Constelación en la imaginación
El proceso se desenvuelve ante la mirada interna del cliente; él visualiza el acontecimiento mientras está sentado en una silla, pudiendo, visualizar la primera imagen que muestra su representación interna de la constelación y con la guía del terapeuta, efectuar modificaciones tendientes a arribar a una imagen de solución. Antes de comenzar la visualización se le explicará en que consiste. “Le propongo algunos ejercicios y ud. Observará como se siente. Puede mantener los ojos abiertos o cerrados y modificarlo cuantas veces quiera. Cuando sienta la necesidad de una pausa podemos detenernos en cualquier momento. A veces los ayuda algún ejercicio de relajación. Este ejercicio breve, dura unos pocos minutos. Si le hace bien puede repetirse al principio de cada sesión. (Ver video) Mientras realiza el ejercicio, es un buen momento para observar la postura, expresión y patrón respiratorio. Así obtenemos información acerca de sus estrategias corporales de superación y sus patrones de tensión, que lo limitan como patrones de reacción crónicos, y podemos determinar aquellas áreas de su cuerpo que se ven afectadas especialmente por ello. Esta información podrá servirnos de punto de partida para nuestras posteriores intervenciones. Es necesario una buena anamnesis para no interrumpir con preguntas la constelación. Es útil en constante contacto verbal y no verbal. Cuando describe sus imágenes, el terapeuta observa la participación corporal y los sentimientos que expresa. Si debe interrumpir la sesión por alguna interferencia, no significa que se suspenda, sino que el cliente puede seguir avanzando en su proceso.
Se recurre a las visualizaciones durante una constelación como un movimiento más
dentro de la configuración con plantillas. Muchas veces sale a la luz el dato de que un
padre está mirando al consultante con enojo, por ejemplo, o que la madre no puede
mirar al consultante por estar ocupada mirando al piso.
Aprovechando que, durante la sesión individual, el consultante será, además, un
representante, puede efectuar movimientos como si fuera el padre o la madre
haciendo directamente una visualización, en lugar de agregar plantillas adicionales
para los abuelos, las parejas anteriores o demás.
Si, por ejemplo,hay suficientes señales para creer que alguna de esas personas
están vinculadas con la implicancia del consultante, quizás entonces sí puedo colocar
las plantillas y el movimiento se hace de una plantilla a otra. Si, en cambio, es
meramente algo que es necesario destrabar para llegar a otro punto esencial dentro
de la constelación, voy a proceder a pedir al consultante que cierre los ojos y
conducirlo hacia una imagen donde alguno de sus padres quizás se reencuentre con
alguien o bien se vuelva más chico frente a la mamá o el papá.
A continuación, se enumeran varios ejemplos de visualizaciones. El objetivo principal
de la visualización es agilizar el trabajo, por un lado, y, por el otro, se trata de una
herramienta que conviene utilizar con aquellas personas que sean más visuales,
aquellas en quienes la frase o el movimiento físico no producirían el mismo efecto. Se
puede corroborar lo anterior por la forma en que el consultante se expresa cuando le
toca hacer las veces de representante (por ejemplo, si describen lo que ven en lugar
de lo que sienten). Si bien es correcto pedirles que se concentren en lo que sienten
mientras están representando, si surgen descripciones visuales, estamos ante
información importante que debemos recaudar como parte de la sesión.
Visualización de la unión del padre y la madre
Imaginá a tu mamá y a tu papá mirándose el uno al otro. Puede ser que aparezca una imagen de cuando eran más jóvenes.
Observalos mirándose con cariño y observá cómo comienza a fluir el amor entre
ellos. Ese amor, sin importar cuánto haya durado, es real y grande, pero, por sobre
todo, es la razón por la que tenés la vida. Imaginá que se toman de la mano y se
conectan a través de ese gesto. Respirá profundo por la boca tres veces y, cuando
entre el aire a los pulmones, sentí cómo su amor te completa, te fortalece, te integra
y te acompaña. Si es posible, intentá sentir respeto y humildad frente a ese amor.
Visualización para obtener fuerza
Cerrá los ojos e imaginá que se abre un inmenso triángulo hacia atrás. Detrás, están
tus padres, con las manos apoyadas en tu espalda, desde donde vas sintiendo que
te transmiten fuerza y apoyo. Luego, imaginá que detrás de tus padres están tus
abuelos, los niños que faltan; más atrás aún, tus bisabuelos, y así imaginá cómo este
triángulo se va desplegando hacia atrás cada vez más: cada vez se suma más
gente, independientemente de si los conociste o no. Imaginá luego que una luz de
color (el que más te guste) va atravesando a cada uno de ellos hasta llegar a tus abuelos, pasa también por tus padres y entra en vos por la espalda, a la altura del
pecho. Imaginá cómo va ingresado esa luz, que es una fuerza que te empuja para
adelante, hacia tu destino. Hacé todo lo anterior con con los ojos cerrados y, cuando
sientas la fuerza que te empuja hacia adelante, da un pequeño paso en esa
dirección.
Visualización con las mujeres de la familia
Imaginá que tu mamá está detrás tuyo sosteniéndote por la espalda. Detrás está tu
abuela; más atrás, tu bisabuela; y así una larga cadena de mujeres. Respirá
profundo por la boca. Imaginá que una luz fuerte (del color que te guste) atraviesa a
cada una de ellas hasta llegar a vos. Respirá profundo por la boca tres veces más.
Visualización con la familia materna y con el padre como sostén
Imaginá que tu abuela materna está parada en un terreno desierto, mirando hacia el
otro lado. A lo lejos, podés ver cómo va acercándose su padre: quizás incluso podés
ver una imagen más joven de tu abuela. Imaginá el reencuentro y el abrazo entre
ambos, donde ella es la chica y el padre el grande. Luego imaginá a tu abuela
girándose, así queda su padre atrás, sosteniéndola. Aparece luego tu mamá, quien
observa esta escena, y a lo lejos aparece también su padre. Tu mamá abraza a su
padre y luego ella se gira y su papá queda detrás, sosteniéndola también. Luego
aparece tu papá: te acercás a él y te toma por los hombros hasta que te sentís
sostenido. Detrás de tu papá, podés imaginar una larga cadena de hombres. Usá la
pared para sostenerte y traer esta imagen a tu mente. Hacelo por un rato hasta que
la sensación se instale en tu interior.
Visualización con el dolor ancestral
Imaginá a tus padres enfrente tuyo: detrás podés ves a tus abuelos y a tus
bisabuelos, como una pirámide que progresivamente se va expandiendo hacia atrás,
cada vez más multitudinaria, con niños y adultos. Mirá a todos y decí:
“A cada uno de ustedes, los honro, los respeto y les doy un lugar en mi
corazón. Honro todo lo que sucedió: lo bueno y lo malo, que hizo
posible que hoy yo esté aquí con vida”.
“Tomo la vida que viene de ustedes al precio que les costó y que
también me cuesta”.
Respirá profundo (siempre por la boca): cuando inhales, tomá la vida con lo bueno y
con lo malo que trajo. Cuando exhales, soltá todo lo que no te pertenece. Aquello
que no te pertenece vuelve a los ancestros. Hacé todas las respiraciones necesarias
hasta que el dolor que estaba alojado en el pecho se desvanezca o se mitigue.
Imaginá que una luz (del color que te guste) atraviesa a cada uno de los que son
parte de este árbol, hasta que la luz llega a tus padres y luego llega a vos. Esa luz
entra por el corazón y contiene la bendición de los ancestros.
Respirá por la boca tres veces.
Girate y ubicate de espaldas a los ancestros. Da un paso. Respirá tres veces más por
la boca y da otro paso. Abrí los ojos.
Visualizaciones para detectar implicancias o enredos
Algunas veces, durante el transcurso de una constelación, podemos sugerir al
consultante que cierre los ojos y visualice a alguien: su padre, madre, abuelos,
etcétera y preguntarle si, durante la visualización, esa abuela o persona que está
visualizando viene acompañado de alguien más. También podemos preguntar hacia
dónde mira, cómo es o de qué forma se manifiesta su comportamiento. Si para llegar
a la lealtad sentimos que es necesario desentrañar alguna implicancia, es posible
recurrir a una visualización como la aquí descripta en lugar de continuar agregando
plantillas. Sin embargo, es importante recordar que no siempre es fácil para el
consultante ver esta información: dependerá, en gran parte, de cómo es el
consultante, sobre todo, si se trata de una persona muy visual o no.
Constelar con muñecos
Trabajar con muñecos es utilizar una herramienta de tipo simbólico. Mediante el trabajo con muñecos representamos de manera metafórica y visual. Los muñecos permiten representar elementos de un sistema (personas o conceptos) y la ubicación de los distintos elementos, en referencia a los demás, es una representación de la dinámica relacional. Los muñecos, al mostrar visualmente elementos y dinámicas, permiten objetivar, exteriorizar múltiples dimensiones o aspectos de la realidad personal del cliente. Este acto de sacar fuera, de posibilitar verlo sin necesidad de contarlo, de presentar una realidad atemporal y no secuencial, facilita tres tipos de procesos fundamentales en el espacio terapéutico:
Un proceso de integración personal: Se puede considerar que, en cierta forma, uno de los ejes fundamentales de un proceso terapéutico es que el cliente vaya ampliando el conocimiento que tiene acerca de su persona, de modo que cada vez pueda llevarse mejor consigo mismo y cuidarse más de acuerdo con sus necesidades. Frecuentemente, el hecho de “no conocerse” tiene que ver con los aspectos que la persona excluye de sí misma. Las razones y mecanismos por los que una persona puede excluir rasgos, sentimientos, episodios vitales, cualidades, estados y/o circunstancias. Entre ellos destacaría los intentos de evitar el dolor que conllevan determinadas vivencias y emociones (vergüenza, culpa, rechazo, frustración, etc.). Ya sea por haber vivido determinados sucesos donde la persona ha experimentado emociones intensas y desagradables y que no desea rememorar, por el condicionamiento creado a partir de estos episodios biográficos, o por la anticipación de respuestas negativas por parte del entorno, el hecho es que rechazamos o inhibimos aspectos de nosotros mismos que asociamos, por experiencias previas o por expectativas actuales, al padecimiento de dolor. Al mismo tiempo que las personas evitamos el dolor, nos esforzamos por conseguir el reconocimiento y la valoración de quienes nos rodean. En gran medida la necesidad de afecto, así como los mecanismos de apego y vinculación, son consustanciales al ser humano y facilitan, entre otras cosas, el desarrollo del individuo (y de la especie) como miembro de un colectivo en el que tiene que socializarse y aprender a convivir. Sin embargo, esta tendencia natural a la deseabilidad social y a la búsqueda de aprobación y reconocimiento, pone de manifiesto la delgada línea que separa la capacidad de vivir constructivamente nuestra naturaleza (con sus innumerables posibilidades y no muchas menos limitaciones), de la de hacerlo de una forma dañina y destructiva para nosotros mismos y para nuestro entorno. Así, frecuentemente y con gran facilidad, tendemos a subordinar nuestra identidad y nuestro bienestar a la mirada social. Cuando la necesidad de aprobación se eleva a una jerarquía superior a la necesidad de ser honestos con nosotros mismos y se convierte en el principal o único criterio de decisión en nuestra vida cotidiana, debemos plantearnos cual es el precio que estamos pagando o con qué factura nos encontraremos algún día. Posiblemente este precio tenga que ver con los efectos de haber excluido aspectos de nosotros mismos que no nos parecían aceptables, atractivos o valiosos. Al mantener apartados determinados rasgos o aspectos de nosotros mismos, nos vemos reducidos a funcionar como personas incompletas, potenciándose así el circulo vicioso de cuánto menos identidad propia tengo, más inseguro me siento y más necesitado estoy de la aprobación de los demás. Algunos casos ejemplifican estos mecanismos:
- Una mujer diagnosticada desde hace 15 años con esclerosis múltiple y que no es capaz de nombrar su enfermedad. En el trabajo con muñecos se observaba que la figura que le representaba a ella daba la espalda a la que representaba la enfermedad.
- Un hombre de 29 años que había sufrido las burlas de sus compañeros de escuela y que actualmente no podía mantener relaciones de amistad y tendía a enfrentarse verbalmente ante cualquier señal que interpretara de “abuso”. En el trabajo de muñecos fue impactante el efecto que tuvo que la figura de él como adulto abrazara a la figura que le representaba como niño; en sesiones posteriores hacía referencia a esa imagen como un anclaje al que acudir cuando se sentía mal y comentaba que ahora era capaz de acompañarse cuando le dolían las cosas sin abandonarse a través de la ira.
- Un hombre de 50 años, alcohólico y ex-heroinómano, con una gran sensibilidad hacia la belleza y el dolor humano. Reprime esta sensibilidad pues la considera poco “masculina”. En el trabajo con muñecos, elige para representar esa parte sensible una muñeca con un vestido blanco y la pone detrás de un muñeco que representa el alcohol que, a su vez, sitúa a la espalda de la figura que le representa a él. Al ver la imagen comenta espontáneamente: “quizás necesite buscar otra forma de protegerme de mi sensibilidad”.
Como se puede observar en los ejemplos comentados, la necesidad de integración de distintos aspectos de la persona puede ser de tipo sincrónico (aspectos que aparecen simultáneamente en un momento dado: polaridades, necesidades personales aparentemente poco compatibles, una enfermedad o un síntoma actual, etc.), o de tipo diacrónico (aspectos que aparecen a lo largo de una evolución o proceso temporal: sucesos biográficos como experiencias traumáticas o relaciones afectivas previas, reencuentro con el yo-niño, el yo- adolescente, el yo-actual o incluso la proyección de quien queremos llegar a ser). En cualquier caso, el trabajo con muñecos plasma mediante una metáfora visual este tipo de conflictos, concretando lo abstracto y provocando la vivencia emocional en el presente (aquí-ahora). Ahora bien, una vez que a través de los muñecos se ha mostrado algo, el terapeuta debe retirarse respetando la decisión del cliente de tomarlo o no.
Un proceso de asunción de la propia responsabilidad sobre el cambio: desde la idea de que el cliente no siempre es responsable de lo que le acontece y que, sin embargo, sí es el único responsable de mantenerlo o cambiarlo, con los muñecos se puede trabajar para que la persona amplíe su visión del problema, contemple cómo su actitud forma parte del mismo, genere y explicite actitudes alternativas y acceda a una imagen de solución, a sentirse esperanzado y capacitado para realizar cambios. Si bien hacerse cargo de los propios actos y sus consecuencias puede formar parte del proceso, lo que creo fundamental es la toma de responsabilidad sobre el propio bienestar. Las personas manejamos múltiples y variadas fórmulas para “echar balones fuera” y no asumir la responsabilidad de hacerlo lo mejor posible para ser felices dadas la circunstancias externas e internas que a cada cual le toca vivir. Así, es frecuente culpar a los padres o a la infancia vivida (“no supieron educarme”, “no me dieron cariño”, “me hicieron daño”). También resulta común justificar la imposibilidad de un cambio personal mediante la creencia de que el entorno no lo permitirá o de que no servirá para nada (“da igual lo que haga porque mi marido no va a cambiar”, “¿de qué me sirve cambiar si no voy a poder hacer lo que quiero?”, “si dejara de hacer lo que hago, mi familia sufriría”… ). Otro tipo de estrategia para no asumir la responsabilidad sobre nuestro bienestar es atribuirla a otros de manera que otorgamos a los demás el enorme poder de hacernos felices o infelices (“yo estaría bien si mi hijo estuviera bien”, “lo único que necesito para ser feliz es que mi esposa vuelva a mi lado”, “es imposible que pueda estar bien con el jefe que tengo”…).Por otra parte, conviene tener en cuenta que, estrechamente ligada a la necesidad de evitar el dolor que se ha comentado en el epígrafe anterior, existe también en nosotros una gran necesidad de búsqueda de control sobre el entorno físico y social. Como consecuencia de esta necesidad, el estado de incertidumbre resulta, por lo general y para la mayoría de las personas, enormemente aversivo. Un cambio en nuestra perspectiva, en nuestra actitud, en nuestro comportamiento o en nuestros hábitos supone, a este nivel, introducir algo nuevo y desconocido que, por tanto, nos provoca incertidumbre. Así, mientras sea posible, tendemos a evitar el cambio. Además, suele ser esta necesidad de controlar las respuestas del medio lo que nos lleva a las personas a crear y mantener conductas supersticiosas. Esto es, conductas que creemos eficaces para conseguir algo deseable o para evitar algo desagradable y que, sin embargo, está fuera de nuestro control.
Un ejemplo típico sería el no ir al médico para sentirse sano y a salvo de una enfermedad. Otro sería el no montar en el ascensor para no caernos (y, claro, atribuimos el habernos “salvado” al no haber subido en él, así que seguiremos sin hacerlo). También al contrario, al comportarnos habitualmente de una forma, por ejemplo maquillándonos todas las mañanas al salir a la calle, podemos atribuir el que el vecino nos diga buenos días amablemente a este hecho (habernos maquillado) y no a otras razones (que le caemos bien, que es una persona educada, que quiere tener mantener una relación cordial para que le votemos como presidente de la comunidad de vecinos, etc.). A lo mejor, no nos importa mucho que el vecino no nos salude pero ¿y si lo relacionamos con que una persona importante para nosotros nos quiera o le vaya bien?: “si estoy más delgada encontraré novio”; ”si me sacrifico para llevar a mi hijo al mejor colegio le irá bien en la vida”; “si no le doy disgustos mi madre dejará el alcohol”; “si estudio lo que mi padre quiere se sentirá orgulloso de mí”…
En definitiva, para promover el cambio, necesitamos tener en cuenta que si la persona no ha solucionado antes el asunto que le preocupa no es por falta de interés o de inteligencia. Muchos factores pueden estar dificultando dar el paso: poca confianza en su propia capacidad para hacerlo; miedo a las consecuencias o a las reacciones del entorno; miedo a lo desconocido (“más vale malo conocido que bueno por conocer”); la dificultad de renunciar a las ganancias secundarias (“cuando estoy mal me hacen caso”, “cuando no muestro mis sentimientos no me hacen daño”); …Sin embargo, en el espacio terapéutico, la persona puede encontrar un apoyo, impulso y acompañamiento en el proceso de cambiar, no tanto para ser una persona mejor o distinta sino para ser cada vez más ella misma y vivir su destino con toda la libertad y dignidad posibles.
Un proceso de reubicación dentro de un sistema: como se ha visto en los dos epígrafes anteriores, trabajar con muñecos facilita enormemente el proceso de ampliar la visión del mundo del cliente. Junto a los procesos de integración y de toma de responsabilidad sobre el propio cambio, es fundamental, especialmente en las sesiones de asesoramiento, ayudar al cliente a encontrar una buena posición o lugar de fuerza dentro de su sistema familiar, organizacional o socio-histórico. Así, trabajando desde una perspectiva sistémica no sólo nos dedicamos a rastrear problemas familiares a través del tiempo y el espacio sino que, sobre todo, se encuentran valiosos recursos para superar tanto dificultades personales como interpersonales. En este proceso es de gran ayuda apoyarnos en los órdenes (y no perder de vista los desórdenes) explicitados por Bert Hellinger: quién está excluido, quién se coloca por encima o por debajo, cómo se da y cuánto se toma.
El genograma es un formato para registrar personajes, hechos y datos relevantes del árbol genealógico del cliente, teniendo en cuenta tanto la familia actual como la de origen y recogiendo información de al menos tres generaciones ascendentes (padres-abuelos-bisabuelos). La entrevista del genograma forma parte de una evaluación cualitativa. No existen escalas para medir cuantitativamente la información, sino que se trata de una herramienta interpretativa que nos ayuda a generar posibles hipótesis de trabajo. Para sacar el máximo partido a este instrumento conviene ser riguroso y sistemático en el procedimiento de recolección de datos y, al mismo tiempo, ser creativo en la búsqueda de explicaciones tentativas, y parciales, de los datos recogidos. A su vez, esta creatividad necesita basarse en una subjetividad fenomenológica, que puede verse facilitada enormemente con el conocimiento y manejo de las evidencias empíricas recogidas
Son estas pautas redundantes las que nos permiten realizar hipótesis tentativas a partir del genograma. A menudo encontramos que lo que sucede en una generación se repite, de algún modo, en algunas de las tres generaciones siguientes. Aunque las mismas cuestiones tienden a aparecer de generación en generación, estas cuestiones pueden tomar distintas formas de manifestarse, generalmente contextualizándose en el marco socio-histórico correspondiente. Así, por ejemplo, si un abuelo perdió su casa durante la guerra, es posible que el nieto tenga serias dificultades para pagar la hipoteca de la suya. Si una abuela murió en el parto, es posible que las descendientes tengan dificultades para quedarse embarazadas o que sus embarazos no lleguen a término. Este fenómeno de repetición de asuntos se conoce como transmisión multigeneracional de pautas familiares, y se basa en la idea de que pautas vinculares en generaciones previas pueden suministrar modelos implícitos para el funcionamiento familiar en la siguiente generación. Existen muchos tipos de pautas vinculares en las familias: de distancia vincular, de triangulación emocional, de protección de legados o secretos, de devolución de deudas, de complementariedad o reciprocidad, etc. A través del genograma podemos estudiar históricamente el sistema familiar y evaluar no sólo los sucesos críticos pasados y actuales sino también los temas, mitos, valores, normas evolutivas y cuestiones con implicaciones emocionales de generaciones previas que aparecen de manera reitarativa y se constituyen en pautas o patrones identificables. Desde esta perspectiva, los hechos concurrentes en distintas partes de la familia no pueden considerarse coincidencias azarosas o, por el contrario, causalidades necesarias, sino que se conceptualizan como sucesos interconectados, es decir, sincronías. Así, parece que existe una mayor probabilidad de que los hechos críticos ocurran en un momento determinado y no en otro, especialmente en las transiciones del ciclo vital de la historia familiar.
Un ejemplo de ello sería el denominado síndrome de aniversario. Un chico de 19 años, que siempre había sido considerado como hijo y alumno ejemplar, había comenzado a suspender debido a pensamientos recurrentes sobre el suicidio. Al realizar el genograma, encontró en las generaciones anteriores hechos críticos de algunos miembros de la familia alrededor de esa edad: un primo carnal se había suicidado a esa edad; un tío había muerto en extrañas circunstancias a esa edad (se había caído de un balcón en estado ebrio); el hermano pequeño del abuelo paterno también había muerto a los veinte años al caerse desde la ventana de un tercer piso, aunque en este caso sonámbulo; y finalmente nos encontramos en la tercera generación de ascendientes que el bisabuelo (el padre del abuelo paterno) había desaparecido con esa edad al emigrar a Argentina, quedándose en España la mujer embarazada del segundo hijo y teniendo el primogénito (el abuelo) la edad de dos años. Parece que el suicidio y las muertes en extrañas circunstancias reproducen, a determinado nivel, la desaparición del bisabuelo en lo que se puede considerar “la flor de la vida”. No es de extrañar que un miembro de esta familia, que sea varón y se acerque a esa edad, sienta, aunque sea de forma inconsciente, ciertos temores a no poder continuar con vida. De la misma manera, parece que existe una mayor probabilidad de que determinados hechos críticos ocurran a unos miembros de la familia y no a otros, existiendo paralelismos llamativos en cuanto al sexo, orden de nacimiento entre hermanos y nombre compartido o “heredado”.
Un caso que puede ejemplificar esta idea es el siguiente: la consultante es una mujer de treinta años preocupada por su falta de ilusión en cuanto a la recién estrenada convivencia de pareja con su novio de toda la vida. Al hacer el genograma nos encontramos con un paralelismo entre la generación de los abuelos maternos y la generación siguiente, la de su madre y sus hermanas (tías de la cliente). El abuelo se llamaba Pablo y se casó con una mujer llamada María, que era la mayor de tres hermanas. Esta mujer murió muy joven y Pablo, el abuelo, se casó con la hermana mediana de María llamada Manuela. Pablo y Manuela tuvieron tres hijas a las que llamaron María, Manuela y Margarita (la madre de la cliente). María (tía) se casó y, curiosamente, su marido se llamaba Pablo. Años más tarde, María (tía)murió tras un proceso oncológico. Pablo, ya viudo, se casó en segundas nupcias con Manuela (tía). Para mí, lo más sorprendente de todo fue que la cliente sólo se diera cuenta de esta reiteración de nombres y destinos familiares al hacer con ella su genograma. Anteriormente no se había fijado en este paralelismo. Por otra parte, aunque no se llamaba María ni tenía hermanas, sí era la primogénita y su novio también se llamaba Pablo. ¿Es posible que este patrón reiterativo y trangeneracional pudiera estar relacionado con su “falta de entusiasmo” en relación a la convivencia de pareja (equivalente, hoy en día, a casarse en generaciones anteriores)?En definitiva, los sucesos que debemos rastrear durante la entrevista del genograma son aquellos que generan o fortalecen los vínculos o lazos entre los miembros del sistema familiar. Y ¿cuáles son éstos? Pues son todos aquellos hechos en los que el destino de un miembro de la familia se ve afectado significativamente. Dado que el sistema familiar funciona como un todo en el que los elementos son interdependientes, aquellos sucesos que afectan a uno de los miembros repercutirán necesariamente en los demás. El nacimiento y la muerte son los principales sucesos que vinculan a las personas entre sí (vínculo entre padres e hijos y vínculo entre perpetradores y víctimas), pero existen otros como el compromiso (fundamentalmente matrimonio y adopción o acogimiento), el cambio de situación económica (ruina y fortuna), el cambio de estatus (ruptura de un compromiso o contrato, desgracia o encumbramiento social), el cambio de residencia (mudanzas y migraciones), etc. El nacimiento de un hijo afecta a todo el sistema, no sólo a los padres y hermanos, sino también a los ascendientes en tanto que se constituye en depositario del legado familiar y supone la perpetuación del sistema. La muerte, así mismo, afecta enormemente al sistema, no sólo a los que conocieron a la persona fallecida sino a los que llegarán a partir de esa muerte. En el ejemplo anterior, las tres hermanas debían su vida no sólo a sus padres sino también a la muerte de su tía, primera esposa de su padre. Si se trata de una muerte causada voluntaria o involuntariamente por otra persona, tiene una repercusión aún mayor sobre el sistema, siendo necesario contemplar al causante de la muerte como la persona más vinculada al fallecido o a la víctima, pues ha ejercido un papel trascendental en su destino. De manera similar, cuando el sistema o uno de sus miembros se ve beneficiado por la pérdida o perjuicio de otra persona, también establece un vínculo con ella. La primera novia de nuestro padre a la que dejó, los soldados que cayeron muertos mientras nuestro abuelo sobrevivió, los hijos no reconocidos de nuestro bisabuelo siendo nuestra abuela la única heredera de la fortuna familiar, etc. Si en generaciones anteriores nos encontramos con deudas hacia nuestro sistema, la pauta vincular funciona de manera similar, pudiendo repetirse de manera paralela (alguien de la generación posterior sufre la misma pérdida) o complementaria (provocamos la pérdida de alguien que, a priori, no pertenecía a nuestro sistema).Hay que recordar que el genograma es el punto de partida de un trabajo tan apasionante y creativo como prudente y humilde. Ya sea desde los enfoques clínicos más reconocidos académicamente, como desde las propuestas teóricas y metodológicas más heterodoxas, necesitamos situarnos no sólo como terapeutas sino también como personas en la posición de máximo respeto, sin juzgar ni apostolar, dejándonos sentir toda la vida, el amor, el dolor, la fuerza y la dignidad que hay en los sistemas de nuestros clientes de la misma forma que lo hay en nuestro sistema propio aliados, consultor y consultante, para encontrar la puerta a un campo más amplio y de mayor fuerza tanto para el cliente como para nosotrosmismos.
Quién propone el trabajo
El trabajo es propuesto por el consultor/terapeuta a partir de la demanda del cliente así como de las hipótesis de partida según la entrevista, el genograma o el conocimiento que se tenga del cliente. Sin embargo, necesitamos el permiso del cliente para trabajar con nuestra propuesta. El cliente fácilmente aceptará y se mostrará interesado y colaborador si la propuesta es explicada de manera clara y concisa en términos de su demanda: ya sea porque la recoge o bien porque no consideramos que debamos trabajarla y, entonces, debemos explicar el por qué y la relación que hay entre nuestra propuesta y sus necesidades. A veces el cliente tiene una propuesta de trabajo (por ejemplo “ver la relación con mi abuelo”); nosotros debemos decidir entonces si se trata de un trabajo que le dará fuerza al cliente y al sistema o que la restará (por ejemplo si sentimos que se trata sólo de curiosidad, o que un cambio ya está produciéndose y se trata de la falta de aceptación del cliente respecto al tiempo que el cambio requiere, etc.). Cada terapeuta puede, y de hecho debe, trabajar desde el marco donde se sienta más cómodo. Para cada cuestión planteada existen numerosas, si no infinitas, posibilidades de abordaje.
En el caso de una persona que se encuentra dividida entre la necesidad de compromiso y la de libertad, podemos proponerle trabajar con muñecos, por ejemplo, de las siguientes maneras:
Sacar un muñeco para sí mismo, otro para la necesidad de compromiso y otro para su necesidad de libertad. En este caso trabajaríamos con la idea de ver como podría integrar ambas polaridades, ver como sitúa a su representante respecto a sus dos necesidades, permitir que afloren proyecciones y connotaciones respecto a cada uno de los polos, qué implica para él ponerse cerca de uno o del otro, etc.
Sacar un muñeco para sí mismo en el momento actual, uno para el niño que fue, otro para el adolescente, otro para el viejo que será. En este caso tendríamos en cuenta qué carga biográfica y qué significado emocional representa para el cliente cada una de las dos opciones, comprometerse-mantener su libertad, y también el proyecto de vida que se está planteando (¿cómo estará dentro de 5, 10 y 20 años eligiendo una u otra opción?).
Sacar un muñeco para él mismo, otro para su madre y otro para su padre. Así podríamos observar si necesita replantearse o cambiar su relación con sus progenitores y cómo puede estar influyendo la dinámica familiar establecida en su necesidad de escaparse(connotación negativa de la necesidad de libertad) o de atarse(connotación negativa de la necesidad de compromiso).Preguntarle sobre las relaciones y áreas de su vida donde vive el compromiso y en cuáles vive la libertad. Pedirle que saque muñecos para esas personas y aspectos. Por ejemplo, podría ubicar muñecos como la novia, el jefe y la hipoteca como experiencias de compromiso y su vocación de escritor, su sueño de viajar al polo norte y sus amigos como ejemplos de su necesidad de libertad. A partir de la primera disposición dada por el cliente podríamos pedirle que buscara un buen lugar para él. Así, mediante aproximaciones y consiguientes confrontaciones (¿ahora cómo se encuentra este muñeco que te representa en este nuevo lugar?; ¿de quién está cerca y cómo le hace sentir?, ¿de quién está lejos y cómo le hace sentir?,¿dónde le gustaría probar ahora?) podríamos facilitar el que llegara a un pacto realista donde el balance entre ganancias y renuncias fuera consciente y satisfactorio.
Quién elige los muñecos
Una vez que hemos propuesto el trabajo y los personajes que se van a ubicar inicialmente, es conveniente que sea el cliente quien escoja a los muñecos para representar a los miembros de su sistema que participan en el trabajo. El hecho de elegir facilita la implicación del consultante y a través de observar cómo mira los muñecos, cómo los coge, cómo los elige o descarta, etc. obtenemos mucha información sobre su actitud ante el trabajo, ante su sistema y ante los distintos miembros escogidos. Las instrucciones suelen ser: “Por favor elige a un muñeco que represente a X, otro que represente a Y, otro que represente a Z y otro que te represente a ti mismo. Primero escoge todos antes de colocarlos. No hace falta que se parezcan físicamente, ni que coincida el color del pelo o que sean del color con que frecuentemente vistan. Escoge aquellos muñecos que para ti mejor podrían representarles.”
Quién coloca los muñecos
En un primer momento el cliente es el más indicado para colocar a los muñecos tras la instrucción “ahora dales un lugar en este espacio; no lo pienses mucho, simplemente colócalos según creas que están situados. Puedes tener en cuenta quién está cerca de quién, quién mira a quién”. En algunas ocasiones los muñecos pueden ser utilizados por el terapeuta para explicar de manera visual algo pertinente en la sesión; en este caso es el terapeuta quien los coloca.
Quién mueve los muñecos
Principalmente el consultor es quien debe asumir la responsabilidad de moverlos según las resonancias que se produzcan a lo largo del proceso. El cliente puede mover el muñeco que le representa a instancias del consultor (“busca un buen lugar para ti”) o incluso de manera espontánea(por ejemplo, cuando expresan: “creo que ahora me encuentro aquí” o “no, ahí no me siento bien”), pero no debemos permitir que muevan los muñecos que representan a otros miembros. En caso de que pidan permiso para cambiar un muñeco de lugar o que pidan al terapeuta que mueva alguno, debemos sopesar si ese movimiento está dentro del orden o si “resuena” en nuestro interior como adecuado. En caso afirmativo podemos permitir el movimiento. En caso de que vaya en contra de los órdenes podemos permitir el movimiento para explorar el efecto que tiene sobre el sistema representado y facilitar así que el cliente pueda verlo. También podemos explicar la razón de por qué no sería un buen movimiento. Muchas veces el cliente expresa que él se encontraría bien si las demás personas hicieran tal cosa o se colocaran de tal forma. En ese caso, suelo contestar que yo no puedo acceder a su sistema o a los otros miembros de su familia, pero que él sí y que por ello se puede considerar el trabajo como una partida de billar, donde sólo podemos tocar nuestra bola pero que, cada vez que lo hacemos, cambiamos la configuración sobre el tapete y participamos en el curso de la partida.
Preguntar al cliente
Hay que preguntar al cliente mucho más que en un taller grupal de constelaciones o que en una sesión habitual de psicoterapia. Necesitamos estar continuamente en contacto con la imagen que el cliente está teniendo de la representación de manera que podamos darnos cuenta de sus puntos ciegos así como de sus insights o “darse cuenta” y utilizarlos provechosamente. Para ello conviene preguntar de manera abierta, para facilitar el proceso de explicitar lo evocado, siempre haciendo referencia a los muñecos, cortando cualquier intento de irse fuera del aquí y el ahora, no permitiendo una verbalización excesiva y utilizando un tono y un ritmo pausado para facilitar la expresión libre del cliente y que no se convierta en un interrogatorio. Algunas de las preguntas más efectivas son: “¿Cómo se siente ese muñeco que te representa a ti?, ¿y ese que representa a tu hermana?”; “¿Cómo se encuentra el padre aquí? ¿Dónde mira? ¿Si pudiera hablar, qué crees que estaría diciendo?”; “Mira esta muñeca que representa a la esposa de este otro y a la madre de este chico y de esta chica: ¿cómo crees que se puede sentir ahí? ¿Está a gusto? ¿Dónde crees que le gustaría estar?”. Por lo general, los clientes entran bien en el trabajo y se permiten “jugar” de manera abierta y espontánea. Sin embargo, hay veces que nos podemos encontrar con dificultades a la hora de que la persona se implique en el trabajo con los muñecos. Cuando un cliente comienza a responder a nuestras preguntas relatándonos emociones, cogniciones o sucesos que no tienen tanto que ver con la ubicación de los muñecos en la sesión sino con la idea que tiene de lo que está sucediendo en su familia en la vida real, es necesario atraer su atención a los muñecos y su disposición y pedirle que base su respuesta en lo que está observando en la configuración y no en lo que sabe o cree que está pasando fuera de la consulta: “sí, es posible que tu madre esté triste porque tu padre se ha ido, pero mira a la muñeca que le representa y fíjate en cómo podría sentirse esta madre situada aquí al lado de sus hijos”; “lo que me estás contando es lo que crees que está pasando con tus hijos y es importante para ti, pero necesito que en este trabajo te permitas abrirte a una realidad algo diferente a la que tú vives cotidianamente, como si los muñecos pudieran darnos pistas de otras cosas que pueden estar ocurriendo bajo la superficie”. También, a veces, por pudor o porque simplemente nunca han jugado con muñecos, les cuesta dejarse llevar por las imágenes o las sensaciones ante las figuras. Es como si creyeran que existe una forma correcta de contestar y se sintieran paralizados por vergüenza o miedo a equivocarse. En esos casos subrayar la idea de que se trata de un juego, que no existen respuestas correctas y que es una forma de ayudarme a mí a ver lo que me han explicado antes sobre su familia o sobre lo que le preocupaba.
No interpretar
Lo que nos interesa es el significado que algo tiene para el cliente, sus proyecciones, las connotaciones personales o las construcciones que emergen en el trabajo con muñecos. Podemos comentar lo que la imagen de los muñecos nos sugiere a nosotros para ver si al cliente le dice algo, si le resuena, pero no dándola como expertos o suponiendo que nuestra visión es mejor o más acertada.
Por ejemplo, si un hombre ve a su representante muy tranquilo podemos señalar: “sí parece tranquilo, aunque yo lo veo un poco lejos de su mujer y de sus hijos ¿crees que además de tranquilo puede sentirse solo?”; o abiertamente mostrar nuestra sensación, “yo, en cambio, lo veo algo triste ¿tú que opinas?”. Al mismo tiempo conviene utilizar términos como “me parece que” o “le veo”.
No discutir con el cliente
No se trata de tener razón. El cliente puede ver hasta donde puede ver y no debemos forzarlo a ir más allá pues resulta contraproducente. Podemos darle nuestra visión y permitirle que la tome o no, sin obligación por nuestra parte de convencerle ni obligación por su parte de estar de acuerdo con nosotros. Como dijo Diderot: “A la conciencia hay que iluminarla, nunca empujarla”. En este trabajo, la tarea del consultor es facilitar al cliente que amplíe su mirada, pero no imponer la suya.
Buscar alternativas de evocación
La imagen es que estamos en un cuarto con el cliente y le queremos mostrar otro donde nunca antes ha estado. Hay múltiples puertas para ello y no una sola. Posiblemente el cambiar de “cuarto” y moverse a un sitio desconocido le asuste y puede que nos cierre la primera o segunda puerta por la que le invitamos a pasar. Entonces necesitamos encontrar otra vía que le dé mayor confianza o donde sus miedos no sean tan paralizantes. Como no se trata de discutir ni de imponer, sino de ampliarla visión del consultante sobre un asunto, debemos buscar formas para que le resulte más fácil tomar una nueva perspectiva. A veces las dificultades para ver algo forman parte del problema y no se trata de culpar al cliente de sus “resistencias”, sino de buscar el lenguaje, la metáfora o el mito al que pueda acceder el cliente, que le ayude a salir de su propio laberinto.