avenirse al hecho de que no comparten todos los valores.
Sobre todo, el holón conyugal tiene que aprender a enfrentar los conflictos que inevitablemente surgen cuando dos personas están empeñadas en formar una nueva unidad, se trate de dejar abiertas o cerradas las ventanas del dormitorio por la noche o del presupuesto familiar. La elaboración de pautas viables para expresar y resolver los conflictos es un aspecto esencial de este período inicial.
Es un estadio indudablemente disipador. Se produce un grado elevado de intercambio de información entre el holón y el contexto, y en el interior del propio holón. También existe tensión entre las necesidades del holón de pareja y las de cada uno de sus miembros. Tienen
que ser modificadas las reglas que antes eran satisfactorias para cada individuo separadamente.
En la Formación de una pareja, son en extremo significativas las dimensiones de la parte y el todo. Al comienzo, cada cónyuge se experimenta como un todo en interacción con otro todo. Pero para formar la nueva unidad de pareja, cada uno tiene que convertirse en parte. Es posible que esto se experimente como una cesión de individualidad. En algunos casos, el terapeuta que trabaja con una familia que pasa por este estadio puede verse precisado a poner el acento en la complementariedad, para ayudar a sus miembros a comprender que la pertenencia es enriquecedora, no sólo limitadora.
Con el paso del tiempo, el nuevo organismo se estabilizará como un sistema equilibrado. Esta evolución hacia un nivel más elevado de complejidad dista mucho de ser indolora. Pero si el holón ha de sobrevivir, la pareja alcanzará un estadio en que, en ausencia de cambios internos importantes o de influjos externos, las fluctuaciones del sistema se mantendrán dentro de la amplitud establecida.
La familia con hijos pequeños
El segundo estadio sobreviene con el nacimiento del primer hijo, cuando se crean en un mismo instante nuevos holones: parental, madrehijo, padre-hijo. El holón conyugal se debe reorganizar para enfrentar las nuevas tareas, y se vuelve indispensable la elaboración de nuevas reglas. El recién nacido depende por entero de un cuidado responsable. Al mismo tiempo, manifiesta aspectos de su propia personalidad, a que la familia se debe adaptar.
Es también una estructura disipadora; tanto, que el sistema mismo puede correr peligro. La esposa se puede encontrar prisionera de contradictorias demandas en la división de su tiempo y su lealtad. Acaso el marido dé pasos para su alejamiento. Es posible entonces que el terapeuta deba empujar al padre hacia la madre y el hijo, reinsertándolo en funciones parentales y ayudándolo a elaborar una visión más compleja y diferenciada de sí mismo dentro de los holones conyugal y parental.
Si estos problemas se resuelven deficientemente, se pueden formar coaliciones entre miembros de generaciones diversas. En ese caso, la madre o el padre se coligarán con el hijo contra el cónyuge, manteniendo a éste en una posición periférica u obligándolo a un control
excesivo. Al tiempo que enfrenta de continuos problemas de control y de socialización, la familia tiene que negociar también contactos nuevos con el mundo exterior. Se constituyen vínculos con los abuelos, tías y tíos, y con los primos. La familia tiene que relacionarse con hospitales, escuelas, y toda la industria de ropa, alimento y juguetes infantiles.
Cuando el hijo empieza a caminar y a hablar, los padres deben establecer controles que le dejen espacio y a la vez garanticen su seguridad y la autoridad parental. Los adultos, que habían elaborado determinadas pautas de crianza, tienen que modificarlas y crear métodos adecuados
para mantener el control y al mismo tiempo alentar el crecimiento.
Pautas nuevas tienen que ser ensayadas y estabilizadas en todos los holones familiares.
Cuando nace otro hijo, se quiebran las pautas estables constituidas en torno del primero. Es preciso instituir un mapa más complejo y diferenciado de la familia, incluyendo un holón de los hermanos.
La familia con hijos en edad escolar o adolescentes
Un cambio tajante se produce cuando los hijos empiezan a ir a la escuela, lo que inicia el tercer estadio de desarrollo. La familia tiene que relacionarse con un sistema nuevo, bien organizado y de gran importancia.
Toda la familia debe elaborar nuevas pautas: cómo ayudar en las tareas escolares; determinar quién debe hacerlo; las reglas que se establecerán sobre la hora de acostarse; el tiempo para el estudio y el esparcimiento, y las actitudes frente a las calificaciones del escolar.
El crecimiento del niño va introduciendo elementos nuevos en el sistema familiar. El niño se entera de que la familia de sus amigos obedece a reglas diferentes, que juzga más equitativas. La familia deberá negociar ciertos ajustes, modificar ciertas reglas. Los nuevos límites entre progenitor e hijo tendrán que permitir el contacto al tiempo que dejan en libertad al hijo para reservarse ciertas experiencias.
Con la adolescencia, el grupo de los pares cobra mucho poder. Es una cultura por sí misma, con sus propios valores sobre sexo, drogas, alcohol, vestimenta, política, estilo de vida y perspectivas de futuro. Así la familia empieza a interactuar con un sistema poderoso y a menudo competidor; por otra parte, la capacidad cada vez mayor del adolescente lo habilita más y más para demandar reacomodamientos de sus padres.
Los temas de la autonomía y el control se tienen que renegociar en todos los niveles.
Los hijos no son los únicos miembros de la familia que crecen y cambian. En la vida adulta hay momentos de pasaje que tienden a concentrarse en determinadas décadas. También estos estadios influyen sobre los holones de la familia y son influidos por éstos.
Una nueva fuente de presión y de exigencias puede empezar a influir sobre la familia en esta etapa: los padres de los padres. En el preciso momento en que padres de mediana edad enfrentan con sus hijos problemas de autonomía y de apoyo, es posible que deban renegociar el reingreso en la vida de sus propios padres a fin de compensar la declinación de sus fuerzas o la muerte de uno de los dos. Un desequilibrio leve que requiere adaptación es característico de
las familias durante buena parte de este tercer estadio. Pero es evidente la presencia de condiciones disipadoras en el momento del ingreso a la escuela y en varios pasajes de la adolescencia en que las necesidades sexuales, las demandas escolares y los desafíos competidores del grupo de los pares desorganizan las pautas establecidas en la familia.
Por último, en este estadio comienza el proceso de separación; y este cambio resuena por toda la familia. Un segundo hijo acaso tenía una posición relativamente desapegada dentro de un holón parental fusionado. Pero en el momento en que su hermana mayor se aleja para iniciar estudios universitarios, se encuentra con que sus padres lo someten a una observación estricta. Es fuerte la tendencia a recrear estructuras habituales introduciendo un nuevo miembro en la pauta ya establecida. Cuando esto sucede, puede representar el fracaso en adaptarse a los requerimientos del cambio familiar.
La familia con hijos adultos
En el cuarto y último estadio, los hijos, ahora adultos jóvenes, han creado sus propios compromisos con un estilo de vida, una carrera, amigos y, por fin, un cónyuge. La familia originaria vuelve a ser de dos miembros. Aunque los miembros de la familia tienen detrás una larga historia de modificación de pautas en conjunto, este nuevo estadio requiere una nítida reorganización cuyo eje será el modo en que padres e hijos se quieren relacionar como adultos.
A veces se le llama el período del «nido vacío», expresión que se suele asociar con la depresión que una madre experimenta cuando se queda sin ocupación. Pero lo que de hecho ocurre es que el subsistema de los cónyuges vuelve a ser el holón familiar esencial para ambos, aunque, si nacen nietos, se tendrán que elaborar estas nuevas relaciones. Este período se suele definir como una etapa de pérdida, pero puede serlo de un notable desarrollo si los cónyuges, como individuos y como pareja, aprovechan sus experiencias acumuladas, sus sueños y sus expectativas para realizar posibilidades inalcanzables mientras debían dedicarse a la crianza de los hijos.
Este esquema de desarrollo sólo es válido para la familia de clase media, compuesta por el marido, la esposa y dos hijos como promedio. Cada vez es más probable que la familia constituya también algún tipo de red extensa o experimente divorcio, abandono o nuevo casamiento.
En el paso por etapas, las personas experimentan además problemas muy complicados. Pero cualesquiera que sean las circunstancias, lo esencial del proceso es que la familia tiene que atravesar ciertas etapas de crecimiento y envejecimiento. Debe enfrentar períodos de crisis y
de transición. El hecho importante para la terapia es que tanto el cambio como la continuidad definen la marcha de todo sistema vivo. El organismo familiar, como el individuo humano, se mueve entre dos polos. Uno es la seguridad de lo ya conocido. El otro, la experimentación indispensable para adaptarse a condiciones modificadas.
Cuando una familia demanda tratamiento, sus problemas se deben a que se ha atascado en la fase homeostática. Las exigencias de mantener el estado de cosas limitan la aptitud de los miembros de la familia para enfrentar de manera creadora circunstancias modificadas. El apego a reglas más o menos funcionales en su momento inhibe la respuesta al cambio. Una de las metas de la terapia es, en consecuencia, hacer que la familia ingrese en un período de torbellino creador en que lo existente encuentre reemplazo mediante la búsqueda de nuevas modalidades.
Es preciso introducir flexibilidad aumentando las fluctuaciones del sistema y, en definitiva, llevándolo a un nivel de complejidad más elevado.
En este sentido, la terapia es un arte imitador de la vida. El desarrollo de la familia normal incluye fluctuaciones, períodos de crisis y su resolución en un nivel más elevado de complejidad. La terapia es el proceso por el cual se toma a una familia que se ha atascado en algún punto de la capital del desarrollo y se crea una crisis que la empujará en el sentido de su propia evolución.