V. Objetivos y características de los programas y acciones preventivas dirigidas a la familia
- Niveles y ámbitos de prevención
El consumo de drogas en adolescentes y jóvenes alcanza cifras preocupantes, tanto en
España como en Europa. Como respuesta a esa preocupación, tanto en nuestro país
como en el ámbito europeo, las autoridades políticas y sanitarias han desarrollado planes
de atención a los drogodependientes que palien las consecuencias dañinas producidas
por las altas prevalencias de consumo en la población, y han señalado la importancia de
la prevención en la reducción del creciente coste personal y social asociado al consumo
de drogas.
1.1. Los niveles de la prevención
El concepto de prevención puede tener múltiples significados. Según la definición de
Caplan (1964), que ha tenido gran predicamento en el ámbito sanitario, la prevención
puede entenderse como el conjunto de actividades dirigidas a reducir los problemas
ocasionados por las enfermedades o trastornos en el individuo mediante la intervención
precoz en cada una de las fases de evolución del problema de salud. Así habría una
prevención primaria que intentaría evitar la aparición del problema, una prevención
secundaria que buscaría reducir su impacto negativo mediante la intervención temprana y, por último, una prevención terciaria que reduciría las secuelas ocasionadas por lo que
desea prevenir, introduciendo de forma temprana las medidas rehabilitadoras. En
consecuencia, para los que utilizan este tipo de clasificación, la prevención no es sólo
impedir que se produzca una enfermedad o trastorno (prevención primaria), sino que
también puede significar que si se instaura una enfermedad o trastorno debemos
intervenir cuanto antes para que sus consecuencias se reduzcan tanto como sea posible,
o bien mejorar la reinserción de los enfermos en su entorno natural y evitar los peligros de la cronificación (prevención terciaria).
Un enfoque de este tipo resulta confuso, ya que no separa claramente lo que es
prevención, en sentido estricto, de lo que es tratamiento y rehabilitación. Esta confusión
fue advertida por el Institute of Medicine (IOM) que consideró que solo podría
denominarse prevención aquélla que va dirigida a impedir que se instaure el trastorno o la
enfermedad, es decir, sólo es prevención si es prevención primaria. Para el IOM (National Research Council and Institute of Medicine, 2009), los distintos tipos de prevención se configuran de acuerdo con el tipo de población a la que se dirigen (universal, selectiva e indicada). Esta población se diferencia en función del nivel de riesgo, menor en el caso de la prevención universal, más alto en el caso de la prevención indicada. Así, la prevención universal tiene como destinataria a la población general, sin tener en cuenta el nivel de riesgo de los individuos; la prevención selectiva se dirige a individuos o subgrupos que presentan un riesgo más elevado que el promedio, y por último, la prevención indicada tiene como destinatarios a los individuos de alto riesgo que presentan una mayor probabilidad de adquirir el trastorno, problema o enfermedad que se quiere prevenir, en función de una evaluación individualizada.
1.2. Los ámbitos de la prevención
Se entiende por ámbitos, aquellos espacios o contextos donde se desenvuelve la vida de
los individuos y que tienen relevancia en la conformación de los factores de riesgo y
prevención. El desarrollo psicosocial de las personas se realiza en distintos contextos
anidados unos en otros, en donde el anillo más exterior lo conforman la comunidad con
sus valores y normas, y el más interior el individuo, con sus características biológicas y
psicológicas. Esos anillos o contextos influyen a los individuos de forma variable a lo largo del desarrollo individual, pero todos tienen la suficiente importancia para que se hayan desarrollado estrategias preventivas que tengan en cuenta las condiciones particulares que se establecen entre el individuo y cada uno de ellos. Esas condiciones particulares generan un conjunto característico de factores de riesgo y protección que los programas de prevención deben atender. Así, se han desarrollado programas de prevención de ámbito comunitario, escolar o laboral, familiar, e individual, que pueden en casi todos los casos subdividirse después en los distintos niveles antes mencionados.
El contexto familiar tiene una gran importancia, debido a que la familia es un agente
socializador de primer orden. En las etapas más tempranas del individuo, su desarrollo es
altamente dependiente de que la familia le provea del oportuno soporte físico y
psicológico. Posteriormente, la familia es un agente de gran importancia en modular la
presencia de otros factores de riesgo, dada la influencia que puede ejercer sobre los otros
contextos en donde se desarrolla la vida del joven (escuela, trabajo, amigos, comunidad,
etc.). Este capítulo hará una revisión de los distintos tipos de prevención familiar, sus
objetivos y las características más importantes que tienen que tener los programas para
alcanzar dichas metas.
Tipos de prevención familiar
Es posible clasificar la prevención familiar atendiendo al nivel de riesgo de las familias
diana. En este caso, nos encontraríamos con prevención familiar universal, selectiva e
indicada. Estos tres niveles de prevención deberían conllevar cambios objetivos en los
programas, siendo los que se dedican a prevención universal menos extensos e intensos,
mientras que los que se dirigen a población selectiva e indicada tendrían un mayor
número de sesiones y un trabajo más exhaustivo sobre los factores de riesgo y
protección. No siempre esto es así ya que, tal y como puede verse en el Anexo I, algunos
programas figuran en los tres niveles. En estos casos, puede entenderse que nada
impediría que, en los niveles selectivo e indicado, el programa de prevención fuese
aplicado de forma más intensa o extensa (p. ej.: extendiendo o repitiendo las sesiones), o
bien se concibiera como un complemento en compañía de otras intervenciones que
refuercen su impacto.
De acuerdo con esta clasificación, se ha hecho una somera revisión de los programas
existentes en la base de datos del Registro Nacional de Prácticas y Programas
Preventivos (NREPP) basados en pruebas empíricas, perteneciente a la Administración
de los Servicios de Abuso de Sustancias y de Salud Mental de Estados Unidos (siglas en
inglés SAMHSA), que puede verse en el Anexo I. No se han considerado como
programas de prevención familiar, aquéllos de otros ámbitos de prevención (escolares,
laborales o comunitarios) o con un componente familiar con poco peso en el conjunto de
la intervención. Todos estos programas tienen algún tipo de refrendo empírico que indica
que son efectivos, ya que han sido revisados y evaluados por revisores independientes.
Pueden existir programas efectivos que no estén consignados en el NREPP ya que la
inscripción del programa en dicho registro es voluntaria.
De acuerdo con la fase evolutiva a la que van dirigida, los programas pueden focalizar su
atención en familias que tengan hijos en las siguientes etapas:
- Embarazo y desarrollo temprano (hasta 1 año)
- Primera infancia (0-5 años)
- Infancia (6-12 años)
- Adolescencia temprana (13-14 años)
- Adolescencia (15-17 años)
- Adultos jóvenes (18 en adelante)
Cada fase evolutiva puede exigir contenidos diferentes del programa. En las primeras
etapas se incluyen actividades dirigidas a mejorar las habilidades de crianza, dar
información sobre aspectos esenciales de cuidado, o mejorar el acceso de la familia a
recursos sociales. En las fases más avanzadas, las actividades van también dirigidas a
que los padres mejoren sus conocimientos de las características asociadas a la
adolescencia, sus posibilidades de éxito en el control de la conducta de los hijos fuera del
hogar, tanto en la escuela como en la relación con los iguales, o el manejo del conflicto
familiar.
- Objetivos de la prevención familiar
Desde un punto de vista genérico, puede decirse que el objetivo de los programas de
prevención familiar es modificar la presencia de factores de riesgo y protección en las
familias, reduciendo o eliminando los primeros e incrementando los segundos. Sin embargo, también puede afirmarse que los factores de riesgo y protección son muy variados, por lo que es más correcto hablar de objetivos en plural, que serán tantos como factores diferentes se pretendan modificar. Los factores de riesgo y protección podrían dividirse en dos grandes apartados: los llamados factores estructurales, que hacen referencia esencialmente a la composición, constitución y estatus de la familia, y los factores funcionales o relacionales, que se refieren al campo de las relaciones entre los distintos miembros de la unidad familiar (Velleman et al., 2005).
En el primer caso se han estudiado variables como la monoparentalidad, la composición y
el tamaño de la familia, el orden de nacimiento, la clase social, y otras variables que
hacen referencia a características constitutivas de la familia y/o sus miembros.
En el segundo caso, las variables relacionales más comunes han sido las habilidades
relacionadas con el cuidado de los hijos, el conocimiento y uso de los recursos sociales, el
vínculo padres-hijos, la cohesión familiar, las pautas de comunicación, la gestión familiar,
las habilidades educativas, el modelado de conductas, o la influencia de los padres y otros
miembros de la familia sobre el consumo de los jóvenes.
Los factores estructurales o bien son de difícil o imposible modificación, o bien se
encuentran fuera de la esfera legítima de acción de los programas de prevención. Por
ejemplo, carece de sentido que un programa de prevención familiar se marque como
objetivo modificar la clase social o cambiar la composición de una familia. Esto hace que
este tipo de factores no se objetivos de los programas de prevención familiar, lo que no
debe entenderse en absoluto como un problema, pero sí pueden ser indicadores útiles en
la selección de la población para la prevención selectiva.
Técnicas y aproximaciones o enfoques en prevención familiar
Los objetivos que se mencionan en la tabla 1 son alcanzados con programas de intervención que surgen, principalmente, de dos tipos de modelos teóricos, los modelos
de déficit y los modelos de disfunción. Según los primeros los programas de prevención
tienen que tratar de mejorar o implantar una serie de habilidades de las que se carece en
la familia. Según los segundos, la conducta de consumo en los hijos no es más que el
producto de una serie de interacciones disfuncionales en la familia. En algunos programas
pueden verse combinadas intervenciones que provienen de ambas perspectivas teóricas
− Apoyo familiar domiciliario: Son intervenciones preferentemente dirigidas a padres
con alto nivel de riesgo (prevención selectiva o indicada) y con hijos menores de
cinco años. Se realizan en el hogar. Se dirigen inicialmente a familias en crisis. Su
objetivo primordial es satisfacer las necesidades básicas familiares y tratar la crisis.
Este tipo de intervenciones suponen la movilización de recursos sociales o sanitarios
al domicilio familiar o el traslado de un gestor de caso a una familia en crisis o en una
situación de alto riesgo, con el fin de que facilite la utilización de los servicios que
permitan afrontar dicha situación. Las principales ventajas de este sistema es su bajo
coste y la mayor facilidad para que los padres puedan implicarse en el programa. Si
tenemos en cuenta que el principal problema de los programas de prevención se
encuentra en la captación de las familias que más lo necesitan, este tipo de
programas pueden ser una opción aceptable para llegar a familias que, de otra
forma, no podrían ser abordadas.
− Formación parental: Son intervenciones de carácter cognitivo conductual que están
dirigidas a mejorar las habilidades educativas y comunicativas de los padres. Pueden
utilizarse en la prevención tanto selectiva como indicada de familias con hijos de 6 a
11 años. Pueden ser individuales o grupales, pero siempre de carácter interactivo.
Las técnicas que se utilizan son todas las relacionadas con el entrenamiento en
habilidades, tales como el rol-playing, el modelado por observación en vivo o por
medio de sistemas audio-visuales, la práctica directa, la asignación de tareas para
casa, la observación y la elaboración de registros, etc. No se trata, por tanto, de una
simple «escuela de padres» en las que los conferenciantes disertan sobre lo que es
correcto o equivocado en el ejercicio de una eficaz función paterna, sino que se
busca que los padres adquieran habilidades específicas, de las que carecen, por lo
que se deben combinar métodos que transmitan información con otros más activos,
en los que se modelen las conductas deseadas. El componente de entrenamiento en
habilidades parentales no tiene un programa específicamente dirigido a reducir el
consumo de drogas, sino que su propósito es conseguir que los padres ejerzan su
función educativa y de control con más eficacia. Por lo tanto, los resultados que se
pueden esperar de su correcta aplicación son una mejor supervisión y comunicación
con los hijos, un mayor dominio de las técnicas más efectivas de disciplina, un mejor
cumplimiento de las normas paternas, junto con la consiguiente reducción de todo
tipo de conductas disruptivas por parte de los hijos. El éxito de su aplicación es
tiempo-dependiente. Para que sea eficaz debe abarcar un mínimo de entre 31 a 100
horas, dependiendo de la cantidad de riesgo familiar.
− Formación en habilidades familiares: Son intervenciones de carácter
multicomponente que se dirigen no sólo a los padres, sino también a los hijos y la
relación que mantienen entre ellos. Se utilizan en los tres tipos de prevención, tanto
universal como selectiva e indicada. Su población destinataria son familias con hijos
entre 6 y 14 años. Sus objetivos son cambiar y mejorar el funcionamiento familiar,
enseñando, por ejemplo, habilidades de comunicación y técnicas de solución de
problemas a padres e hijos, habilidades educativas o de manejo familiar a los padres,
o estrategias de afrontamiento de los problemas o conflictos familiares. Este tipo de
programas no focalizan su actuación sólo sobre los padres sino también con los hijos
a través de técnicas para mejorar sus habilidades de afrontamiento y comunicativas,
o su actitud hacia las drogas, entre otros objetivos.
− Terapia familiar: Este tipo de intervención se produce cuando se identifica riesgo en
un adolescente que ya está siendo tratado por presentar algún problema (trastorno
de conducta, problema académico) que suele ser un precursor o estar asociado al
consumo de sustancias. Su aplicación es de carácter indicado, aunque su estructura,
por sesiones terapéuticas, está más cerca del tratamiento que de una aplicación
preventiva estricta. La terapia familiar cuenta con tres formatos concretos en el
campo de la prevención selectiva del abuso de drogas: la Terapia Familiar Breve
Estratégica, la Terapia Funcional Familiar y la Terapia Multidimensional Familiar.
La utilización de la prevención familiar como un ingrediente de un programa más amplio
es bastante frecuente ya que la familia es un agente socializador de primera magnitud no
sólo por su acción directa sobre los jóvenes, sino también por su influencia directa en
otros contextos de intervención. Desde esta perspectiva, tienen una amplia tradición las
intervenciones familiares asociadas a programas de prevención escolar. Existe una
revisión (Terzian y Fraser, 2005) que estudia los programas de intervención familiar de
carácter universal que optimizan la aplicación de la prevención realizada en la escuela.
Este tipo de programas se dirigen a las familias desde una perspectiva radicalmente
escolar, es decir, se aplican en la escuela no solo por ser el sitio donde es más fácil
captar a las familias, sino también porque implementan estrategias o técnicas que buscan
vincular a los padres con la acción educativa del colegio.
La parte familiar de estos programas tiene como objetivo incrementar la implicación de los padres en las tareas escolares, reforzando la relación familia – escuela, y mejorando así la gestión familiar. Las técnicas que se utilizan son similares a las que se describen en el cuadro anterior, a excepción del énfasis que se pone en fomentar la relación padres –
escuela con sesiones que animan las relaciones profesores – padres y promueven el éxito
en la escuela de los hijos.
Factores relacionados con el éxito de las intervenciones familiares
Antes de entrar a pormenorizar las características que identifican a los programas de
prevención que funcionan, es conveniente indicar que cuando se analizan las condiciones
que determinan el éxito de un programa se debe partir siempre de la idea de que la
efectividad no está únicamente determinada por las características del mismo o por la
calidad de la aplicación. No todo lo que explica el éxito del programa está dentro del
mismo, ni en la forma en la que se aplica. Los programas comunitarios, entre los que se
encuentran los de prevención familiar, están íntimamente interconectados y la utilización
coordinada y planificada de intervenciones preventivas en diversos ámbitos puede tener
efectos sinérgicos positivos en los resultados. Dicho de otra forma, la programación
preventiva y de promoción de la salud que tiene éxito debe adoptar una perspectiva mutifactor, multi-sistema, multi-nivel que atienda las múltiples influencias y vías de desarrollo (Bond y Hauf, 2004).
Es posible entonces que un mismo programa aplicado de la misma forma a poblaciones
aparentemente idénticas, pero en contextos diferentes, produzca resultados distintos.
Esto hace extremadamente difícil la evaluación de programas y justifica una cierta
dispersión de resultados, no siempre debida a problemas metodológicos. El análisis
ecológico es muy difícil, pero es probablemente el único posible.
5.1. Características del programa y sus componentes
De acuerdo con la última revisión de estudios sobre la efectividad de los programas de
prevención familiar, hablan de las características del programa en su conjunto (cómo se
diseña, cuál es su relevancia, cómo se aplica y evalúa), pero también dicen algo en
relación a sus componentes, exigiendo que tengan un enfoque amplio y se centren en
fomentar relaciones positivas, aplicar procedimientos de aprendizaje activo o que sean
evolutivamente apropiados.
En un estudio meta-analítico (Kaminski, et al., 2008) en el que se analizaron 77
evaluaciones publicadas de programas de entrenamiento parental, se hizo un análisis de
los componentes que contribuyen de una forma más decisiva al éxito de esos programas.
Los resultados indicaron que los programas más eficaces tienen componentes que
incrementan las habilidades de comunicación emocional y las interacciones positivas
padres – hijos, enseñan a los padres habilidades educativas como el uso del tiempo fuera
(véase Anexo 2), enseñan la importancia de la consistencia en la acción parental y de la
interacción con sus hijos, aprendiendo nuevas habilidades durante la realización de las
sesiones del programa. Los componentes de los programas que menos efecto alcanzaron
fueron la formación de los padres en resolución de problemas, la promoción de
habilidades cognitivas, académicas o sociales de los hijos, y los que aportan servicios
adicionales.
Aunque no figura entre las conclusiones del anterior estudio meta-analítico, se menciona frecuentemente que el timing de la aplicación es esencial (Small et al., 2009). Con esto se quiere decir que uno de los factores esenciales que condiciona la efectividad de un programa es que se aplique en el momento adecuado, tal y como se indica en la tabla 4.
Una de las posibles razones es que las familias estarán más receptivas en tiempos de
cambios o crisis. No obstante, y asociado también con el concepto de timing de aplicación, también es frecuente que se mencione que los programas tendrán tanto más efecto cuanto primero se actúe sobre los factores de riesgo y de protección. Eso sí, en cada momento es necesario utilizar los contenidos de prevención que se ajusten al momento evolutivo, tanto del hijo como de la familia (Bühler y Kröger, 2008).
Un factor muy importante que modula la efectividad del programa es el sexo de los
adolescentes que lo reciben. Así, en un estudio con un largo seguimiento de once años de 429 familias que recibieron el programa PDFY (Preparing for the Drug Free Years), se encontró que sólo se redujo el abuso de alcohol entre las adolescentes a través de la
mejora de las habilidades prosociales, mientras que en los varones no tuvo ese efecto
(Mason et al., 2009). Este dato se repitió en diversas revisiones (Kumpfer y Alvarado, 2003; Kumpfer y Johnson, 2007).
En otro sentido se orientan los resultados de una investigación (Haggerty, Skinner,
Fleming, Gainey, y Catalano, 2008) que midió la efectividad de un programa «Focus on
Families» (ahora llamado Families Facing the Future) aplicado a una muestra de
pacientes que recibían tratamiento con metadona. En este trabajo, 130 familias de
pacientes que recibían tratamiento en dos clínicas de metadona fueron asignadas
aleatoriamente bien al grupo experimental donde se les aplicó la intervención preventiva, bien al grupo control, donde se les aplicó el tratamiento usual. Los resultados obtenidos tras un período de seguimiento promedio de 13,79 años, apuntaron a una reducción significativa de la probabilidad de desarrollar un trastorno por uso de sustancias entre los hijos varones del grupo experimental, pero no sucedió lo mismo entre las mujeres.
Por último, en un extenso análisis de los programas de formación de padres (Lundahl,
Risser, y Lovejoy, 2006), en el que se pretendía conocer el efecto que ejercen sobre la
conducta disruptiva de los hijos, se pudo comprobar que este tipo de intervención
funciona peor con las familias que tienen menos recursos, en cuyo caso la metodología
que obtiene mejores resultados es el abordaje individual frente al grupal.
Captación y retención de familias
Este punto se desarrollará con más detenimiento en el siguiente capítulo, no obstante
haremos un sucinto apunte en este apartado.
La captación de las familias es el mayor talón de Aquiles de la aplicación de los
programas de prevención familiar universal (Al-Halabí, Secades, Errasti, Fernández-
Hermida, García y Crespo, 2006). No es posible hacer prevención tal y como se han
diseñado los programas si las familias no aceptan participar en las sesiones de
intervención. Pero además de ser imposible la realización de los programas en el contexto
comunitario, tampoco es posible obtener una idea clara de su efectividad o eficiencia, ya
que las dificultades de captación pueden ir aparejadas a un notable sesgo en las familias
que acuden voluntariamente a los programas, con la consiguiente distorsión de los
resultados. En un estudio reciente (Hill, Goates, y Rosenman, 2010) se ha podido
comprobar que el SFP 10-14, un programa de prevención familiar universal, produce un
claro efecto de autoselección en las familias que participan voluntariamente en el
programa. Esta autoselección puede producir efectos favorables al programa o
desfavorables, dependiendo en este caso, de la edad de los jóvenes participantes. Las
familias de los chicos y chicas de menor edad que acuden al programa es más probable
que tengan hijas y que sean de raza blanca (¿estatus social, laboral y educativo más
alto?), mientras que entre las familias de los jóvenes de más edad (13-16 años)
predominaban las que tenían más problemas de funcionamiento familiar, menor consumo de drogas en los jóvenes y pertenencia a una minoría étnica. En todo caso, en ambos casos las familias que asisten no parecen representar a aquellas que pueden tener más problemas con hijos consumidores de drogas, y ese es un grave problema para un
programa que está dirigido a reducir los factores de riesgo que conducen a los jóvenes a
consumir drogas.
En un trabajo publicado en el año 2001 (Bauman, Ennett, Foshee, Pemberton, y Hicks,
2001), se examinaron las variables o correlatos que condicionaban la participación de los padres en un programa de prevención familiar de baja exigencia (Family Matters
Program). En el análisis de regresión se encontró que las variables que más influían eran
la raza (mayor participación de blancos no hispanos), el nivel educativo de la madre (a
más nivel educativo más participación), el sexo del adolescente (más probable la
participación si es mujer), la convivencia con los dos padres (menos participación si es
hogar monoparental), la expectativa de consumo de tabaco en los hijos (a más
expectativa más probable la participación), la creencia en el consumo actual (más
participación si se pensaba que el hijo no fumaba), el consumo de los padres (más
participación si los padres no fumaban) y el vínculo familiar (más participación si el
adolescente se sentía fuertemente vinculado a sus padres).
En un estudio español publicado en el año 2006 (Al-Halabí et al., 2006), las variables que más influencia tuvieron en la captación de las familias fueron el número de hijos, el nivel educativo de los padres, el uso de drogas por parte de los hijos, la presencia de conflicto familiar, el estilo de crianza, las relaciones padres – hijos y el patrón de comunicación familiar. De ese mismo año hay un estudio australiano (Beatty y Cross, 2006) que investigó cuáles serían las condiciones que debe tener un programa para facilitar la participación. Los padres identificaron numerosas dificultades, e indicaron que los programas que quisieran eliminar barreras deberían poder ser aplicados en casa, no ponerles en entredicho, ser fáciles de leer, poder realizarse en poco tiempo, ser fáciles de utilizar, divertidos e interactivos. Esos programas deberían además tratar temas como las habilidades básicas de comunicación con los hijos, y reportar algún tipo de pequeñas recompensas para los jóvenes que participen.
Dado el factor crítico que supone la captación y la retención de las familias para el éxito
del programa, se ha propuesto que además de los principios de efectividad mencionados
más arriba, es necesario e imprescindible incorporar procedimientos que permitan mejorar la participación (Kumpfer y Alvarado, 2003; Kumpfer y Johnson, 2007). Entre otros se encuentran: el fomento de las relaciones entre los padres y la cohesión del grupo, el fomento de las relaciones de colaboración con las familias, las invitaciones personales y el uso de incentivos (suministro de comidas, cuidado de los niños, pago del transporte, pago a las familias por su tiempo, etc). Además, se deben ofertar las siguientes condiciones (Lochman y Van den Steenhoven, 2002): utilizar un lugar que sea conocido por las familias como sitio de reunión y ofrecer «buenos programas»
Sesiones de recuerdo
Los efectos de las intervenciones familiares sobre los factores de riesgo, y su posterior
traslado a los objetivos preventivos, como la reducción de las prevalencias de consumo
en los jóvenes, están modulados por el paso del tiempo. Hay resultados muy diversos que indican que en algunos casos los efectos se mantienen, mientras que en otros se
difuminan o desparecen. De ahí la importancia de que los estudios que analizan la
efectividad de los programas cuenten con tiempos de seguimiento post-intervención
suficientemente largos, que permitan juzgar adecuadamente el efecto sobre conductas
que se van a extender por períodos de tiempo relativamente largos (por ejemplo desde los 12-13 años hasta los 22-23).
Las intervenciones preventivas son muy limitadas en el tiempo y se pretende que sus
efectos alcancen un período temporal muy dilatado. No es extraño que se haya pensado
que las sesiones de recuerdo o de potenciación de los efectos, podrían ser una solución
para garantizar resultados más estables a medio y largo plazo. Esa es precisamente la
idea que subyace cuando se programan este tipo de sesiones en el Strengthening
Families Program 10-14.
En un estudio reciente (Tolan, Gorman-Smith, Henry y Schoeny, 2009), se quiso poner a prueba experimentalmente la utilidad de estas sesiones. La intervención utilizada fue el programa SAFE Children de carácter selectivo, con un componente dirigido a familias que viven en comunidades con altos niveles de pobreza y bajos recursos económicos y sociales. Se compararon los resultados obtenidos, a lo largo del seguimiento, en dos grupos, uno con una sola aplicación, y otro en el que se hicieron dos aplicaciones, la segunda tres años después, del programa. Hay que señalar que este trabajo es uno de los pocos en los que se utiliza asignación aleatoria de las familias al grupo control y al experimental (con sesiones de recuerdo). De acuerdo con los resultados se observan efectos muy modestos en algunos indicadores, con tamaños del efecto siempre por debajo de 0,31. Así, en lo que se refiere al ámbito de la conducta infantil y la competencia social, las sesiones de recuerdos fueron útiles (con una p≤0,05, pero un tamaño del efecto – d de Cohen – de -0,29) para el apartado de impulsividad, y con un menor nivel de significación, para la agresión, la concentración y la adaptabilidad. Sin embargo no tuvieron ningún efecto en hiperactividad, habilidades sociales y liderazgo. No hubo tampoco diferencias significativas en las prácticas parentales, ni en las relaciones familiares. No se evaluó el consumo de drogas.
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VI. Estrategias para captar, motivar e incentivar la colaboración y la participación en los programas preventivos centrados en la familia
Introducción: ¿cuál es el problema?
Uno de los mayores retos a los que se enfrenta el campo de la prevención familiar es
comprometer a los padres en dichas intervenciones. Como ya se ha comentado en el
capítulo anterior, se han numerosos obstáculos en el reclutamiento y la participación
recogida por la mayoría de los programas es muy modesta. La falta de participantes en
estos programas de prevención son preocupante especialmente si tenemos en cuenta que, a diferencia de los programas de tratamiento, este tipo de intervenciones confían casi
exclusivamente en el reclutamiento de los participantes para obtener la población
necesaria para sus intervenciones.
A este respecto, ya en la década de los 90, Spoth, Redmond, Hockaday, y Shin (1996)
llevaron a cabo un estudio en el que examinaban las principales barreras que impedían la
participación de los padres en intervenciones familiares, identificando 28 barreras
importantes relacionadas con la valoración de la intervención propuesta, las creencias y
actitudes acerca de este tipo de intervenciones, y especialmente con los factores
relacionados con la disponibilidad de tiempo, los requerimientos logísticos de la
investigación y las influencias de los miembros de la familia.
En otro estudio muy citado, Cohen y Linton (1995) encontraron que, mientras que la
respuesta de los padres a los cuestionarios de evaluación enviados a través de sus hijos
junto con la invitación a participar en un programa de prevención fue alta (65%), la
asistencia real al programa resultó muy baja (10%). Además, ocurrió que los padres que
respondieron a la encuesta y participaron en el programa fueron los que tenían menor
déficit en habilidades de gestión familiar y los que mantenían las mejores relaciones con
sus hijos, comparados con aquellos padres que respondieron a los cuestionarios pero
luego no participaron.
En esta investigación, los autores también analizaron los factores
que contribuyeron a la baja participación de los padres en el programa y encontraron que
entre ellos destacaban los siguientes:
(1) la negación del problema por parte de los padres,
(2) el alto consumo paterno de alcohol y tabaco informado por los hijos, –que puede provocar que los padres se sientan intimidados o piensen que van a ser criticados
(3) la falta de familiaridad con la escuela,
(4) la situación marital, –los padres solteros participan menos–, y
(5) el sexo del hijo, –los padres de las chicas participan en mayor medida que los de los chicos.
Por último, Cohen y Linton (1995) comentaron un aspecto de gran interés en el estudio del reclutamiento de los padres en intervenciones preventivas: la intención de los padres de asistir a un programa no es un predictor fiable de su asistencia real al mismo. Muy pocos de los padres que comunican su disposición a participar en la intervención llegan a hacerlo realmente. Este hallazgo se repitió en un segundo estudio publicado por Cohen y Rice (1995) y en otros estudios de nuestro país que han evaluado la disposición de los padres para integrarse junto a los educadores en las labores preventivas (Durán, Peris-Miró, y Selles, 1996; Pallarés Hurtado, y Llopis Llacer, 1993).
Los resultados de esas experiencias indican que los padres manifiestan, en general, una
buena disposición para involucrarse en las labores preventivas, pero, de hecho, su
participación real en las acciones propuestas es muy escasa, así como también lo es su
nivel de utilización de recursos comunitarios como las AMPAS o las asociaciones de
vecinos. También es un dato comprobado que el padre se muestra mucho menos
dispuesto a participar que la madre. De hecho, en nuestra sociedad, la educación de los
hijos es una tarea que se delega principalmente en las madres, que constituyen la
inmensa mayoría de los asistentes a las actividades preventivas, llegando a una
proporción de más del 90% de los casos (Pinazo y Pons, 2002).
Es necesario destacar aquí la necesidad de implicar a los padres (hombres) en esta tarea. Probablemente habría que utilizar convocatorias específicas para ellos, en la medida en que puede ocurrir que no se sientan involucrados en estas tareas o que no acudan por temor a sentirse «en minoría». También sería recomendable sensibilizarles sobre la importante labor que pueden desempeñar en la educación de los hijos y en la riqueza que pueden aportar a los programas de prevención familiar. En todo caso, para obtener los mayores beneficios posibles de las intervenciones familiares, es muy necesaria la convergencia de estrategias educativas por parte del padre y de la madre. En la medida en que sus actuaciones sean consistentes y coherentes entre sí, existirá mayor probabilidad de tener éxito como educadores, al tiempo que se reduce el conflicto y mejora la calidad de las relaciones familiares.
En relación con esto, Pinazo y Pons (2002) realizaron un estudio en nuestro país con el
objetivo principal de conocer la opinión de los padres y madres respecto a su implicación
e intereses hacia la prevención del consumo de drogas en los alumnos de enseñanzas
básicas y medias. Estos autores preguntaron a los padres sobre su implicación en las
actividades escolares de tipo preventivo y encontraron que cerca de un 90% afirmaba que
participaría en tales actividades, lo que indicaba una disponibilidad importante. Sobre la
preferencia de métodos didácticos empleados en estas actividades preventivas, los datos
reflejaron que cerca de la mitad se decantaron por el procedimiento de la charla
informativa, y casi el 30% lo hicieron por el método del vídeo. Menos de una quinta parte
de los padres prefirió que las actividades preventivas consintieran en cursillos.
Obviamente los efectos preventivos de las charlas son mucho menores, pues no puede
pretenderse dotar a los padres de los conocimientos, actitudes y comportamientos
necesarios para actuar como agentes preventivos con una simple charla informativa o con
un simple vídeo. Por otro lado, las razones por las que los padres dejarían de asistir a
estas actividades resultaron ser muy variadas, aunque destacaban aquéllas relacionadas
con el trabajo, es decir, el principal motivo por el que un padre no asistiría a estas
acciones preventivas en la escuela de sus hijos sería por estar trabajando en ese
momento. Pero mucho más interesante consideraron los autores el estudio del tiempo que
un padre dedicaría o estaría dispuesto a invertir en este tipo de procedimientos
educativos. Tan solo un 15% de los padres dedicaría más de una hora y media semanal a
actividades escolares relacionadas con la prevención y la mitad de la muestra dedicaría
semanalmente un máximo de una hora. Los autores consideran que este nivel de
implicación propuesta por los padres es escaso. Ahora bien, aunque las charlas
informativas tengan una potencia muy limitada y sean claramente insuficientes como
estrategia de prevención familiar, sí pueden utilizarse como método de captación o
«puerta de entrada» para ofertar el programa, o para «despertar» a los padres y a las
familias en relación a la necesidad de mejorar la calidad de sus relaciones familiares.
También pueden ser útiles para detectar familias en riesgo y orientar o derivar a otros
recursos o intervenciones preventivas. En todo caso, son una buena oportunidad para
generar una reflexión en la familia sobre los procesos de la adolescencia y los cambios o
mejoras que pueden establecerse entre padres e hijos, y aumentar así la probabilidad de
que asistan a programas de prevención familiares que posteriormente se oferten en
contextos similares.
Estrategias de reclutamiento
Es de vital importancia que los programas de prevención familiares dediquen los recursos
necesarios para lograr tasas de participación satisfactorias, ya que lo contrario genera
problemas importantes tanto en el ámbito clínico como en el de investigación.
En primer lugar, porque tasas pobres de captación suponen que un número sustancial de
familias no reciba los beneficios de las intervenciones preventivas, y que por lo tanto
muchas familias desatendidas experimenten disfunciones psicosociales que precisamente
estos servicios están destinados a atajar. En segundo lugar, un reclutamiento pobre
genera sesgos en la selección de la muestra que recibe estos servicios. Estos sesgos
pueden causar una evaluación imprecisa de las verdaderas relaciones entre las variables
que se estudien en una determinada investigación, lo que representa una seria amenaza
a la validez interna y externa de estos estudios. Finalmente, disponer de procedimientos
potentes de captación de muestra es un requisito indispensable para compilar datos de
cara a realizar seguimientos a largo plazo en las muestras seleccionadas para las
intervenciones preventivas (Stout, Brown, Longabaugh, y Noel, 1996). No obstante, a
pesar de las dificultades previamente mencionadas, diversos autores han ofrecido
estrategias de diverso alcance entre las que podríamos destacar las siguientes (Prinz y
Miller, 1996; Springer, Wright, y McCall, 1997):
− Los esfuerzos de captación de familias son significativamente más rentables en
aquellos programas que mantienen una colaboración estrecha con las actividades
de la comunidad y con otras organizaciones locales ya que tienen mayor
notoriedad y aceptación social.
− Esta aceptación puede ser aumentada ofreciendo intervenciones congruentes
desde un punto de vista cultural, contratando personal que esté vinculado a la
comunidad e involucrando a antiguos participantes y a otros padres que
recomienden el programa.
− El personal dedicado al reclutamiento debe estar especialmente entrenado para
ello y dedicar una parte significativa de su tiempo a la tarea de la captación de
participantes.
− Los incentivos por participar y la provisión de fondos para contrarrestar las
barreras para la participación (transporte, cuidado de niños…) son indispensables
catalizadores de una participación fiable.
Ya en la década de los 80, Laudeman (1984) señaló la importancia de implicar a los
padres en los grupos educativos sobre drogas, especialmente a aquéllos padres a los que
denominó como «apáticos» o «poco implicados». Estas familias se caracterizarían por
tener altos niveles de estrés y un apoyo social escaso, además de otros predictores
desfavorables como dificultades económicas, aislamiento social, y abuso de sustancias.
Además, suelen percibir menos distrés en su funcionamiento cotidiano, con lo cual se
encuentran menos motivadas para invertir tiempo y esfuerzo en actividades para niños
que «no tienen problemas». Para su «captación» sugirió realizar llamadas telefónicas,
establecer contactos personales previos, enviar notas escritas o visitarlos en sus
domicilios. Así mismo, propuso emitir anuncios por la radio y planificar cuidadosamente
las sesiones para que no coincidieran con momentos que facilitaran las excusas para no
asistir (días festivos, acontecimientos deportivos, etc.). En términos prácticos esto se
traduce en que los monitores del programa deben enviar información o llamar a los padres
a sus casas, presentando un servicio desconocido para la familia e intentando enfatizar la
importancia de participar en un programa preventivo sin alarmar a los padres y sin que
perciban que se les critica por su incompetencia en la educación de sus hijos.
Uno de los trabajos de investigación de referencia a este respecto serían los de St. Pierre
y Kaltreider (1997) acerca de las estrategias más eficaces para captar a los padres de
adolescentes con altos factores de riesgo en programas preventivos familiares. Estos
autores proponen la utilización de incentivos de interés para los padres, tales como
pequeños premios y recompensas económicas o dotarles de un diploma al final de la
intervención, así como recordarles las fechas y horarios de las reuniones mediante
diferentes fuentes (llamar por teléfono a los participantes el día anterior de la puesta en
marcha del programa, hacer visitas al hogar o entregar a los padres un calendario con las
fechas y las horas de las sesiones del programa).
De forma más concreta, proponen las siguientes estrategias, basadas en un estudio longitudinal de tres años con una muestra de familias con hijos de 11 y 12 años:
− Identificar a la persona adecuada para aplicar el programa.
− Transmitir claramente el objetivo del programa.
− Construir una relación basada en la confianza mutua, el respeto y la igualdad.
− Respetar la intimidad de los padres y fomentar, al mismo tiempo, una vinculación
positiva entre los miembros del grupo.
− Procurar un acceso fácil, con recordatorios e incentivos.
− Ser flexible pero persistente.
Diferentes autores han usado estrategias similares a las mencionadas para incrementar la
participación de los padres en programas preventivos de tipo universal, aunque todas
ellas sin el éxito pretendido. Así por ejemplo, Cohen y Linton (1995) han propuesto
diferentes técnicas, muy similares a las previamente mencionadas, entre las que se
encontraban las llamadas telefónicas personales, el envío de varias cartas de aviso de las
sesiones a través de los hijos antes de las reuniones, la participación de padres o madres
con cierta ascendencia sobre el resto de posibles participantes como intermediarios en el
reclutamiento, el ofrecimiento de transporte para desplazarse a las reuniones y, en ciertos
casos, el uso de incentivos con los adolescentes para que motivaran a sus padres para
participar en el programa de prevención propuesto. Por su parte, Becker et al. (2002)
defienden que la principal estrategia de reclutamiento supone captar el interés de los
padres evaluando o calculando los factores de riesgo y de protección dentro del contexto
específico de la familia con el objetivo de crear un calendario de trabajo para llevar a cabo una intervención preventiva.
Otro estudio realizado por Hahn, Simpson, y Kidd (1996) se centró en examinar
específicamente cuáles serían las estrategias más recomendables para promover la
adherencia de los padres a un programa de prevención universal de consumo de alcohol,
tabaco y otras drogas desarrollado en el contexto escolar. En este trabajo los autores
encontraron que la mejor actuación para garantizar la participación de los padres y
madres en los programas sería utilizar una combinación de distintas estrategias:
- La principal estrategia y núcleo del reclutamiento de los padres sería conseguir
que los hijos estén interesados en el programa y, por lo tanto, insistan a sus
padres para que participen. El entusiasmo por las actividades escolares
manifestado por los niños resultó ser el aspecto primordial de la participación en
este estudio. Estos autores también proponen recurrir a pequeños premios para
los adolescentes que les motiven a pedir a sus padres que acudan al programa. - En segundo lugar, los requerimientos básicos para la participación consistieron en proveer a los padres y madres de transporte, cuidado de los hijos y pequeños
incentivos materiales. Entre estos incentivos se encontraban los diplomas del
programa, rifas, cupones de descuento en determinadas compras o la
combinación de las actividades con comidas o meriendas donde padres e hijos
fueran los protagonistas. - En tercer lugar, defienden la posibilidad de combinar distintas estrategias y
canales de comunicación con los padres para promover su implicación en la
intervención preventiva. Aquellos programas dirigidos a las familias que utilizan
distintas técnicas como enviar materiales preventivos y cartas de presentación del programa a los padres y recurren a entrevistas telefónicas o a visitas al hogar,
mostraron los mejores niveles de implicación de los padres dentro de la población general. - En cuarto lugar, los autores señalan la importancia de las actitudes del equipo
directivo y del personal del centro escolar hacia los padres en la decisión de los
padres de participar cuando el programa se desarrolla en este contexto. Así, la
calidad de la relación de los padres y madres con los tutores, los profesores y
otras figuras dentro de la escuela van a influir en su disposición de participar o no en el programa ofertado. - La quinta estrategia se refiere a la importancia de cuidar al máximo la convocatoria al programa, prestando especial atención al uso de una aproximación «no culpabilizadora» hacia los padres en la presentación y difusión de la intervención preventiva. Los padres de hijos con problemas de consumo pueden sentir que no van a salir bien parados de la comparación con los demás y, en especial, los padres consumidores pueden sentirse avergonzados y preocupados porque los demás juzguen su conducta y ser reacios a participar en las sesiones si en la presentación del programa no se aborda explícitamente esta cuestión.
- La última estrategia sería fomentar en la escuela actividades previas que también
soliciten la colaboración de los padres. Es probable que los padres que se sienten
activamente involucrados en las actividades escolares de sus hijos tengan una
mayor motivación para participar en las propuestas preventivas.
Ferrer, España, Pérez, y Sánchez (1993) proponen las siguientes fórmulas para incrementar la participación de los padres:
− Cuidar a fondo las estrategias de convocatoria realizadas desde la escuela.
− Contar con la participación de los profesores y las AMPA en estas convocatorias.
− Acercarse a diversos subgrupos de padres para conseguir su implicación.
− Utilizar complementariamente vías alternativas a la escuela para llegar a los
padres (medios de comunicación, escuelas de adultos, asociaciones vecinales,
entidades ciudadanas, consultas médicas, etc.).
− Llegar a los padres a través de los hijos, ya que de esta manera se implica al hijo
en la dinámica educadora y se facilita que los padres modifiquen sus
comportamientos y percepciones ante la educación de sus hijos.
− Contextualizar la intervención preventiva en el marco de los problemas globales
del barrio o de la localidad.
− Proceder con cautela al tratar el tema de las drogas legales/ilegales por las
reacciones emocionales negativas asociadas a estas últimas.
Un estudio importante acerca de las estrategias para reclutar familias de alto riesgo en
intervenciones preventivas fue llevado a cabo por Hogue, Johson-Leckrone, y Liddle
(1999), en el que plantean la importancia de una serie de tareas previas de preparación
para el reclutamiento de familias, así como unas directrices generales y específicas para
llevar a cabo las propias estrategias de captación de las familias.
Veámoslas por partes: respecto de la preparación previa para la tarea de reclutamiento
Hogue et al. (1999) entienden, en primer lugar, que es muy conveniente afilarse con una
institución u organización comunitaria que goce de cierto prestigio, ya que otorga gran
credibilidad a los programas de prevención familiares y reduce reacciones negativas o de indiferencia por parte de los padres, que podrían recelar de los responsables del
programa y preguntarse por qué razón deberían confiar en ellos o hacerles caso. Además, las instituciones comunitarias también pueden proveer información acerca de cómo contactar con las familias más inaccesibles, así como resultar de gran ayuda para captar a las familias indecisas, interviniendo directamente en el proceso de reclutamiento.
En segundo lugar, se debería usar una plantilla de personal entrenada para actuar como
reclutadores, preferiblemente los propios monitores que luego trabajarán con los padres y las familias, ya que la mayoría de los padres prefiere hablar desde el principio
directamente con la persona con la que van a trabajar.
En tercer lugar, los reclutadores que se centren en captar población de alto riesgo deben
tener presente que es probable que este tipo de familias tengan problemas diarios de
convivencia, con lo que pueden adoptar la postura de que el programa puede ayudarles a
afrontar adecuadamente problemas tanto a largo plazo como preocupaciones inmediatas.
También se puede describir el programa como una oportunidad de ayudar a la familia «a
ir por buen camino» y ofrecer a los jóvenes una orientación para preparar su futuro
cuando los problemas de la adolescencia y de la juventud inevitablemente surjan.
Respecto de las directrices generales de las estrategias de reclutamiento, Hogue et al.
(1999) afirman que los protocolos deben permitir la máxima flexibilidad en la confección
del proceso de captación de participantes en los programas de prevención para
adaptarlos a las necesidades de cada familia. No obstante, señalan un par de
recomendaciones básicas para todas las familias:
− Las familias responden mejor a las convocatorias cuando se realzan los
componentes positivos y los puntos fuertes del programa («nuestro programa
ayuda a los padres a seguir ejerciendo una influencia positiva sobre sus hijos») en
lugar de los temas encaminados a solucionar los déficit de la familia («nuestro
programa enseña habilidades parentales»).
− Las visitas familiares son más costosas que el reclutamiento telefónico por el
tiempo y el esfuerzo que suponen, por lo tanto, estas visitas sólo deben ofrecerse
cuando el contacto telefónico sea inadecuado para la tarea de captación, por
ejemplo, en aquellas familias que expresan interés por el programa pero
consideran que ya están sobrecargadas de responsabilidades cotidianas, familias
que se muestran ambivalentes, y familias que muestran desconfianza ante un
programa desconocido.
Obviamente, las estrategias de reclutamiento serán efectivas en la medida en la que la
plantilla de reclutadores esté bien respaldada por el propio programa.
En cuanto a estrategias específicas de reclutamiento, no conviene olvidar que el contacto telefónico inicial mediante el que se informa a los padres de los principales contenidos y objetivos del programa supone una oportunidad para «enganchar» a las familias, dependiendo de las diferentes preocupaciones y objetivos que éstas manifiesten. Es habitual que los protocolos presenten procedimientos generales de captación, pero, como se señaló más arriba, deben permitir a los reclutadores confeccionar sus estrategias en función de las necesidades individuales de cada familia. Así, tras una pequeña introducción sobre el contexto comunitario al que pertenece el programa, el monitor ya puede recoger un feedback preliminar de los padres.
Según Hogue et al. (1999), los padres suelen responder de acuerdo a alguno de los tres siguientes patrones:
- Los padres expresan alguna preocupación sobre su hijo, como problemas
escolares o conductas oposicionistas. El monitor debe solicitar detalles específicos
sobre esos problemas y reforzar a los padres empatizando con sus
preocupaciones y con su interés por un desarrollo adecuado de su hijo.
Posteriormente el monitor debe intentar personalizar el programa haciendo
hincapié en la parte de resolución conjunta de problemas, y evitando generalizar
acerca de los problemas de los hijos o del programa. - Los padres relatan que actualmente no tienen problemas con su hijo, pero que
están preocupados por los problemas que pudieran aparecer durante la
adolescencia. El monitor debe intentar obtener detalles acerca de la naturaleza de
esas preocupaciones y evitar hacer suposiciones generales. Cuando los padres
expresen de manera más específica sus inquietudes, el monitor debe empatizar y
reconocer sus preocupaciones, hablando concretamente sobre cómo el programa
se centra en esos aspectos y señalando que aprender acerca del comportamiento
normal de los adolescentes, pieza clave de cualquier programa, puede ayudarles a aliviar dudas e incertidumbres cuando sus hijos crezcan. - Los padres no comentan ningún problema o preocupación acerca de la situación
familiar actual y se muestran confiados en sus aptitudes para manejar los
inconvenientes que puedan surgir en el futuro. El monitor debe comenzar
admitiendo la capacidad de los padres para manejar las diversas etapas que
experimentan los niños y las familias. Después debe acentuar que el programa no está indicado para chicos con problemas o padres en crisis, sino que se trabaja con familias que funcionan bien para dotarles de apoyos extra y revisar sus habilidades parentales de cara a un período de tiempo en el que los chicos pueden enfrentarse a la presión de los compañeros y a influencias negativas por parte de éstos. Así, el programa se presenta como una oportunidad de reforzar los aspectos positivos ya existentes en la familia para protegerles contra posibles
riesgos y asegurar que los chicos se desarrollen adecuadamente.
Con aquellas familias acepten participar en el programa, debe fijarse una cita
inmediatamente para realizar una evaluación inicial. De todas maneras, durante el primer contacto, la mayoría de las familias expresan cierto interés, pero se muestran reacias a comprometerse del todo. En estos casos, el monitor puede ofrecerse a visitarles en sus casas para charlar con más detalle sobre el programa y para solucionar las posibles dificultades que tengan para participar. Estas visitas suponen una poderosa demostración del compromiso del programa para ayudar a las familias y ajustarse a sus necesidades. Si la familia acepta la visita, el monitor debe seguir los procedimientos trazados más arriba, sacando partido de la oportunidad de utilizar presencialmente sus habilidades o estrategias de captación con las familias indecisas.
Si durante esta visita la familia accede a participar en el programa, debe concertarse una
cita antes de que el monitor se vaya. Las familias que rehúsen participar pueden ser
invitadas a rellenar un pequeño cuestionario para identificar los motivos por los cuales no les interesa el programa, ya que puede ser interesante para conocer las características de la muestra que rechaza participar en el programa y para modificar las estrategias de
reclutamiento.
Posibles alternativas
Algunos autores defienden las alternativas de prevención no presenciales ya que los
problemas en la asistencia a los programas impiden el alcance de los objetivos de las
intervenciones preventivas. Este tipo de actividades suelen ser más flexibles en sus
tareas y horarios dado que utilizan materiales escritos o actividades que han de ser
completadas por las propias familias en sus hogares.
En distintas experiencias, se han desarrollado y evaluado programas preventivos del
consumo de drogas legales que constaban de tareas para casa que los adolescentes
debían completar con la colaboración de sus padres y madres, obteniendo notables
incrementos de la participación de los padres y madres. Los datos aportados recogen que alrededor del 80% de los padres supo de la existencia de estos programas, cerca del 70% los conoció a través de sus hijos, aproximadamente el 50% de los padres y madres
indicaron que por lo menos uno de ellos trabajó con su hijo en alguna de las actividades y al menos el 33% de las familias completó el programa (Villar, 2003).
Ahora bien, hay que tener en cuenta que estos datos favorables sobre la participación de
los padres en este tipo de actividades preventivas son contrarrestados por la menor
potencia de la intervención, ya que los programas no presenciales con tareas para casa
tienen una capacidad muy limitada con respecto a la modificación real de los hábitos
educativos. Este tipo de actividades promueven debates entre padres e hijos sobre las
drogas y los problemas derivados de su consumo, sobre las reglas familiares acerca del
consumo y sobre las consecuencias derivadas del incumplimiento de las mismas, pero no alcanzan a modificar otros comportamientos parentales que no estén relacionados
directamente con la comunicación entre padres e hijos. Por lo tanto, este tipo de
propuestas preventivas pueden ser útiles para distribuir información y proporcionar a las
familias actividades guiadas y discusiones provechosas dentro de la prevención del
consumo de drogas en los adolescentes, pero para conseguir cambios conductuales
serían necesarias intervenciones mucho más intensas (Villar, 2003).
El papel de los incentivos
El uso de incentivos económicos para modificar la conducta en el ámbito de la salud
parece gozar de cierta notoriedad en la actualidad no sólo en el campo de la prevención
de problemas de salud sino también en el del tratamiento de tales problemas. Así, si bien el tema que nos ocupa es la prevención familiar del consumo de drogas, la provisión de incentivos se ha utilizado también en otro tipo de intervenciones preventivas como estrategia para aumentar la captación y la retención de la población objetivo de tales intervenciones.
Tal es el caso de la intervención en problemas de salud como la tuberculosis o las
vacunas contra la hepatitis B, donde se comprobó que el uso de pequeños incentivos
mejoró la adherencia a las prescripciones médicas en adultos. Así mismo, diversas
investigaciones han señalado que los incentivos monetarios aumentaron la asistencia y la participación en programas de prevención de SIDA y de enfermedades de transmisión
sexual especialmente de individuos con altos factores de riesgo. Lo mismo ocurrió con la asistencia a programas de prevención de la enfermedad cardiovascular y otros programas de modificación de diversos factores de riesgo para la salud: colesterol, obesidad, sedentarismo, tabaquismo y uso del cinturón de seguridad (Al-Halabí y Errasti, 2009).
Si nos centramos de manera específica en la prevención del consumo de drogas
encontramos varios estudios que hallaron diferencias significativas en la participación en los programas de prevención en función de la utilización de incentives, algunos de los cuales ya hemos comentado en el apartado anterior. Tal es el caso del estudio de Leakey, Lunde, Koga, y Glanz (2004) en el que se llevó a cabo un programa de prevención de consumo de tabaco entre escolares de enseñanza media, encontrando una mayor tasa de participación en el grupo donde distribuyeron diversos materiales e incentivos.
En otra investigación llevada a cabo por Grady, Gersick, y Boratynski (1985) los autores valoraron la posibilidad de incentivar económicamente a los padres para participar en un programa de entrenamiento de habilidades parentales de 12 horas de duración, y así, pagaron a los participantes para compensarlos de los gastos de desplazamiento por acudir a dicha intervención, consiguiendo la participación de una cuarta parte de los convocados.
St. Pierre y Kaltreider (1997) realizaron un estudio acerca de las estrategias más eficaces para implicar en programas familiares a los padres de adolescentes con altos factores de riesgo relacionado con el consumo de drogas y la conducta antisocial. Los autores señalaron como principio general que para conseguir la participación de los padres y madres es necesario hacer accesible y atractivo el programa a la población objetivo. Para ello puede utilizarse incentivos de interés para los padres, tales como pequeños premios y recompensas económicas o dotarles de un diploma al final de la intervención. También Prinz y Miller (1996) afirmaron que los incentivos por participar y la provisión de fondos para contrarrestar las barreras para la participación (transporte, cuidado de niños…) son indispensables catalizadores de una participación fiable en los programas de prevención familiar.
Al-Halabí y Errasti (2009) estudiaron el uso de incentivos como estrategia para aumentar la asistencia y reducir abandono en un programa de prevención familiar llevado a cabo en el contexto escolar. Concretamente, se pretendió conocer el efecto de la entrega de un pequeño incentivo tras la asistencia a las sesiones principales del programa «Familias que Funcionan» sobre la tasa de asistencia a todas las sesiones del programa (incluidas la de mantenimiento) y el abandono del mismo. El incentivo consistió en un vale de 10 € para gastar en un conocido centro comercial de la zona.
Tales incentivos se entregaban tras finalizar cada una de las siete sesiones principales del programa en uno de los IES seleccionados, mientras que otros IES ejercían de grupo
control. Durante las sesiones de mantenimiento, aplicadas dos meses después, este
incentivo no se entregó. Nótese que el valor del incentivo es modesto. Esto fue así porque el interés del estudio radicaba en conocer la eficacia que pudieran tener incentivos económicos asumibles por instituciones públicas. Por otro lado, parece claro que grandes cantidades de dinero podrían atraer a un mayor número de población, pero no parece una alternativa viable para la mayoría de los ayuntamientos o servicios sociales, que suelen tener presupuestos ajustados.
La entrega de estos incentivos aumentó el número de padres que asistieron al programa
respecto al grupo control y también redujo las tasas de abandono, aumentado así la
adherencia al programa. Uno de los aspectos más interesantes de los resultados
encontrados fue que la presencia de los incentivos tuvo un efecto significativo sobre la
asistencia a las sesiones de mantenimiento a pesar de que no se entregaron durante las
citadas sesiones, lo cual permite suponer que su efecto se mantiene más allá de su mera
presencia. Una explicación plausible de este resultado es que los incentivos hayan
servido para comprometer inicialmente a los participantes un tanto indecisos, pero
posteriormente, a medida que el programa avanzaba, los propios elementos positivos e
interesantes de las sesiones pasaron a ser reforzantes por sí mismos. Así, es probable
que estemos ante un fenómeno que se explica aludiendo al cambio de una motivación
extrínseca para asistir (los incentivos) a una motivación intrínseca basada en el propio
programa y en el aprendizaje personal realizado.
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La importancia del centro escolar
Es conocida la importancia y la influencia que tiene el centro escolar tanto en la formación académica de los jóvenes como en diversos aspectos del desarrollo durante la infancia y la adolescencia. Esta influencia se ejerce tanto de forma directa a través del ambiente escolar, los compañeros, los profesores, etc., como de manera indirecta, a través de las actitudes y la implicación que los padres tienen hacia el lugar donde sus hijos cursan sus estudios académicos.
Numerosos estudios citan algunos de los beneficios de esta participación e implicación de los padres en las actividades del colegio de sus hijos, que incluyen mayor rendimiento académico, actitudes positivas hacia el estudio, menor absentismo escolar, aumento del tiempo que los estudiantes pasan con sus padres y mejores niveles académicos. Además, algunos autores han visto el contexto escolar como una alternativa interesante para la prevención y la intervención en problemas familiares. La meta última consistiría en proporcionar desde el colegio una oportunidad para promover cambios positivos en la conducta de los padres y de los niños (Al–Halabí Díaz, Errasti Pérez, Fernández Hermida, Carballo Crespo, Secades Villa, y García Rodríguez, 2009).
No existen muchos estudios que ahonden en la relación entre el centro escolar y la
asistencia de los padres a las intervenciones preventivas, pero los que se han publicado a
este respecto señalan que ciertos aspectos de los centros escolares pueden influir en la
decisión de los padres de participar en los programas de prevención. Algunas de esas
características hacen referencia a las creencias de los padres y sus actitudes hacia el
colegio, su percepción acerca de la información que reciben sobre sus hijos, la calidad de la instrucción académica y el reconocimiento de los alumnos o el tamaño del colegio.
Si nos centramos de manera precisa en el estudio de la asistencia a los programas de
prevención encontramos que varios autores establecieron acuerdos con colegios locales
para asegurarse la asistencia de los participantes a los que se dirigía el programa. Este
método le facilitaba el acceso a la población por varios motivos: (1) disponían de la
información necesaria para establecer contacto con las familias (teléfono, dirección postal, etc.), (2) les proporcionaba referencias directas de algún alumno que tuviera problemas académicos o conductuales, y (3) gozaban de cierto nivel de credibilidad para la mayoría de los padres. Otros programas, adicionalmente, desarrollaban sus estrategias de reclutamiento dentro de otro tipo de organizaciones comunitarias, tales como centros recreativos para adolescentes, centros sociales o servicios sociales (Al-Halabí et al.,2009). Hahn et al. (1996) señalaron la importancia de las actitudes del equipo directivo y del personal del centro escolar hacia los padres en la decisión de éstos de participar cuando el programa se desarrolla en este contexto. Así, la calidad de la relación de los padres y madres con los tutores, los profesores y otras figuras dentro de la escuela puede influir en su disposición de participar o no en el programa de prevención ofertado.
Una investigación realizada por Al-Halabí et al. (2006) y Al-Halabí et al.
(2009) sugiere que la percepción por parte de los padres de la credibilidad que les ofrece
la entidad que convoca a un programa de prevención (en este caso el centro escolar)
puede ser una variable determinante de la asistencia de los padres a los programas de
prevención familiar.
Tal y como afirma Matellanes (2002), existe cierto consenso acerca de que el medio
educativo es el espacio ideal de intervención cuando hablamos de prevención universal.
De hecho, se trata del contexto en el que se ha desarrollado la mayor parte de los
programas preventivos ya que dichas intervenciones se han centrado con frecuencia en el personal docente. Pero existen otras cuestiones importantes que no conviene olvidar a la hora de intervenir con los padres en el ámbito escolar.
Por una parte, en nuestro país la participación de los padres en el funcionamiento
cotidiano de los centros es escasa, por lo tanto, sería deseable que esta participación
fuese mayor, aunque eso supondría sacudir las raíces de algunos aspectos muy anclados
en el sistema educativo y en la percepción de los padres acerca de los colegios. Por otra
parte, en el propio ámbito escolar se cuenta poco con los padres a la hora de implementar y ejecutar los programas. Así, en ocasiones los profesores sienten que se invaden sus competencias y ello se refleja, a su vez, en las tasas de participación de los padres en este tipo de actividades. Por lo tanto, es evidente que las familias deberían adquirir un papel un poco más destacado en los centros escolares, pero también es evidente que esa relación es difícil y que en ocasiones puede convertirse en una fuente de pequeños conflictos entre padres y profesores (Matellanes, 2002).
En este sentido Calafat y Amengual (1999) mencionan una serie de condiciones
necesarias para la participación de los padres:
− Debe informarse a los padres de los proyectos de la escuela acerca de la
prevención del consumo de alcohol y otras drogas e invitarles a participar en la
definición de los objetivos de dichas actividades.
− Es necesario que los padres perciban esta invitación como auténtica, lo que
significa que efectivamente se tendrán en cuenta sus puntos de vista ya que, a
veces, los padres tienen la impresión de que sólo son necesarios para cumplir las
instrucciones de la escuela o para proporcionar recursos o apoyos a algunas
actividades. Una mayor implicación requiere que se les considere como
participantes reales en la educación de sus hijos.
− No se debe concentrar toda la responsabilidad de la educación en los padres, pero
tampoco presentar la escuela como el contexto en el que se puede arreglar todo.
− Es necesario tener en cuenta que para muchos padres resulta complicado abordar
algunas cuestiones aisladamente en casa, y por lo tanto la escuela puede
apoyarles o suplir ese déficit a través de los programas y las actividades de
educación para la salud.
− Puede ser que el profesorado perciba la participación de los padres como una
injerencia, y que haya padres que prefieran que la escuela se ocupe de toda la
responsabilidad educativa. Por ello, es necesario que ambos, padres y profesores,
colaboren de una forma beneficiosa para todos.
Conclusiones
Un ingrediente esencial para el éxito de las intervenciones preventivas de carácter familiar
contra el consumo de drogas es que los padres asistan a tales intervenciones, y además
lo hagan motivados por el bienestar de sus hijos. A pesar de que la inmensa mayoría de
los padres afirman estar dispuestos a participar en un programa de prevención, la realidad
es que hay una fuerte auto selección que determina que participen en los programas
fundamentalmente madres preocupadas por el bienestar de sus hijos. Así mismo, se ha
podido comprobar que los padres que están menos inclinados a participar en los
programas preventivos son los que menos se habían implicado previamente en la
educación de sus hijos (Al-Halabí, 2007).
Al mismo tiempo, en el momento en que la actividad preventiva exige un esfuerzo
continuado se producen altas tasas de abandono. Las razones para que los padres no
acudan pueden ser muy variadas, pero no caben dudas acerca de que éste es un asunto
fundamental que probablemente requiera de una gran cantidad de recursos para obtener
resultados no siempre satisfactorios.
Puede resultar paradójica la discrepancia entre la alta disponibilidad aparente de los
padres para participar en los programas y las dificultades para su reclutamiento cuando se ponen en marcha actividades preventivas. Es posible que una razón para esta actitud se encuentre en la baja validez aparente de las estrategias preventivas o bien en la escasa
aceptabilidad para sus destinatarios, cuyo estado de opinión sobre el fenómeno de la
drogodependencia en jóvenes puede estar en ocasiones distorsionado (Secades y
Fernández, 2007). Esta distorsión se refleja en ciertos aspectos como la actitud indulgente hacia el uso de las drogas legales y de rechazo más severo hacia las ilegales, la tendencia a asociar consumidor de drogas y delincuente, y la tendencia a no ver la
relación que existe entre la dinámica familiar y el riesgo de consumo para los propios
hijos. Así, todas estas creencias, y otras que probablemente no se conocen con claridad,
trabajan en contra de la implicación parental en los programas de prevención (Pinazo y
Pons, 2002; Secades y Fernández, 2007).
Parece ser que dentro del conjunto de variables que se citan en la literatura como
predictores y relevantes de la participación de los padres se revelan como más
significativas las siguientes:
- El nivel educativo de los padres.
- Los beneficios percibidos por la intervención.
- Las creencias y actitudes hacia la misma.
- Las barreras para participar (tiempo, horario, etc.).
- El estatus marital.
- El nivel de ingresos familiares.
- Las actitudes de los padres hacia el personal del centro escolar o la credibilidad de dicha institución.
- El uso de incentivos contingente a la participación.
Algunas de estas variables, por su propia naturaleza, no pueden ser modificadas (p. ej. el
estatus marital o el nivel de ingresos familiares), pero sí pueden ayudarnos a entender
mejor el fenómeno del compromiso paterno en los programas familiares y mejorar los
procedimientos de convocatoria a este tipo de intervenciones. De esta manera, podremos optimizar la asistencia y adherencia a dichos programas y, por tanto, conseguir el fin último para el que trabajamos, esto es, dotar a los padres de habilidades útiles y relevantes acerca de aspectos de la dinámica familiar que puedan ayudarles a prevenir consumos problemáticos en sus hijos. Cualquier otra intervención no preventiva que se hiciera una vez desarrollado el problema de abuso de sustancias conllevaría mayores costes personales, sociales y sanitarios (Al-Halabí, 2007).
En todo caso, parece muy conveniente que los centros escolares se impliquen
activamente en este tipo de intervenciones y dispongan de personal cualificado para llevar a cabo este tipo de actividades (incluyendo la tarea de reclutamiento) algo que, por el momento, no ocurre con la necesaria intensidad.
Por otra parte, aquellas variables que sí pueden ser manipuladas (p. ej. el uso de
incentivos, ciertos aspectos del centro escolar o tal vez ciertas percepciones de los
padres) y que parecen ser factores importantes implicados en la asistencia a los
programas de prevención, deben ser incluidos dentro de las estrategias de captación que
se utilicen en el ámbito profesional con el objetivo de beneficiar a la población,
especialmente a aquélla con mayor cantidad de factores de riesgo para desarrollar serios
problemas de conducta, como el consumo de drogas.
Elaboración de un protocolo con el tipo de información que se va a dar a las familias y con la forma de responder en cada situación concreta (preparar respuestas motivantes para cada una de las dificultades para asistir que seas expuestas por los padres).
Establecer contacto con los centros escolares de la zona u otras organizaciones de prestigio local.
Fase previa
Distribuir material impreso (consultas médicas, farmacias, centros sociales…).
Enviar una carta personalizada desde el centro escolar (u otra institución de prestigio) y posteriormente establecer contacto telefónico.
Llegar a los padres a través de los hijos (ofrecer incentivos en las aulas: vales de descuentas en tiendas de ropa, música, cine…).
Ofrecer «becas» a familias sin medios para costearles el desplazamiento e informales de los incentivos disponibles.
Fase de reclutamiento
Contextualizar la intervención preventiva en el marco de otros problemas globales del funcionamiento familiar.
Entrega de material (manual para los padres, fichas con sugerencias prácticas…).
Entregar incentivos promocionales por la asistencia continuada (por ejemplo, cada 3 sesiones consecutivas regalar camisetas, imanes para el frigorífico o tazas personalizadas).
Fase de Intervención
Entregar diplomas al finalizar la última sesión.
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