CF – Módulo IV – Lección IV

El proceso se desenvuelve ante la mirada interna del cliente; él visualiza el acontecimiento mientras está sentado en una silla, pudiendo, visualizar la primera imagen que muestra su representación interna de la constelación y con la guía del terapeuta, efectuar modificaciones tendientes a arribar a una imagen de solución. Antes de comenzar la visualización se le explicará en que consiste. “Le propongo algunos ejercicios y ud. Observará como se siente. Puede mantener los ojos abiertos o cerrados y modificarlo cuantas veces quiera. Cuando sienta la necesidad de una pausa podemos detenernos en cualquier momento. A veces los ayuda algún ejercicio de relajación. Este ejercicio breve, dura unos pocos minutos. Si le hace bien puede repetirse al principio de cada sesión. (Ver video) Mientras realiza el ejercicio, es un buen momento para observar la postura, expresión y patrón respiratorio. Así obtenemos información acerca de sus estrategias corporales de superación y sus patrones de tensión, que lo limitan como patrones de reacción crónicos, y podemos determinar aquellas áreas de su cuerpo que se ven afectadas especialmente por ello. Esta información podrá servirnos de punto de partida para nuestras posteriores intervenciones. Es necesario una buena anamnesis para no interrumpir con preguntas la constelación. Es útil en constante contacto verbal y no verbal. Cuando describe sus imágenes, el terapeuta observa la participación corporal y los sentimientos que expresa. Si debe interrumpir la sesión por alguna interferencia, no significa que se suspenda, sino que el cliente puede seguir avanzando en su proceso.

Se recurre a las visualizaciones durante una constelación como un movimiento más

dentro de la configuración con plantillas. Muchas veces sale a la luz el dato de que un

padre está mirando al consultante con enojo, por ejemplo, o que la madre no puede

mirar al consultante por estar ocupada mirando al piso.

Aprovechando que, durante la sesión individual, el consultante será, además, un

representante, puede efectuar movimientos como si fuera el padre o la madre

haciendo directamente una visualización, en lugar de agregar plantillas adicionales

para los abuelos, las parejas anteriores o demás.

Si, por ejemplo,hay suficientes señales para creer que alguna de esas personas

están vinculadas con la implicancia del consultante, quizás entonces sí puedo colocar

las plantillas y el movimiento se hace de una plantilla a otra. Si, en cambio, es

meramente algo que es necesario destrabar para llegar a otro punto esencial dentro

de la constelación, voy a proceder a pedir al consultante que cierre los ojos y

conducirlo hacia una imagen donde alguno de sus padres quizás se reencuentre con

alguien o bien se vuelva más chico frente a la mamá o el papá.

A continuación, se enumeran varios ejemplos de visualizaciones. El objetivo principal

de la visualización es agilizar el trabajo, por un lado, y, por el otro, se trata de una

herramienta que conviene utilizar con aquellas personas que sean más visuales,

aquellas en quienes la frase o el movimiento físico no producirían el mismo efecto. Se

puede corroborar lo anterior por la forma en que el consultante se expresa cuando le

toca hacer las veces de representante (por ejemplo, si describen lo que ven en lugar

de lo que sienten). Si bien es correcto pedirles que se concentren en lo que sienten

mientras están representando, si surgen descripciones visuales, estamos ante

información importante que debemos recaudar como parte de la sesión.

Visualización de la unión del padre y la madre

Imaginá a tu mamá y a tu papá mirándose el uno al otro. Puede ser que aparezca una imagen de cuando eran más jóvenes.

Observalos mirándose con cariño y observá cómo comienza a fluir el amor entre

ellos. Ese amor, sin importar cuánto haya durado, es real y grande, pero, por sobre

todo, es la razón por la que tenés la vida. Imaginá que se toman de la mano y se

conectan a través de ese gesto. Respirá profundo por la boca tres veces y, cuando

entre el aire a los pulmones, sentí cómo su amor te completa, te fortalece, te integra

y te acompaña. Si es posible, intentá sentir respeto y humildad frente a ese amor.

Visualización para obtener fuerza

Cerrá los ojos e imaginá que se abre un inmenso triángulo hacia atrás. Detrás, están

tus padres, con las manos apoyadas en tu espalda, desde donde vas sintiendo que

te transmiten fuerza y apoyo. Luego, imaginá que detrás de tus padres están tus

abuelos, los niños que faltan; más atrás aún, tus bisabuelos, y así imaginá cómo este

triángulo se va desplegando hacia atrás cada vez más: cada vez se suma más

gente, independientemente de si los conociste o no. Imaginá luego que una luz de

color (el que más te guste) va atravesando a cada uno de ellos hasta llegar a tus abuelos, pasa también por tus padres y entra en vos por la espalda, a la altura del

pecho. Imaginá cómo va ingresado esa luz, que es una fuerza que te empuja para

adelante, hacia tu destino. Hacé todo lo anterior con con los ojos cerrados y, cuando

sientas la fuerza que te empuja hacia adelante, da un pequeño paso en esa

dirección.

Visualización con las mujeres de la familia

Imaginá que tu mamá está detrás tuyo sosteniéndote por la espalda. Detrás está tu

abuela; más atrás, tu bisabuela; y así una larga cadena de mujeres. Respirá

profundo por la boca. Imaginá que una luz fuerte (del color que te guste) atraviesa a

cada una de ellas hasta llegar a vos. Respirá profundo por la boca tres veces más.

Visualización con la familia materna y con el padre como sostén

Imaginá que tu abuela materna está parada en un terreno desierto, mirando hacia el

otro lado. A lo lejos, podés ver cómo va acercándose su padre: quizás incluso podés

ver una imagen más joven de tu abuela. Imaginá el reencuentro y el abrazo entre

ambos, donde ella es la chica y el padre el grande. Luego imaginá a tu abuela

girándose, así queda su padre atrás, sosteniéndola. Aparece luego tu mamá, quien

observa esta escena, y a lo lejos aparece también su padre. Tu mamá abraza a su

padre y luego ella se gira y su papá queda detrás, sosteniéndola también. Luego

aparece tu papá: te acercás a él y te toma por los hombros hasta que te sentís

sostenido. Detrás de tu papá, podés imaginar una larga cadena de hombres. Usá la

pared para sostenerte y traer esta imagen a tu mente. Hacelo por un rato hasta que

la sensación se instale en tu interior.

Visualización con el dolor ancestral

Imaginá a tus padres enfrente tuyo: detrás podés ves a tus abuelos y a tus

bisabuelos, como una pirámide que progresivamente se va expandiendo hacia atrás,

cada vez más multitudinaria, con niños y adultos. Mirá a todos y decí:

“A cada uno de ustedes, los honro, los respeto y les doy un lugar en mi

corazón. Honro todo lo que sucedió: lo bueno y lo malo, que hizo

posible que hoy yo esté aquí con vida”.

“Tomo la vida que viene de ustedes al precio que les costó y que

también me cuesta”.

Respirá profundo (siempre por la boca): cuando inhales, tomá la vida con lo bueno y

con lo malo que trajo. Cuando exhales, soltá todo lo que no te pertenece. Aquello

que no te pertenece vuelve a los ancestros. Hacé todas las respiraciones necesarias

hasta que el dolor que estaba alojado en el pecho se desvanezca o se mitigue.

Imaginá que una luz (del color que te guste) atraviesa a cada uno de los que son

parte de este árbol, hasta que la luz llega a tus padres y luego llega a vos. Esa luz

entra por el corazón y contiene la bendición de los ancestros.

Respirá por la boca tres veces.

Girate y ubicate de espaldas a los ancestros. Da un paso. Respirá tres veces más por

la boca y da otro paso. Abrí los ojos.

Visualizaciones para detectar implicancias o enredos

Algunas veces, durante el transcurso de una constelación, podemos sugerir al

consultante que cierre los ojos y visualice a alguien: su padre, madre, abuelos,

etcétera y preguntarle si, durante la visualización, esa abuela o persona que está

visualizando viene acompañado de alguien más. También podemos preguntar hacia

dónde mira, cómo es o de qué forma se manifiesta su comportamiento. Si para llegar

a la lealtad sentimos que es necesario desentrañar alguna implicancia, es posible

recurrir a una visualización como la aquí descripta en lugar de continuar agregando

plantillas. Sin embargo, es importante recordar que no siempre es fácil para el

consultante ver esta información: dependerá, en gran parte, de cómo es el

consultante, sobre todo, si se trata de una persona muy visual o no.

Trabajar  con  muñecos es  utilizar  una  herramienta  de  tipo simbólico. Mediante el  trabajo  con  muñecos  representamos  de manera metafórica y visual. Los muñecos permiten representar elementos de un sistema (personas o conceptos) y la ubicación de los  distintos  elementos,  en  referencia  a  los  demás,  es  una representación  de  la  dinámica  relacional.  Los  muñecos,  al mostrar visualmente elementos y dinámicas, permiten objetivar, exteriorizar  múltiples  dimensiones  o  aspectos  de  la  realidad personal del cliente. Este acto de sacar fuera, de posibilitar verlo sin necesidad de contarlo, de presentar una realidad atemporal y no secuencial, facilita tres tipos de procesos fundamentales en el espacio terapéutico:

Un proceso de integración personal: Se puede considerar que, en cierta forma, uno de los ejes fundamentales de  un  proceso  terapéutico  es  que  el  cliente  vaya  ampliando  el conocimiento  que  tiene  acerca  de  su  persona,  de  modo  que  cada  vez pueda llevarse mejor consigo mismo y cuidarse más de acuerdo con sus necesidades. Frecuentemente, el hecho de “no conocerse” tiene que ver con  los  aspectos  que  la  persona  excluye  de  sí  misma.  Las  razones  y mecanismos por los que una persona puede excluir rasgos, sentimientos, episodios vitales, cualidades, estados y/o circunstancias. Entre  ellos  destacaría  los  intentos  de  evitar  el  dolor  que  conllevan determinadas  vivencias  y  emociones  (vergüenza,  culpa,  rechazo, frustración, etc.). Ya sea por haber vivido determinados sucesos donde la persona ha experimentado emociones intensas y desagradables y que no desea  rememorar,  por  el  condicionamiento  creado  a  partir  de  estos episodios biográficos, o por la anticipación de respuestas negativas por parte del entorno, el hecho es que rechazamos o inhibimos aspectos de nosotros  mismos  que  asociamos,  por  experiencias  previas  o  por expectativas actuales, al padecimiento de dolor. Al mismo tiempo que las personas evitamos el dolor, nos esforzamos por conseguir el reconocimiento y la valoración de quienes nos rodean. En gran medida la necesidad de afecto, así como los mecanismos de apego y vinculación, son consustanciales al ser humano y facilitan, entre otras cosas, el desarrollo del individuo (y de la especie) como miembro de un colectivo  en  el  que  tiene  que  socializarse  y  aprender  a  convivir.  Sin embargo, esta tendencia natural a la  deseabilidad social  y a la búsqueda de aprobación y reconocimiento, pone de manifiesto la delgada línea que separa la capacidad de vivir constructivamente nuestra naturaleza (con sus innumerables posibilidades y no muchas menos limitaciones), de la de hacerlo de una forma dañina y destructiva para nosotros mismos y para nuestro entorno. Así, frecuentemente y con gran facilidad, tendemos a subordinar  nuestra  identidad  y  nuestro  bienestar  a  la  mirada  social. Cuando la necesidad de aprobación se eleva a una jerarquía superior a la necesidad de ser honestos con nosotros mismos y se convierte en el principal o único criterio de decisión en nuestra vida cotidiana, debemos plantearnos cual es el precio que estamos pagando o con qué factura nos encontraremos algún día. Posiblemente este precio tenga que ver con los efectos  de  haber  excluido  aspectos  de  nosotros  mismos  que  no  nos parecían  aceptables,  atractivos  o  valiosos.  Al  mantener  apartados determinados  rasgos  o  aspectos  de  nosotros  mismos,  nos  vemos reducidos a funcionar como personas incompletas, potenciándose así el circulo vicioso de  cuánto menos identidad propia tengo, más inseguro me siento y más necesitado estoy de la aprobación de los demás. Algunos  casos  ejemplifican estos mecanismos:

  • Una mujer diagnosticada desde hace 15 años con esclerosis múltiple y que  no  es  capaz  de  nombrar  su  enfermedad.  En  el  trabajo  con muñecos se observaba que la figura que le representaba a ella daba la espalda a la que representaba la enfermedad.
  • Un hombre de 29 años que había sufrido las burlas de sus compañeros de  escuela  y  que  actualmente  no  podía  mantener  relaciones  de amistad y tendía a enfrentarse verbalmente ante cualquier señal que interpretara de “abuso”. En el trabajo de muñecos fue impactante el efecto que tuvo que la figura de él como adulto abrazara a la figura que  le  representaba  como  niño;  en  sesiones  posteriores  hacía referencia  a  esa  imagen  como  un  anclaje  al  que  acudir  cuando  se sentía mal y comentaba que ahora era capaz de acompañarse cuando le dolían las cosas sin abandonarse a través de la ira.
  • Un hombre de 50 años, alcohólico y ex-heroinómano, con una gran sensibilidad  hacia  la  belleza  y  el  dolor  humano.  Reprime  esta sensibilidad pues la considera poco “masculina”. En el trabajo con muñecos, elige para representar esa parte sensible una muñeca con un vestido  blanco  y  la  pone  detrás  de  un  muñeco  que  representa  el alcohol que, a su vez, sitúa a la espalda de la figura que le representa a él.  Al  ver  la  imagen  comenta  espontáneamente: “quizás  necesite buscar otra forma de protegerme de mi sensibilidad”.

Como se puede observar en los ejemplos comentados, la necesidad de integración  de  distintos  aspectos  de  la  persona  puede  ser  de  tipo sincrónico  (aspectos que aparecen simultáneamente  en  un  momento dado:  polaridades,  necesidades  personales  aparentemente  poco compatibles,  una  enfermedad  o  un  síntoma  actual,  etc.),  o  de  tipo diacrónico (aspectos que aparecen a lo largo de una evolución o proceso temporal:  sucesos  biográficos  como  experiencias  traumáticas  o relaciones  afectivas  previas,  reencuentro  con  el  yo-niño,  el  yo- adolescente,  el  yo-actual  o  incluso  la  proyección  de  quien  queremos llegar a ser). En cualquier caso, el trabajo con muñecos plasma mediante una metáfora visual este tipo de conflictos, concretando lo abstracto y provocando la vivencia emocional en el presente (aquí-ahora). Ahora bien, una  vez  que  a  través  de  los  muñecos  se  ha  mostrado  algo,  el terapeuta debe retirarse respetando la decisión del cliente de tomarlo o no.

Un proceso de asunción de la propia responsabilidad sobre el cambio: desde la idea de que el cliente no siempre es responsable de lo que le acontece y que, sin embargo, sí es el único responsable de mantenerlo o cambiarlo, con los muñecos se puede trabajar para que la persona amplíe su visión del problema, contemple cómo su  actitud  forma  parte  del mismo, genere y explicite actitudes alternativas y acceda a una imagen de solución, a sentirse esperanzado y capacitado para realizar cambios. Si bien hacerse cargo de los propios actos y sus consecuencias puede formar parte del proceso, lo que creo fundamental es la toma de responsabilidad sobre el propio bienestar. Las personas manejamos múltiples y variadas fórmulas para “echar balones fuera” y no asumir la responsabilidad de hacerlo lo mejor posible para ser felices dadas la circunstancias externas e internas que a cada cual le toca vivir. Así, es frecuente culpar a los padres o a la infancia vivida (“no supieron educarme”, “no me dieron cariño”,  “me  hicieron  daño”).  También  resulta  común  justificar  la imposibilidad  de  un  cambio  personal  mediante  la  creencia  de  que  el entorno no lo permitirá o de que no servirá para nada (“da igual lo que haga porque mi marido no va a cambiar”, “¿de qué me sirve cambiar si no voy a poder hacer lo que quiero?”, “si dejara de hacer lo que hago, mi familia sufriría”… ). Otro tipo de estrategia para no asumir la responsabilidad sobre nuestro bienestar es atribuirla a otros de manera que otorgamos a los demás el enorme poder de hacernos felices o infelices (“yo estaría bien si mi hijo estuviera bien”, “lo único que necesito para ser feliz es que mi esposa vuelva a mi lado”, “es imposible que pueda estar bien con el jefe que tengo”…).Por otra parte, conviene tener en cuenta que, estrechamente ligada a la necesidad de evitar el dolor que se ha comentado en el epígrafe anterior, existe también en nosotros una gran necesidad de búsqueda de control sobre el entorno físico y social. Como consecuencia de esta necesidad, el estado de incertidumbre resulta, por lo general y para la mayoría de las personas, enormemente aversivo. Un cambio en nuestra perspectiva, en nuestra  actitud,  en  nuestro  comportamiento  o  en  nuestros  hábitos supone, a este nivel, introducir algo nuevo y desconocido que, por tanto, nos provoca incertidumbre. Así, mientras sea posible, tendemos a evitar el cambio. Además, suele ser esta necesidad de controlar las respuestas del medio  lo  que  nos  lleva  a  las  personas  a  crear  y  mantener  conductas supersticiosas. Esto es, conductas que creemos eficaces para conseguir algo deseable o para evitar algo desagradable y que, sin embargo, está fuera de nuestro control.

Un ejemplo típico sería el no ir al médico para sentirse sano y a salvo de una enfermedad. Otro sería el no montar en el ascensor para no caernos (y, claro, atribuimos el habernos “salvado” al no  haber  subido  en  él,  así  que  seguiremos  sin  hacerlo).  También  al contrario, al comportarnos habitualmente de una forma, por ejemplo maquillándonos todas las mañanas al salir a la calle, podemos atribuir el que el vecino nos diga buenos días amablemente a este hecho (habernos maquillado) y no a otras razones (que le caemos bien, que es una persona educada,  que  quiere  tener  mantener  una  relación  cordial  para  que  le votemos como presidente de la comunidad de vecinos, etc.). A lo mejor, no  nos  importa  mucho  que  el  vecino  no  nos  salude  pero  ¿y  si  lo relacionamos con que una persona importante para nosotros nos quiera o le vaya bien?: “si estoy más delgada encontraré novio”; ”si me sacrifico para llevar a mi hijo al mejor colegio le irá bien en la vida”; “si no le doy disgustos mi madre dejará el alcohol”; “si estudio lo que mi padre quiere se sentirá orgulloso de mí”…

En definitiva, para promover el cambio, necesitamos tener en cuenta que si la persona no ha solucionado antes el asunto que le preocupa no es por falta de interés o de inteligencia. Muchos factores pueden estar dificultando dar el paso: poca confianza en su propia capacidad para hacerlo; miedo a las consecuencias o a las reacciones del entorno; miedo a lo desconocido (“más vale malo conocido que bueno por conocer”); la dificultad de renunciar a las ganancias secundarias (“cuando estoy mal me hacen  caso”,  “cuando  no  muestro  mis  sentimientos  no  me hacen daño”); …Sin embargo, en el espacio terapéutico, la persona puede encontrar un apoyo, impulso y acompañamiento en el proceso de cambiar, no tanto para ser una persona mejor o distinta sino para ser cada vez más ella misma y vivir su destino con toda la libertad y dignidad posibles.

Un proceso de reubicación dentro de un sistema: como se ha visto en los dos epígrafes anteriores, trabajar con muñecos facilita  enormemente  el  proceso  de  ampliar  la  visión  del  mundo  del cliente. Junto a los procesos de integración y de toma de responsabilidad sobre  el  propio  cambio,  es  fundamental,  especialmente  en  las sesiones  de  asesoramiento,  ayudar  al  cliente  a  encontrar  una  buena posición o lugar de fuerza dentro de su sistema familiar, organizacional o socio-histórico. Así, trabajando desde una perspectiva sistémica no sólo nos dedicamos a rastrear problemas familiares a través del tiempo y el espacio sino que, sobre todo, se encuentran valiosos recursos para superar tanto dificultades personales como interpersonales. En este proceso es de gran  ayuda  apoyarnos  en  los  órdenes  (y  no  perder  de  vista  los desórdenes) explicitados por Bert Hellinger: quién está excluido, quién se coloca por encima o por debajo, cómo se da y cuánto se toma.

El genograma  es  un  formato  para  registrar  personajes,  hechos  y  datos relevantes del árbol genealógico del cliente, teniendo en cuenta tanto la familia actual como la de origen y recogiendo información de al menos tres generaciones ascendentes (padres-abuelos-bisabuelos). La entrevista del genograma forma parte de una evaluación cualitativa. No existen escalas para medir cuantitativamente la información, sino que se trata de una herramienta interpretativa que nos ayuda a generar posibles hipótesis de trabajo. Para sacar el máximo partido a este instrumento conviene ser riguroso y sistemático en el procedimiento de recolección de datos y, al mismo tiempo, ser creativo en la búsqueda de explicaciones tentativas, y parciales,  de  los  datos  recogidos. A  su  vez,  esta  creatividad  necesita basarse en una subjetividad fenomenológica, que puede verse facilitada enormemente con el conocimiento y manejo de las evidencias empíricas recogidas

Son  estas  pautas  redundantes  las  que  nos  permiten  realizar  hipótesis tentativas a partir del genograma. A menudo encontramos que lo que sucede en una generación se repite, de algún modo, en algunas de las tres generaciones siguientes. Aunque las mismas cuestiones tienden a aparecer de  generación  en  generación,  estas  cuestiones  pueden  tomar  distintas formas de manifestarse, generalmente contextualizándose en el marco socio-histórico correspondiente. Así, por ejemplo, si un abuelo perdió su casa durante la guerra, es posible que el nieto tenga serias dificultades para pagar la hipoteca de la suya. Si una abuela murió en el parto, es posible  que  las  descendientes  tengan  dificultades  para  quedarse embarazadas o que sus embarazos no lleguen a término. Este fenómeno de repetición de asuntos se conoce como transmisión multigeneracional de pautas familiares, y se basa en la idea de que pautas vinculares en generaciones  previas  pueden  suministrar  modelos  implícitos  para  el funcionamiento  familiar  en  la  siguiente  generación.  Existen  muchos tipos  de  pautas  vinculares  en  las  familias:  de  distancia  vincular,  de triangulación  emocional,  de  protección  de  legados  o  secretos,  de devolución de deudas, de complementariedad o reciprocidad, etc. A  través  del  genograma  podemos  estudiar  históricamente  el  sistema familiar y evaluar no sólo los sucesos críticos pasados y actuales sino también los temas, mitos, valores, normas evolutivas y cuestiones con implicaciones  emocionales  de  generaciones  previas  que  aparecen  de manera reitarativa y se constituyen en pautas o patrones identificables. Desde esta perspectiva, los hechos concurrentes en distintas partes de la familia  no  pueden  considerarse  coincidencias  azarosas  o,  por  el contrario,  causalidades  necesarias,  sino  que  se  conceptualizan  como sucesos interconectados, es decir, sincronías. Así, parece que existe una mayor probabilidad de que los hechos críticos ocurran en un momento determinado y no en otro, especialmente en las transiciones del ciclo vital  de  la  historia  familiar.

 Un  ejemplo  de  ello  sería  el  denominado síndrome  de  aniversario.  Un chico  de  19  años,  que siempre  había  sido  considerado  como  hijo  y  alumno  ejemplar,  había comenzado  a  suspender  debido  a  pensamientos  recurrentes  sobre  el suicidio.  Al  realizar  el  genograma,  encontró  en  las  generaciones anteriores hechos críticos de algunos miembros de la familia alrededor de esa edad: un primo carnal se había suicidado a esa edad; un tío había muerto en extrañas circunstancias a esa edad (se había caído de un balcón en estado ebrio); el hermano pequeño del abuelo paterno también había muerto a los veinte años al caerse desde la ventana de un tercer piso, aunque en este caso sonámbulo; y finalmente nos encontramos en la tercera generación de ascendientes que el bisabuelo (el padre del abuelo paterno)  había  desaparecido  con  esa  edad  al  emigrar  a  Argentina, quedándose en España la mujer embarazada del segundo hijo y teniendo el primogénito (el abuelo) la edad de dos años. Parece que el suicidio y las muertes en extrañas circunstancias reproducen, a determinado nivel, la desaparición del bisabuelo en lo que se puede considerar “la flor de la vida”. No es de extrañar que un miembro de esta familia, que sea varón y se acerque a esa edad, sienta, aunque sea de forma inconsciente, ciertos temores a no poder continuar con vida. De la misma manera, parece que existe una mayor probabilidad de que determinados hechos críticos ocurran a unos miembros de la familia y no a otros, existiendo paralelismos llamativos en cuanto al sexo, orden de nacimiento  entre  hermanos  y  nombre  compartido  o  “heredado”. 

Un caso que puede ejemplificar esta idea es el siguiente: la consultante es una mujer de treinta años preocupada por su falta de ilusión en cuanto a la recién estrenada convivencia de pareja  con  su  novio  de  toda  la  vida.  Al  hacer  el  genograma  nos encontramos  con  un  paralelismo  entre  la  generación  de  los  abuelos maternos y la generación siguiente, la de su madre y sus hermanas (tías de la cliente). El abuelo se llamaba Pablo y se casó con una mujer llamada  María, que era la mayor de tres hermanas. Esta mujer murió muy joven y Pablo,  el  abuelo,  se  casó  con  la  hermana  mediana  de  María  llamada Manuela. Pablo y Manuela tuvieron tres hijas a las que llamaron María, Manuela y Margarita (la madre de la cliente). María (tía) se casó y, curiosamente, su marido se llamaba Pablo. Años más tarde, María (tía)murió tras un proceso oncológico. Pablo, ya viudo, se casó en segundas nupcias con Manuela (tía). Para mí, lo más sorprendente de todo fue que la cliente sólo se diera cuenta de esta reiteración de nombres y destinos familiares al hacer con ella su genograma. Anteriormente no se había fijado en este paralelismo. Por otra parte, aunque no se llamaba María ni tenía hermanas, sí era la primogénita y su novio también se llamaba Pablo. ¿Es posible que este patrón reiterativo y trangeneracional pudiera estar  relacionado  con  su  “falta  de  entusiasmo”  en  relación  a  la convivencia de pareja (equivalente, hoy en día, a casarse en generaciones anteriores)?En  definitiva,  los  sucesos  que  debemos  rastrear  durante  la entrevista del genograma son aquellos que generan o fortalecen los vínculos o lazos entre los miembros del sistema familiar. Y ¿cuáles son éstos? Pues son todos aquellos hechos en los que el destino de un miembro de la familia se ve afectado significativamente. Dado que el sistema familiar funciona como un todo en el que los elementos son interdependientes, aquellos sucesos que afectan a uno de los miembros repercutirán necesariamente en los demás. El nacimiento y la muerte son los principales sucesos que vinculan a las personas entre sí (vínculo entre padres e hijos y vínculo entre perpetradores y víctimas), pero existen otros como el compromiso (fundamentalmente matrimonio y adopción o acogimiento), el cambio de situación económica (ruina y fortuna), el cambio de estatus (ruptura de un compromiso o contrato, desgracia o encumbramiento  social),  el  cambio  de  residencia  (mudanzas  y migraciones), etc. El nacimiento de un hijo afecta a todo el sistema, no sólo a los padres y hermanos, sino también a los ascendientes en tanto que  se  constituye  en  depositario  del  legado  familiar  y  supone  la perpetuación del sistema. La muerte, así mismo, afecta enormemente al sistema, no sólo a los que conocieron a la persona fallecida sino a los que llegarán a partir de esa muerte. En el ejemplo anterior, las tres hermanas debían su vida no sólo a sus padres sino también a la muerte de su tía, primera esposa de su padre. Si se trata de una muerte causada voluntaria o involuntariamente por otra persona, tiene una repercusión aún mayor sobre el sistema, siendo necesario contemplar al causante de la muerte como  la  persona  más  vinculada  al  fallecido  o  a  la  víctima,  pues  ha ejercido un papel trascendental en su destino. De manera similar, cuando el sistema o uno de sus miembros se ve beneficiado por la pérdida o perjuicio  de  otra  persona,  también  establece  un  vínculo  con  ella.  La primera novia de nuestro padre a la que dejó, los soldados que cayeron muertos mientras nuestro abuelo sobrevivió, los hijos no reconocidos de nuestro bisabuelo siendo nuestra abuela la única heredera de la fortuna familiar, etc. Si en generaciones anteriores nos encontramos con deudas hacia  nuestro  sistema,  la  pauta  vincular  funciona  de  manera  similar, pudiendo repetirse de manera paralela (alguien de la generación posterior sufre la misma pérdida) o complementaria (provocamos la pérdida de alguien que, a priori, no pertenecía a nuestro sistema).Hay que recordar que el genograma es el punto de partida de un trabajo tan apasionante y creativo como prudente y humilde. Ya  sea  desde  los  enfoques  clínicos  más  reconocidos académicamente,  como  desde  las  propuestas  teóricas  y metodológicas más heterodoxas, necesitamos situarnos no sólo como terapeutas sino también como personas en la posición de máximo respeto, sin juzgar ni apostolar, dejándonos sentir toda la vida, el amor, el dolor, la fuerza y la dignidad que hay en los sistemas de nuestros clientes de la misma forma que lo hay en nuestro sistema propio aliados, consultor y consultante, para encontrar la puerta a un campo más amplio y de mayor fuerza tanto para el cliente como para nosotrosmismos.

El trabajo es propuesto por el consultor/terapeuta a partir de la demanda del cliente así como de las hipótesis de partida según la entrevista, el genograma  o  el  conocimiento  que  se  tenga  del  cliente.  Sin  embargo, necesitamos el permiso del cliente para trabajar con nuestra propuesta. El cliente fácilmente aceptará y se mostrará interesado y colaborador si la propuesta es explicada de manera clara y concisa en términos de su demanda: ya sea porque la recoge o bien porque no consideramos que debamos trabajarla y, entonces, debemos explicar el por qué y la relación que hay entre nuestra propuesta y sus necesidades. A veces el cliente tiene una propuesta de trabajo (por ejemplo “ver la relación con mi abuelo”); nosotros debemos decidir entonces si se trata de un trabajo que le dará fuerza al cliente y al sistema o que la restará (por ejemplo si sentimos  que  se  trata  sólo  de  curiosidad,  o  que  un  cambio  ya  está produciéndose y se trata de la falta de aceptación del cliente respecto al tiempo que el cambio requiere, etc.). Cada terapeuta puede, y de hecho debe, trabajar desde el marco donde se sienta más cómodo. Para cada cuestión planteada existen numerosas, si no infinitas, posibilidades de abordaje.

En el caso de una persona que se encuentra dividida entre la necesidad de compromiso y la de libertad, podemos proponerle trabajar con muñecos, por ejemplo, de las siguientes maneras:

Sacar  un  muñeco  para  sí  mismo,  otro  para  la  necesidad  de compromiso  y  otro  para  su  necesidad  de  libertad.  En  este  caso trabajaríamos  con  la  idea  de  ver  como  podría  integrar  ambas polaridades, ver como sitúa a su representante respecto a sus dos necesidades,  permitir  que  afloren  proyecciones  y  connotaciones respecto a cada uno de los polos, qué implica para él ponerse cerca de uno o del otro, etc.

Sacar un muñeco para sí mismo en el momento actual, uno para el niño que fue, otro para el adolescente, otro para el viejo que será. En este caso tendríamos en cuenta qué carga biográfica y qué significado emocional representa para el cliente cada una de las dos opciones, comprometerse-mantener su libertad, y también el proyecto de vida que se está planteando (¿cómo estará dentro de 5, 10 y 20 años eligiendo una u otra opción?).

Sacar un muñeco para él mismo, otro para su madre y otro para su padre. Así podríamos observar si necesita replantearse o cambiar su relación  con  sus  progenitores  y  cómo  puede  estar  influyendo  la dinámica  familiar  establecida  en  su  necesidad  de escaparse(connotación  negativa  de  la  necesidad  de  libertad)  o  de  atarse(connotación negativa de la necesidad de compromiso).Preguntarle  sobre  las  relaciones  y  áreas  de  su  vida  donde  vive  el compromiso y en cuáles vive la libertad. Pedirle que saque muñecos para esas personas y aspectos. Por ejemplo, podría ubicar muñecos como  la  novia,  el  jefe  y  la  hipoteca  como  experiencias  de compromiso y su vocación de escritor, su sueño de viajar al polo norte y sus amigos como ejemplos de su necesidad de libertad. A partir de la primera disposición dada por el cliente podríamos pedirle que buscara un buen lugar para él. Así, mediante aproximaciones y consiguientes  confrontaciones  (¿ahora  cómo  se  encuentra  este muñeco que te representa en este nuevo lugar?; ¿de quién está cerca y cómo le hace sentir?, ¿de quién está lejos y cómo le hace sentir?,¿dónde le gustaría probar ahora?) podríamos facilitar el que llegara a un pacto realista donde el balance entre ganancias y renuncias fuera consciente y satisfactorio.

Una vez que hemos propuesto el trabajo y los personajes que se van a ubicar inicialmente, es conveniente que sea el cliente quien escoja a los muñecos para representar a los miembros de su sistema que participan en el trabajo. El hecho de elegir facilita la implicación del consultante y a través de observar cómo mira los muñecos, cómo los coge, cómo los elige o descarta, etc. obtenemos mucha información sobre su actitud ante el trabajo, ante su sistema y ante los distintos miembros escogidos. Las instrucciones suelen ser: “Por favor elige a un muñeco que represente a X, otro que  represente  a  Y,  otro  que  represente  a  Z  y  otro  que  te represente a ti mismo. Primero escoge todos antes de colocarlos. No hace falta que se parezcan físicamente, ni que coincida el color del pelo o que  sean  del  color  con  que  frecuentemente  vistan.  Escoge  aquellos muñecos que para ti mejor podrían representarles.”

Quién coloca los muñecos

En un primer momento el cliente es el más indicado para colocar a los muñecos tras la instrucción “ahora dales un lugar en este espacio; no lo pienses mucho, simplemente colócalos según creas que están situados. Puedes tener en cuenta quién está cerca de quién, quién mira a quién”. En algunas ocasiones los muñecos pueden ser utilizados por el terapeuta para explicar de manera visual algo pertinente en la sesión; en este caso es el terapeuta quien los coloca.

Principalmente el consultor es quien debe asumir la responsabilidad de moverlos según las resonancias que se produzcan a lo largo del proceso. El  cliente  puede  mover  el  muñeco  que  le  representa  a  instancias  del consultor (“busca un buen lugar para ti”) o incluso de manera espontánea(por ejemplo, cuando expresan: “creo que ahora me encuentro aquí” o “no, ahí no me siento bien”), pero no debemos permitir que muevan los muñecos  que  representan  a  otros  miembros.  En  caso  de  que  pidan permiso para cambiar un muñeco de lugar o que pidan al terapeuta que mueva alguno, debemos sopesar si ese movimiento está dentro del orden o si “resuena” en nuestro interior como adecuado. En caso afirmativo podemos permitir el movimiento. En caso de que vaya en contra de los órdenes podemos permitir el movimiento para explorar el efecto que tiene sobre el sistema representado y facilitar así que el cliente pueda verlo. También podemos explicar la razón de por qué no sería un buen movimiento. Muchas veces el cliente expresa que él se encontraría bien si las demás personas hicieran tal cosa o se colocaran de tal forma. En ese caso, suelo contestar que yo no puedo acceder a su sistema o a los otros  miembros  de  su  familia,  pero  que  él  sí  y  que  por  ello  se puede considerar el trabajo como una partida de billar, donde sólo podemos tocar nuestra bola pero que, cada vez que lo hacemos, cambiamos la configuración sobre el tapete y participamos en el curso de la partida.

Hay  que  preguntar  al  cliente  mucho  más  que  en  un  taller  grupal  de constelaciones o que en una sesión habitual de psicoterapia. Necesitamos estar  continuamente  en  contacto  con  la  imagen  que  el  cliente  está teniendo de la representación de manera que podamos darnos cuenta de sus puntos ciegos así como de sus insights o “darse cuenta” y utilizarlos provechosamente. Para ello conviene preguntar de manera abierta, para facilitar el proceso de explicitar lo evocado, siempre haciendo referencia a  los  muñecos,  cortando  cualquier  intento  de  irse  fuera  del  aquí  y  el ahora, no permitiendo una verbalización excesiva y utilizando un tono y un ritmo pausado para facilitar la expresión libre del cliente y que no se convierta en un interrogatorio. Algunas de las preguntas más efectivas son: “¿Cómo se siente ese muñeco que te representa a ti?, ¿y ese que representa a tu hermana?”; “¿Cómo se encuentra el padre aquí? ¿Dónde mira? ¿Si pudiera hablar, qué crees que estaría diciendo?”; “Mira esta muñeca que representa a la esposa de este otro y a la madre de este chico y de esta chica: ¿cómo crees que se puede sentir ahí? ¿Está a gusto? ¿Dónde crees que le gustaría estar?”. Por lo general, los clientes entran bien en el trabajo y se permiten “jugar” de manera abierta y espontánea. Sin embargo, hay veces que nos podemos encontrar con dificultades a la hora de que la persona se implique en el trabajo con los muñecos. Cuando un  cliente  comienza  a  responder  a  nuestras  preguntas  relatándonos emociones, cogniciones o sucesos que no tienen tanto que ver con la ubicación de los muñecos en la sesión sino con la idea que tiene de lo que está  sucediendo  en  su  familia  en  la  vida  real,  es  necesario  atraer  su atención a los muñecos y su disposición y pedirle que base su respuesta en lo que está observando en la configuración y no en lo que sabe o cree que está pasando fuera de la consulta: “sí, es posible que tu madre esté triste porque tu padre se ha ido, pero mira a la muñeca que le representa y fíjate  en  cómo  podría  sentirse  esta  madre  situada  aquí  al  lado  de  sus hijos”; “lo que me estás contando es lo que crees que está pasando con tus hijos y es importante para ti, pero necesito que en este trabajo te permitas  abrirte  a  una  realidad  algo  diferente  a  la  que  tú  vives cotidianamente, como si los muñecos pudieran darnos pistas de otras cosas que pueden estar ocurriendo bajo la superficie”. También, a veces, por pudor o porque simplemente nunca han jugado con muñecos, les cuesta dejarse llevar por las imágenes o las sensaciones ante las figuras. Es como si creyeran que existe una forma correcta de contestar y se sintieran paralizados por vergüenza o miedo a equivocarse. En esos casos subrayar la idea de que se trata de un juego, que no existen respuestas correctas y que es una forma de ayudarme a mí a ver lo que me han explicado antes sobre su familia o sobre lo que le preocupaba.

Lo que nos interesa es el significado que algo tiene para el cliente, sus proyecciones,  las  connotaciones  personales  o  las  construcciones  que emergen en el trabajo con muñecos. Podemos comentar lo que la imagen de los muñecos nos sugiere a nosotros para ver si al cliente le dice algo, si le resuena, pero no dándola como expertos o suponiendo que nuestra visión  es  mejor  o  más  acertada. 

Por  ejemplo,  si  un  hombre  ve  a  su representante  muy  tranquilo  podemos  señalar:  “sí  parece  tranquilo, aunque yo lo veo un poco lejos de su mujer y de sus hijos ¿crees que además  de  tranquilo  puede  sentirse  solo?”;  o  abiertamente  mostrar nuestra sensación, “yo, en cambio, lo veo algo triste ¿tú que opinas?”. Al mismo tiempo conviene utilizar términos como “me parece que” o “le veo”.

No se trata de tener razón. El cliente puede ver hasta donde puede ver y no  debemos  forzarlo  a  ir  más  allá  pues  resulta  contraproducente. Podemos  darle  nuestra  visión  y  permitirle  que  la  tome  o  no,  sin obligación por nuestra parte de convencerle ni obligación por su parte de estar de acuerdo con nosotros. Como dijo Diderot: “A la conciencia hay que iluminarla, nunca empujarla”. En este trabajo, la tarea del consultor es facilitar al cliente que amplíe su mirada, pero no imponer la suya.

La imagen es que estamos en un cuarto con el cliente y le queremos mostrar otro donde nunca antes ha estado. Hay múltiples puertas para ello y no una sola. Posiblemente el cambiar de “cuarto” y moverse a un sitio desconocido le asuste y puede que nos cierre la primera o segunda puerta por la que le invitamos a pasar. Entonces necesitamos encontrar otra vía que le dé mayor confianza o donde sus miedos no sean tan paralizantes. Como no se trata de discutir ni de imponer, sino de ampliarla visión del consultante sobre un asunto, debemos buscar formas para que  le  resulte  más  fácil  tomar  una  nueva  perspectiva.  A  veces  las dificultades para ver algo forman parte del problema y no se trata de culpar  al  cliente  de  sus  “resistencias”,  sino  de  buscar  el  lenguaje,  la metáfora o el mito al que pueda acceder el cliente, que le ayude a salir de su propio laberinto.

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