Límites a los hijos

CRITERIOS EDUCATIVOS

Los criterios son la base en la que se sustentan los padres para abordar el trabajo educativo, al tiempo que les da significado a la formación de las pautas y estilos educativos. Contemplamos los siguientes:

1. Interiorización La interiorización es un proceso fundamental en la socialización y en el aprendizaje. Consiste en que el sujeto perciba, comprenda, asimile y acepte, “haciendo suyo”, el mensaje que se le transmite. De esta forma lo incorpora a su mundo de conocimientos, ampliando con ello la percepción de la realidad. La interiorización es lo opuesto a la imposición. Los padres no pueden estar siempre presentes para decir a sus hijos lo que está bien y lo que está mal, para recordarles cuáles son las reglas de comportamiento y asegurar su cumplimiento. De modo que las “guías” del buen juicio y las reglas que tienen verdadera importancia deben llegar a inculcarse de tal modo que los niños las comprendan, tengan su propio criterio y una conciencia que les “recuerde” lo que está bien y lo que está mal. Con la interiorización, la disciplina (primer paso en el aprendizaje de normas) pasa a la autodisciplina (paso de rango superior). Cuando la autodisciplina empieza a asumirse, los niños llegan a portarse cada vez mejor, aun cuando no haya nadie presente para indicarles lo que deben hacer. Naturalmente, todo esto no se consigue de la noche a la mañana. Es importante lograr primero el vínculo o apego del niño pequeño a sus padres: una relación creciente de afecto, sentimiento, respeto e incondicionalidad. Los padres que alimentan ese vínculo son las personas más importantes en ese mundo del niño, y los toma como modelos con los que se identifica y a quienes imita. Cuando los padres critican o desaprueban lo que los hijos hacen mal, con respeto y cariño pero con decisión, si estos toman en serio lo que se les dice, y comienzan a considerar ellos mismos su mala conducta, entonces incorporan el juicio sobre lo que es conducta inadecuada (“interiorización”), un paso importante en el camino que lleva a la formación de su propia conciencia. ¡Y qué paso tan importante es éste! El ajuste a la sociedad (adaptación) comienza a producirse cuando los niños tratan de controlar sus impulsos porque saben que otros los desaprobarán. Los niños que se sienten apartados o no queridos, por el rechazo de los padres como efecto de un castigo continuo y severo, no se identifican con el punto de vista de sus mayores cuando se les aplica la disciplina y, por consiguiente, es menos probable que acepten las críticas que se les hacen y que “interioricen” lo transmitido. Pero cuando se sienten queridos y aceptados y los mensajes se les dan con cariño, respeto, y, con claridad, seriedad y autoridad, se facilita el proceso de comprensión del mensaje y su interiorización. La interiorización de reglas, valores y juicios es una parte importante del desarrollo social y moral. Por una parte, están las reglas convencionales de las buenas costumbres, las normas básicas de convivencia y la conducta correcta, es decir, los aspectos sociales; por otra las reglas que conciernen a la amabilidad y el respeto por los demás, a mantener las promesas, a ser honesto, etc. Estos últimos corresponden a los aspectos morales. La interiorización es lo opuesto a la imposición. A veces los padres tienen que recurrir a métodos educativos impositivos. Probablemente en los primeros años de vida de una persona éste sea el método más común, dado que el niño/a aún no “razona” suficiente todavía. Pero no se olvide, el niño empieza a comprender y a razonar más pronto de lo que se imagina. Por tanto, trate de utilizar el método de la interiorización tan pronto como le sea posible. Trate siempre de hacerle razonar y comprender lo que desea inculcarle. Y, no obstante, cuando lleve un tiempo prudencial intentándolo y se encuentre agotado, no se preocupe, impóngaselo (si de lo que trata es razonable y urgente), si no, no pasa nada si lo aplaza para otro momento. En el proceso mediante el cual el niño llega a actuar de acuerdo con las reglas y los valores de la sociedad, llegando a convertirse en un miembro de la comunidad que sabe autodominarse, uno de los primeros pasos es el desarrollo del autocontrol. Los niños aprenden a autocontrolarse como parte del proceso de aprender los valores y las normas de la sociedad en que habrán de convivir. Comienzan a asociar ciertas acciones prohibidas y situaciones peligrosas con la desaprobación o el castigo, de modo que los evitan; temen enfadar a sus progenitores o hacerse daño. La interiorización es fundamental para lograr el control. Los niños, y posteriormente los adolescentes, tienen que aprender a ponerles un freno a sus impulsos, a dominar sus deseos y a tolerar su frustración. El autocontrol es un aspecto importante de la personalidad. Usted puede ayudar a su hijo/a a lograrlo.

2. El respeto El respeto es muy importante, ya que consideramos que está estrechamente relacionado con las pautas educativas que debe ejercer la familia y que condiciona, en gran manera, la forma de comportarse del niño, tanto individual como socialmente, con los adultos y con su grupo de iguales. El respeto debe estar presente en todas las situaciones, en todos los comportamientos y en todas las circunstancias, empezando por los padres entre sí. Desde pequeño, el niño debe comprender que ante todo debe respetar los hechos, las personas (y sobre todo a las personas mayores), los objetos. La madurez será posible cuando se comprenda que la propia actuación tiene unos límites y que sólo se actúa adecuadamente cuando se comprende el entorno que le rodea y se es capaz de defender las ideas y razones con respeto, estableciendo unas pautas de reacción que tengan presente al otro y no sólo el yo. Esta percepción del respeto lleva a adoptar formas positivas, como dialogar y defender lo propio, pero manteniendo siempre unos límites de corrección, de validez, lo que hará que sea posible ser respetado.

3. La autoridad y la afectividad Generalmente se ha identificado la autoridad con el hombre y la afectividad con la mujer. Pero ambos criterios no son separables y deben darse en toda persona, pudiendo el niño recibir del padre tanto su firmeza como su cariño, así como de la madre su ternura y sus criterios, estables y firmes, que defiende y hace cumplir las normas, sin la necesidad del apoyo del padre. De este modo, es importante que ustedes como padres comprendan su papel educativo (en todas las edades) mientras los hijos están bajo su tutela y no son independientes. Deben asumir el papel no de amigos o “colegas”, que no lo son, sino de padres amistosos, dialogantes, que tienen como responsabilidad la educación de los hijos, la transmisión de unos valores con los que, en muchas ocasiones, deberán enfrentarse con autoridad, aceptando o rechazando el comportamiento de los hijos y argumentando siempre el porqué del rechazo pero exigiendo el cumplimiento de unas reglas de juego establecidas con anterioridad, lo que no empobrecerá las relaciones afectivas, sino

que, al contrario, las hará más firmes

PAUTAS EDUCATIVAS

Las pautas son los medios de que dispone la familia para, a través de la práctica educativa (estilos), lograr los fines de la educación familiar. La familia como núcleo primario donde el niño llega al mundo, donde va a establecer sus vínculos afectivos y va a despertar a cuanto le rodea, es el grupo social que va a tener más trascendencia para su desarrollo y equilibrio durante toda la vida. Por estos motivos la familia, además de garantizar los cuidados necesarios para la salud física, debe ofrecer unas pautas educativas que permitan adquirir una madurez psicológica, emocional y personal evitando impulsividades, egocentrismos (interés en sí mismo), facilitando la reflexión y valoración de las situaciones en las que se debe vivir, haciendo posible la comprensión del mundo, de los demás y de las normas sociales, así como del papel personal que se debe desempeñar.

Para que las pautas educativas sean válidas, deben:

• Ser la práctica de unos criterios educativos que los justifiquen.

• Ser fundamentales. No deben someterse a modas ni estar caducas, ya que para garantizar la madurez del niño, deben ser permanentes y universales en nuestra cultura, no variando con el tiempo.

• Ser aplicables a cualquier individuo. No importa la edad, sexo y situación familiar o social.

• Tener como objetivo la estabilidad emocional de los individuos, la comprensión de la realidad y la adaptación de todos a unas situaciones en las que el individuo podrá adaptarse con seguridad. Es necesario que los niños dispongan de unas pautas o normas educativas que les van a servir como punto de partida y referencia para poder establecer sus propios juicios.

Algunos ejemplos de pautas que la familia debe transmitir y que determinarán el comportamiento del individuo tanto en relación a sí mismo como en relación a las personas que le rodean pueden ser:

 

• La participación para llevar al niño del egocentrismo (centrarse en sí mismo) al altruismo (pensar en los demás)

• La responsabilidad tanto por lo que hace referencia a sus propias cosas, a sus obligaciones (en la casa, en el colegio, etc.), como hacia los demás, ya que asimilando la necesidad de dar una respuesta personal a las situaciones, no se estará siempre pendiente de que se le resuelvan los problemas.

Hay dos comportamientos, que se suelen dar entre hermanos, que los padres deben tener en cuenta:

• Los celos

• Las agresiones  

ESTILOS EDUCATIVOS PATERNOS

Los estilos educativos son los medios de que dispone la familia para, a través de la práctica educativa, lograr los fines de la educación familiar. Los estilos educativos paternos pueden definirse como esquemas prácticos que reducen las múltiples y minuciosas pautas educativas paternas a unas pocas dimensiones básicas, que, cruzadas entre sí en diferentes combinaciones, dan lugar a los diversos tipos habituales de educación familiar. Las dimensiones básicas a las que nos referimos son: – Control firme en contraposición a control relajado. – Aceptación y empatía en contraposición a rechazo e indiferencia. – Calor afectivo en contraposición a frialdad- hostilidad. – Disponibilidad de los padres a responder a las señales de los hijos en contraposición a la no disponibilidad. – Comunicación padre-hijo bidireccional frente a unidireccional. – Comunicación padre-hijo abierta frente a cerrada.

Propuesta de “Estilos Educativos Paternos” de E. E. Maccoby y J. A. Martin

Aunque existen varios diseños de estilos educativos paternos vamos a exponer el presentado y explicado por E. E. Maccoby y J. A. Martin. Se toman en cuenta dos dimensiones básicas:

1. Exigencia paterna (control fuerte/control relajado).

2. Disposición paterna a la respuesta (reciprocidad, afecto/no reciprocidad, no afecto).

Estas dos dimensiones son reinterpretadas y cruzadas ortogonalmente dando lugar a cuatro estilos educativos paternos, siendo:

Aclaraciones previas sobre los estilos educativos

a) La “Exigencia paterna” significa rigor en el control por parte de los padres. Aparece en el estilo autoritativo-recíproco como “firmeza” y en el autoritario-represivo como “rigidez”. El polo opuesto “no exigencia paterna” es control relajado o laxo y aparece en los estilos permisivo-indulgente y permisivo-negligente.

b) La “Disposición paterna a la respuesta” es la tendencia habitual de los padres a responder a las necesidades detectadas en los hijos e incluye también la accesibilidad e implicación afectiva de los padres, reciprocidad y comunicación abierta padres-hijos. Aparece en el estilo autoritativo-recíproco y permisivo-indulgente. Su polo opuesto “No disposición paterna a la respuesta” tiene características contrarias y sería una “educación centrada en los padres”, aparece en el estilo permisivo-indulgente y en el permisivo-negligente.

c) Estos estilos educativos paternos son “tipos puros” de modo que los padres se acercarán a ellos más o menos, según los casos. Son guía para la investigación y, a la vez, una especie de espejo práctico en el que ustedes como padres pueden verse aproximadamente reflejados en uno u otro estilo. Se los ofrecemos como una aportación y un estímulo para la reflexión.

Estilo Autoritario-Recíproco

 

Según los estudios este estilo educativo proporciona efectos socializadores positivos. Así, los hijos de hogares con estilo autoritativorecíproco tienen altas puntuaciones en los siguientes efectos socializadores:

 

Estilo Permisivo-Indulgente

Los efectos socializadores de este estilo educativo son en parte positivos y en parte negativos. Los hijos experimentan las ventajas de la implicación afectiva de los padres, y así obtienen altas puntuaciones en: – autoestima, – autoconfianza, – prosocialidad, – soporte paterno en las dificultades de entrada a la adolescencia. En cambio el control laxo producirá con más probabilidad que en otros estilos: – fata de autodominio, – falta de autocontrol, – falta de logros escolares. En este estilo educativo paterno el riesgo de desviaciones graves de conducta (drogas, alcoholismo) es mayor que en el estilo autoritativo y autoritario.

Estilo Permisivo-Negligente

 

PRINCIPIOS EDUCATIVOS

Al ejercer ustedes como padres deben considerar tres principios importantes que deben inculcar a sus hijos: La disciplina, las normas y los límites.

Disciplina

Algunas consideraciones que conviene saber sobre la disciplina: ¿Qué significa disciplina? El ser humano no nace enseñado, para aprender se necesitan predisposición por parte del niño, y reglas o principios por parte de los padres que faciliten el aprendizaje. Entre estas se encuentra la disciplina que ayuda a los niños a desarrollar sus aprendizajes y su autocontrol. Todos empezamos nuestra vida sin saber controlarnos y teniéndolo que aprender para convertirnos en personas independientes, responsables, felices, miembros bien adaptados de la sociedad democrática. Como padres, ustedes deben enseñar a sus hijos autocontrol para que puedan valerse por sí mismos. Además del saber controlarse, los niños tienen que aprender a ocuparse de sus necesidades, proteger su salud y seguridad, afrontar los disgustos, compartir, expresarse de forma constructiva, sentirse bien consigo mismos, respetar las necesidades de los demás y relacionarse con ellos, así como adquirir normas de vida y saber establecer límites en sus comportamientos. Afortunadamente, tanto para los padres como para los hijos, aprender autocontrol es un proceso lento y progresivo. El tipo y grado de control que enseñen a sus hijos evolucionará a medida que crecen. Cuando les eduquen deben considerar qué son capaces de comprender y hacer según la edad y la fase concreta de desarrollo en que se encuentra. A medida que crecen asumirán más responsabilidades y disfrutarán de mayores privilegios. La transmisión de conocimientos y de requerimientos está relacionada con la edad. La disciplina es la regla o norma que utilizan los padres para hacer, desde la responsabilidad en su función de enseñar, y de los hijos en su obligación de aprender, que estos adquieran los aprendizajes básicos para construirse como personas. Esta regla se debe utilizar con decisión, firmeza (no violencia), seriedad, consistencia, y con respeto y valoración hacia el niño.

Disciplina no significa castigo Disciplinar es guiar con decisión, hacer cumplir estimulando y razonando, construir autoestima y a la vez corregir el mal comportamiento. El objetivo de la disciplina es enseñar a los niños a hacer las cosas bien; el objetivo del castigo es enseñarles a no hacer las cosas de forma incorrecta. La educación requiere también que los niños experimenten las consecuencias de su mal comportamiento, y eso incluye castigos esporádicos, pero el castigo es sólo un elemento más para disciplinar, el razonamiento y la seriedad al decir las cosas son otros. Cuando les enseñan disciplina estableciendo límites, les dan responsabilidades, estimulan su amor propio y les enseñan a resolver problemas y a decidir correctamente.

A través de la disciplina, los padres son profesores Los seres humanos venimos a este mundo indefensos en el aspecto físico, también nacemos social y emocionalmente desvalidos. Los niños ignoran que no pueden tener todo lo que quieren cuando lo quieren, y de la forma que quieren. También desconocen la forma de relacionarse con los demás o cómo resolver sus propios problemas. Ni tan siquiera saben cómo sentirse con respecto a sí mismos. De la misma forma que podemos enseñarles a procurarse sus necesidades fisiológicas, es posible también enseñarles cómo salir adelante emocional y socialmente. Esta es, precisamente, la tarea más importante de los padres, en la que se convierten en profesores de sus hijos, educándoles para la vida. Pero es fundamental que los padres tengan en cuenta la importancia de la unificación de criterios educativos, en lo esencial, para ejercer su función. Las contradicciones, discrepancias constantes, los enfrentamientos u oposición entre ustedes pueden impedir su labor educativa y perjudicar el desarrollo de la personalidad de sus hijos.

Los tiempos han cambiado Hoy, muchos padres comparten las responsabilidades domésticas, muchas madres trabajan fuera de casa y muchos niños viven con sólo uno de sus dos progenitores. Muchos padres no disponen ya de la familia extensa, como antaño se tenía, que les echen una mano en momentos de necesidad. Los padres y los hijos de hoy en día sufren mucha más presión, tanto respecto al tiempo como a la responsabilidad. Los padres muy ocupados necesitan imperiosamente que sus hijos se comporten de forma responsable, tanto cuando están con ellos como cuando no. Además de los cambios sociales y domésticos, los niños también están cambiando. En la actualidad, incluso los más pequeños, han dejado de ser infantiles, inocentes y obedientes. Lo pueden ver todo en la televisión, a veces mucho más de lo aconsejable. Los niños no están ni mental ni emocionalmente capacitados para asimilar todo lo que les llega de la “caja tonta”. Muchos están sobreestimulados y se muestran nerviosos, irritables y miedosos. Como consecuencia de ello, se portan mal. En el pasado, la disciplina se basaba en la autoridad. Los niños no la cuestionaban, no pedían ser escuchados. Hoy, ellos saben que tienen derechos y no temen expresarse. La aplicación de la disciplina se ha convertido en un desafío en la familia. Ante esto los padres deben explicar y justificar lo que hacen y ser más receptivos a las preocupaciones de sus hijos. Dar voz a los individuos en una sociedad democrática hace que esta mejore. Pero los padres tienen que saber que también tienen sus derechos como personas y sus obligaciones como padres y, desde estas premisas, deben aplicar la disciplina y conservar el derecho de ser la autoridad última en la familia. Nuestro mayor desafío al respecto es que muchos de nosotros podemos discrepar del enfoque de nuestros propios padres en cuanto a la educación que hemos recibido. Podemos revisar nuestra experiencia pasada, examinar la sociedad actual y el rumbo de lleva, aprender cosas nuevas y ajustar nuestro comportamiento de acuerdo con ello. El padre/madre actual debe estar con los tiempos actuales, con las ventajas que les ofrece, así como preparados para afrontar las dificultades que les pone.

Todos los niños necesitan aprender disciplina Enseñar a los niños qué se espera de ellos a su edad, enseñarles a comportarse, enseñarles las normas y los valores de convivencia es una de las muchas cosas que los padres tienen que hacer a la hora de educar a sus hijos. La disciplina es una herramienta educativa que ayuda a corregir el mal comportamiento. A medida que crezcan, los niños cometerán errores, algu-nos más, otros menos; pero todos se harán un lío en un momento u otro y se portarán mal. Hay muchas razones por las que los niños se portan mal: inmadurez, desconocimiento y rebeldía, entre otras. Sea cual sea la causa, los padres tienen que enseñar disciplina a sus hijos; necesitan aclararles y establecer las consecuencias de su mal comportamiento y enseñarles a no repetir el mismo error. El mal comportamiento del niño no debe contemplarse como un problema grave o como un fracaso en el proceso educativo. Es lo que es: un aspecto del proceso por el que pasa el niño hasta completar su madurez. Cada caso de mal comportamiento brinda la oportunidad de practicar la disciplina para alcanzar con el tiempo el aprendizaje de la autodisciplina.

Tenga en cuenta La disciplina no es algo que los adultos impongan a los niños, sino que más bien es algo que hacemos con ellos como parte del proceso de aprendizaje. La disciplina eficaz requiere práctica Aprendemos a enseñar disciplina de la misma forma que aprendemos cualquier otra cosa: a través del estudio y la práctica. De ahí la importancia de informarse sobre las técnicas para enseñar disciplina y practicar ejercicios con su pareja y luego probarlo en la vida real con sus hijos.

No existen padres perfectos ni hijos perfectos No se exija ser perfecto, ni exija a sus hijos ser perfectos. No existe la perfección. Debemos tratar de ser naturales, auténticos, espontáneos y sinceros, pero no perfectos. No se preocupe por cada error que cometa. La clave es darse cuenta de cuándo se ha equivocado, tratar de corregir, reflexionar sobre el problema y sus posibles soluciones, pedir perdón si es necesario e intentarlo de nuevo, teniendo en cuenta que el fin último es ayudar a sus hijos a que desarrollen su autocontrol. A su vez, los niños también cometen fallos y no responden siempre como de ellos se espera. Debe apoyarles y ayudarles a que aprendan a ser ellos quienes resuelvan sus propios problemas.

Los buenos educadores no son colegas de sus hijos Realmente, todos queréis tener una buena relación de afecto con vuestros hijos, pero tenéis que establecer límites. Sus amigos son sus amigos, vosotros sois sus padres. Podréis ser unos padres muy afectivos y de fácil acceso, pero no sus colegas. Si sois colegas de vuestros hijos, puede que os resulte más difícil imponerles el respeto necesario cuando lo necesitéis.

La disciplina parece difícil Crecer es un proceso lento y gradual. Enseñar disciplina quizás sea más fácil en los primeros años. Pero para quien empiece cuando sus hijos sean ya algo mayores puede ser más complicado, pero se puede conseguir. Educar hijos es tarea compleja, pero a medida que los niños aprenden a controlar su propio comportamiento, la disciplina se vuelve más y más fácil. Vale la pena un esfuerzo inicial hasta que vuestros hijos se vuelvan responsables de sus actos.

Algunos ejemplos de aspectos donde aplicar disciplina

• La organización. El orden es importante en la vida. Lograrlo nos puede ahorrar un sinnúmero de horas de amenazas, ruegos y castigos. Enseñar que cada cosa tiene su lugar permite a los niños poner las cosas en su sitio. Losniños pueden habituarse a poner las cosas en su sitio si sus pertenencias tienen sitios establecidos que sean adecuados. Perchas y ganchos junto a la puerta para las mochilas; cestos en sus habitaciones, en lugar de en el baño, posibilitan que la ropa sucia no acabe en el suelo de su habitación. Sin embargo, tener modos de organización no basta para evitar la pesadilla del orden: hay que enseñar a los niños a usarlos. Recuerde que nadie nace enseñado. Enseñarles y practicar a recoger y a ordenar las cosas les enseña a hacerlo solos en el futuro. Así se les enseña a asumir la responsabilidad de sus pertenencias y se evita muchas discusiones sobre el orden.

El tiempo: Las cosas indicadas en los momentos indicados. Los horarios establecidos ayudan a los niños a saber qué tienen que hacer, qué se espera de ellos y cuándo. Si se establece horarios, los niños saben qué se espera de ellos y pueden practicar el comportamiento adecuado a diario. Los hábitos se establecen con la práctica. Fijar horarios para ir a la cama, comer, y hacer los deberes elimina muchas discusiones. Además el hábito hace que los niños se sientan seguros. Los hábitos son útiles pero no tienen que ser algo rígido pues se puede llegar a la intransigencia. A veces se puede ser un poco flexible en algunos temas, como por ejemplo en los horarios y en aquellas situaciones excepcionales, pero explicando cuándo y por qué de los cambios.

 

Normas y límites

Las normas son reglas que determinan nuestro comportamiento, nuestras relaciones sociales y de convivencia. Los límites marcan hasta donde deben llegar nuestros comportamientos para que no interfieran en los de los demás. Cada edad o periodo de la vida de su hijo requiere de unas normas y de unos límites. Lógicamente no deben ser las mismas para un niño que para un adolescente: no le podemos pedir a un niño de un año que colabore en la dinámica de la casa y se comporte de determinada manera en la mesa, lo que sí se debe hacer con un adolescente. Por tanto las normas y límites se irán estableciendo a medida que su hijo avanza en su proceso de desarrollo, así como la exigencia del cumplimiento de las mismas.

¿Por qué establecer normas y límites? Establecemos normas y límites por diferentes motivos: – por motivos de salud, – por motivos de seguridad, – por motivos de convivencia, – para vivir en armonía, – por valores morales y religiosos.

Elegir las propias normas Ustedes deben establecer las normas que deben regir su vida familiar y la de sus hijos. La elección estará basada en las que le han transmitido sus padres y hayan ido elaborando a lo largo de su vida, así como las de la sociedad en la que viven.

A lo largo de su experiencia como padres se habrán encontrado en más de una ocasión con la dificultad de hacer que sus hijos cumplan con las normas que les señalan. Algo se puede hacer para lograr que obedezcan.

Tengan en cuenta lo siguiente:

– Que sean comprensibles Las normas y límites deben ser establecidas de forma clara y comprensible. Piense qué decir y dé instrucciones específicas y claras. Los niños y los adolescentes necesitan oír y saber exactamente qué comportamiento desea de ellos.

– Deje que sus hijos se expresen Los niños y, sobre todo, los adolescentes, valoran que se les tengan en cuenta a la hora de establecer limitaciones. Cuando los hijos colaboran, es más probable que obedezcan. Sin embargo, escucharlos no significa que tenga que estar de acuerdo y cambie las normas. Algunas normas y limitaciones pueden establecerse en común y otras tendrá que establecerlas usted desde su responsabilidad de padre/madre.

– Explíqueles por qué Los niños y jóvenes tienden a obedecer más las normas y los límites cuando comprenden las razones: “no puedes ir en bicicleta por la ciudad porque no”, “no puedes salir este fin de semana porque no”, son normas sin explicación; “no puedes ir en bicicleta por la ciudad porque hay demasiado tráfico y corres peligro”; “no puedes trasnochar este fin de semana porque el lunes tienes un examen, incluyen una explicación. Saber que detrás de cada norma y límite hay una explicación lógica ayudará a que sus hijos le obedezcan;

– Establecerlas antes de aplicarlas Intente no implantar normas imprevistas. Haga lo posible porque sus hijos conozcan la norma antes de infringirla. ¿Cómo se supone que su hijo va a saber que no puede ir en bicicleta por la ciudad, ni trasnochar la víspera de exámenes, si no se lo ha dicho antes? Sus hijos deben saber con antelación las normas y los límites.

– Recuérdelas periódicamente Los niños y jóvenes, a veces, olvidan las normas. Igual que los adultos. Si nota que su hijo ha olvidado una norma, no espere hasta que surjan los problemas; con delicadeza recuérdesela. Pero si su hijo la olvida más de dos o tres veces y su “recordatorio” se convierte en una rutina y/o regañina, trate de ver que está pasando y actúe razonable, firme y consecuentemente.

– Mejor positivas que negativas Siempre que pueda, intente que sus normas sean “positivas” en lugar de “negativas”. Hacen que los niños entiendan claramente el comportamiento correcto: “Puedes jugar a la pelota fuera” en lugar de “no juegues dentro de casa a la pelota”, o “lávate las manos antes de sentarte a la mesa” en lugar de “no vengas a la mesa con las manos sucias”. Por la importancia que tienen las normas, los límites y la disciplina en la construcción de la personalidad.

Qué hacer después de un mal comportamiento

A veces se puede prevenir el mal comportamiento. Otras veces, sin embargo, tendréis que intervenir después de que vuestros hijos se hayan portado mal. Cuando un niño se porta mal, normalmente, tendréis que responder a ese mal comportamiento. Por fortuna, hay veces en que no tendréis que hacer demasiado al respecto. Al referirnos a esas ocasiones hablamos de disciplina flexible. Otras veces tendréis que reaccionar con más firmeza, utilizando formas de disciplina más elaborada, hablamos entonces de disciplina fuerte.

Disciplina suave Cuando un niño se porta mal, a veces se puedehacer algo de forma fácil para atajar el problema. A este tipo de respuestas les llamaremos disciplina suave o flexible.

Algunas cosas de las que se pueden hacer son:

Recordar la norma A veces, el mero hecho de recordar una norma o límite al niño o joven bastará para evitar un mal comportamiento: “recuerda, a jugar albalón afuera, dentro de casa no”, o “recuerda que tienes que volver a las doce”

Advertir de las consecuencias Advertir a un niño qué pasará si hace lo mismo de nuevo puede ser efectivo, a veces: “la próxima vez que me contestes cuando hables por teléfono con tus amigos, te quedarás sin poder usar el teléfono un tiempo”, o “La próxima vez que llegues más tarde de las doce te quedarás sin salir un tiempo”. Las advertencias funcionan sólo si se dan una o dos veces. Si advierte una vez tras otra sobre lo mismo y usted no actúa, su hijo sabrá que no lo dice en serio. Si su hijo se sigue portando mal después de la advertencia, tendrá que tomar medidas más serias y decididas.

Ignorar el comportamiento En algunas ocasiones ignorar cuando el niño o el joven hace algo mal es una media prudente. “No oír” una palabrota, un comentario negativo o de rechazo a alguna norma que se les escapa, puede ser la mejor solución, a veces. Pero no la utilicen como “norma”.

Elogiar por un comportamiento Elogiar a su hijo cuando hace algo bien, aunque otras veces lo haga mal, puede estimularle a hacer lo correcto más a menudo: “has limpiado tu habitación muy bien, hoy, estoy orgulloso de ti”, “has cumplido tu compromiso de llegar a la hora fijada, estoy contento de ti”. Ponga el acento en lo positivo, no en lo negativo.

Disciplina más fuerte A veces la disciplina suave no funciona y se necesita algo más contundente, un enfoque más directo y persuasivo que enseñe a vuestros hijos a no infligir de nuevo las normas y límites establecidos. Lo que significa averiguar por qué se da el mal comportamiento y establecer cambios que eviten que se repita. Dichos cambios incluyen averiguar los motivos de ese mal comportamiento y establecer consecuencias o castigos si el comportamiento lo requiere.

Para eso tenga en cuenta lo siguiente:

¿Por qué se portan mal los niños y los jóvenes? Primero conviene saber que los niños, habitualmente, se portan mal para satisfacer sus propias necesidades, o por que no saben hacerlo mejor aún, no para molestarles.

A veces, los niños se portan mal porque todavía no están preparados mentalmente para enfrentarse a las situaciones. Un niño de tres años cruzará la calle porque no entiende el peligro que entraña su acción. Si la inmadurez física o mental es la causa del mal comportamiento, usted debe asumir el control para asegurarse de que su hijo no sufra daño. La curiosidad normal en el ser humano es, muchas veces, la causa del mal comportamiento de sus hijos. Un niño de dos años puede derramar la leche para descubrir que pasa. Uno de diez años romperá un reloj intentando entender cómo funciona. Si la curiosidad es causa de mala conducta, una acción que obligue al niño a arreglar el daño y una explicación de qué ha hecho mal serán lo más adecuado. Muchas veces, los jóvenes se comportan de forma inadecuada para satisfacer sus propias necesidades: sentirse importantes, ser cabecillas, saberse aceptados, demostrar su fuerza, o para que la gente advierta su presencia. Éstos son los problemas relacionados con la disciplina que constituyen el mayor desafío para los padres. Hacer que experimenten las consecuencias de su mal comportamiento y descubran qué hacer para evitar que se repita es un enfoque que resulta efectivo.

Consecuencias o castigos por los comportamientos

Necesitamos mostrar a los niños que sus acciones tienen efectos, y que cuando estos producen un daño o rompen acuerdos de normas establecidas hay que aplicar consecuencias o castigos. Cuando vuestros hijos se porten mal de forma deliberada, tenéis que hacer que conozcan las consecuencias de sus acciones para que no las repitan. Una consecuencia o castigo adecuado enseña a los niños a no cometer el mismo error de nuevo. Las consecuencias o castigos, para ser eficaces deben cumplir las siguientes reglas: – Deben ajustarse a la edad del niño. – Deben adecuarse en intensidad al comportamiento a corregir. – Centrarse en el comportamiento no en el niño como persona. – Tener algún significado y valor para el niño, sino no cumplirá función correctiva alguna. – Ser aplicable lo más cercanamente posible al comportamiento que lo ha provocado. – Servir para enseñarles porqué no deben cometer el mismo error, no para ofender o humillar al niño. – Explicar y razonar del porque de las consecuencias o castigo aplicado.

Aprender a poner límites.

Los padres y educadores deben formarse para llevar a cabo la difícil tarea de poner límites. Hacer que tomen conciencia de los errores más frecuentes en sus actuaciones ante los hijos y alumnos es el primer paso para establecer una serie de reglas y orientaciones que les hagan sentir seguros a la hora de enseñar a controlar determinados comportamientos antisociales.

¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL PONER LÍMITES?

Actualmente, los padres tienen miedo a imponer prohibiciones y castigos o a demostrar excesiva fuerza. No desean (por suerte) dominar a sus hijos; la educación autoritaria les aterroriza, por las traumáticas huellas que dicha educación dejó en muchos de ellos. Por ello, son más tolerantes, más liberales y más amistosos que los padres de antaño. Pero a la vez les cuesta desarrollar un concepto de educación propio, más acorde con otros modelos socio-familiares democráticos y participativos, que mantengan una posición equilibrada entre el dar y el exigir. En nuestra sociedad existe un intenso debate acerca de la permisividad y la imposición de límites; hay una conciencia generalizada de que este tema se nos ha escapado de las manos y parece tocar fondo; no obstante, intentaré recoger diferentes planteamientos y puntos de vista que ayuden a centrar y aproximar diferentes posturas. El polémico pediatra francés Naouri (2005:1) es un destacado autor en el análisis del modelo educativo y las relaciones familiares; para este autor el niño se ha convertido en un «tirano doméstico», porque todo lo que los padres hacen desde su nacimiento es para darle placer, por lo que defiende la frustración como «motor de la educación, para enseñarle lo que es la vida». La inadecuada relación entre estos dos modelos está fomentando niños irresponsables e infelices, egoístas y con poca capacidad para dialogar. Naouri (2005) aboga por la importancia que tiene la relación democrática en la pareja, ya que este modelo de coexistencia crea «padres y madres de calidad». Sostiene que trasladar este modelo a la relación con los hijos supone desconocer las necesidades de los niños, ya que estos necesitan ser dirigidos mediante reglas. Desde la educación se debería evitar que estos niños se muevan por impulsos y se les enseñe a vivir según reglas democráticas. Para Naouri (2005), los padres tratan de seducir a los hijos para que les amen y por ese deseo se crean los niños tiranos, que hacen imposibles las relaciones familiares. Sólo a través de la exigencia y disciplina se conseguirá concienciar al niño en la necesidad de sufrir o esforzarse ante la vida. Al niño no se le puede dejar al libre albedrío de sus propios impulsos, pues, de lo contrario, se convertirá en un dictador. Cuando sea necesario los padres deben entrar en conflicto con sus hijos sabiendo decir «no» y, si es preciso, utilizando el castigo, no el físico, sino el de comportamiento, es decir, privándole de satisfacciones que le agraden (no ver la televisión, restituir lo robado, pagar lo que ha roto, etc.). En una dirección parecida, Urra (2005:1) sostiene que «Los padres deben tener una igualdad de roles entre ellos, dejar de ser amigos de sus hijos y empezar a tomar decisiones e inculcarles valores morales». Partiendo de nuestra realidad social, clasifica a los padres en tres grupos: «Padres encantadores, padres permisivos que dejan hacer a sus hijos lo que quieran y padres desaparecidos que no se atreven a educar». Ante la falta de coherencia y la asunción de los mismos roles de los padres, los niños se dan perfecta cuenta del grado de inseguridad de sus progenitores, de lo desamparados y vulnerables que son. Así, se produce un cuestionamiento continuado de reglas y límites. ¿A qué obedece esta inseguridad en la educación, esta falta de autoridad y esta incapacidad de hacer valer la propia opinión? ¿Por qué nunca sucede lo que desean los padres?

ALGUNAS CAUSAS DE LA INSEGURIDAD, INCAPACIDAD Y POCA AUTORIDAD DE LOS PADRES

Donde surgen con más virulencia los fallos de exceso de complacencia de la etapa infantil es en la pubertad; de ahí que he elegido seis modelos de comportamiento que pueden ilustrar, en diferentes niveles, las consecuencias que en la vida real puede desencadenar una educación demasiado permisiva. Recogemos a continuación los seis modelos más habituales del comportamiento de los padres frente a sus hijos que Nitsch y Schelling (1998) describen haciendo hincapié en sus causas y en sus consecuencias.

I. Los padres no saben decir «no» por miedo a parecer autoritarios. Pero tampoco hacen lo posible por mantenerse firmes, sino que ceden en contra de su voluntad. Estos padres tampoco quieren, de ningún modo, ser tildados de sabihondos o defensores intolerantes de las reglas establecidas; lo relajado y amistoso tiene para ellos más valor, en la esperanza de que sus hijos, que no tienen que sufrir presiones ni prohibiciones, se desarrollen de forma libre y espontánea. No obstante, no suele suceder así, ya que los niños y niñas no saben con seguridad a qué atenerse, les faltan referentes claros en los que confiar para dejarse orientar. Muchos pequeños se convierten en sacos de nervios insoportables que tiranizan a sus padres, sabiendo imponer su voluntad a cualquier precio; tienen tanto poder que no muestran el menor respeto por las necesidades de las demás personas, con actitudes despóticas, saturadas de dosis altísimas de intolerancia. En el fondo, lo que piden a gritos es sentir una mano firme y experimentar amabilidad y compromiso, con la esperanza inconsciente de hallar aún orientación y freno. Les resulta muy difícil identificarse con unos padres débiles. Además de todo ello, los niños cuyos padres no saben negarles nada, viven cada «no» inequívoco del futuro como un auténtico fracaso personal o, si no, como acusación y rechazo. Al carecer de modelos que les sirvan de apoyo, y con los cuales llegar a un acuerdo, se encierran en una coraza para compensar la confianza que les falta en sí mismos.

II. Los padres desean actuar de forma absolutamente diferente a sus propios padres porque cuando eran niños sufrieron el dominio de sus familias. Este segundo modelo de educación ha provocado que muchos padres tengan frecuentes sentimientos de culpa y que se dejen atemorizar fácilmente por la autoridad. No es de extrañar, pues, que deseen borrar a sus hijos todas esas experiencias y que les resulte tan difícil imponerles límites. En el fondo, estos padres no quieren sentirse tan inútiles y subestimados como ellos se sintieron en momentos de su infancia. Pero estos padres lo único que hacen es seguir reaccionando ante las exigencias negativas de su propia niñez en lugar de reflexionar y adoptar compromisos claros y definidos en lo que atañe a la educación de sus hijos. Lamentablemente, la consecuencia más frecuente en estos casos es que los abuelos son los que acaban educando a los niños. Por otro lado, exigen demasiado poco a sus hijos y demasiado a sí mismos: se muestran amables y comprensivos cuando por dentro están furiosos. Les cuesta muchísimo renunciar a las arduas exigencias hacia ellos mismos y su mala conciencia. Generalmente la presión acaba explotando y, para colmo, entran en una fase de remordimiento y se avergüenzan por perder los papeles. De hecho, siguen siendo tan inseguros como cuando eran niños. ¿Resultado? Sus hijos e hijas suelen acabar siendo unos insolentes y no tan felices y equilibrados como sus padres habían imaginado.

III. Los padres imponen a sus hijos unos límites demasiado estrechos, porque temen por ellos, porque no confían en sus capacidades. En la educación de los hijos caben dos posturas negativas: la sobreprotección y la excesiva permisividad o dejadez. Se produce lo primero cuando los padres están excesivamente preocupados porque sus hijos no caigan en los posibles peligros que puedan encontrar en su vida (Ramo, 2005). Esta actitud sobreprotectora les lleva a no dejar solos a sus hijos en los desplazamientos habituales y a resolverles los problemas que podrían resolver ellos mismos. Suelen sustituirles en casi todo. Esta forma de actuar es especialmente negativa para los hijos porque les impide aprender a valerse por sí mismos, no experimentan ni ensayan formas de afrontar problemas y se convierten en sujetos pasivos, esperando que sean los padres los que resuelvan los problemas. No ejercitan la voluntad y, por tanto, no crecen con las competencias y habilidades para madurar en su desarrollo personal y social. «El fin y el objeto de la educación dada por los padres en el hogar y en el círculo de la familia consiste en despertar y desenvolver suficientemente las energías y aptitudes generales, lo mismo que las especiales de cada uno de los miembros y órganos del hombre» (Froebel, citado por Ramo, 2005:1). A los niños de padres excesivamente protectores les suele costar ser autónomos, aceptar responsabilidades y decidir por sí mismos. Como confían poco en sus posibilidades, acaban desmoralizados, desvalidos y transforman de forma inconsciente sus debilidades en exigencias sin límite: no llegan a comprender que deben acabar solos sus deberes o bien protestan con vehemencia cuando los padres no les resuelven todos los problemas. Cuanto más miedoso e inseguro es el niño, más abnegados y solícitos acostumbran a ser los cuidados y atenciones de los padres; los sustituyen en todo. En definitiva, les niegan el derecho a equivocarse porque se lo dan todo mascado, hecho y trillado. Según este modelo de actuación, los padres no son conscientes de que están limitando a su hijo, que él no experimenta todo lo que es capaz de hacer ni sabe dónde debe esforzarse, que no está poniendo a prueba ningún límite para llegar a desarrollarse y que no se plantea ningún desafío que conduzca a los padres hasta los límites de su poder.

IV. Los padres se mantienen al margen de la educación de sus hijos porque tienen poco tiempo que dedicarles. Llevan a cabo actividades placenteras con ellos y cuando pueden les hacen grandes regalos, para acallar los remordimientos que están siempre rebrotando. No tienen una relación de adultos con sus hijos, desvían con gusto la mirada cuando aparecen conflictos o conductas desviadas, en lugar de tomar parte activa en los problemas. Consideran que la política de evadir los problemas es la mejor manera de no entrar en polémicas. Sobre todo, los padres que suelen estar fuera de casa o que no viven con los hijos por problemas de separación, principalmente, rehúyen las tareas educativas y tienen poco acceso a sus hijos; esto es muy negativo para los niños, pues les falta un referente para orientarse y carecen también de ese estado de seguridad que nace de la presencia y del roce con los padres; acaban sintiéndose desarraigados, sin hogar, y pueden llegar a convertirse en carne de cañón para caer en manos de desaprensivos y ser utilizados para fines ilícitos, dado su alto grado de vulnerabilidad.

V. Los padres no quieren prohibir nada a sus hijos, para que se conviertan en personas libres e independientes. Estos padres desean tener una relación de camaradería y de ningún modo desean decidir y dar órdenes; sucede con frecuencia que no se atreven a tomar partido y traspasan a sus hijos e hijas una responsabilidad excesiva. Estos se deben comportar como adultos en miniatura aunque, de hecho, lo que precisan es apoyo y ayuda. Cuando un niño se enfrenta a decisiones que no corresponden a su edad y que se refieren a él mismo, lo más probable es que se sienta solo y agobiado; ocurre que el niño no da abasto con la tarea encomendada por los padres o bien lo hace mal. Un ejemplo de este modelo de comportamiento lo encontramos en algunas familias de clase alta en las que los niños pasan el mayor tiempo con la criada o el personal de servicio. Lo que de verdad necesita son límites bien definidos y la dirección de los padres para llegar a la autonomía a partir de una base estable.

VI. Los padres miman de forma exagerada a su hijo hasta convertirlo en el centro de la familia; todo gira alrededor del niño. Los padres no saben negarle ningún deseo. No consiguen en absoluto poner límites a sus exigencias. Los niños que ven satisfechos todos sus deseos suelen sentirse profundamente tristes, ya que al final nunca tienen lo suficiente. Los padres que miman sin límites a sus hijos hacen que el niño se vuelva cada vez más exigente y viva cada negativa como una decepción insoportable. O bien reacciona con rabia y no deja de molestar reclamando que accedan a sus peticiones, o bien cae en un estado de depresión. Su dependencia hacia las cosas materiales no les permite aprender a aplazar la satisfacción de sus deseos ni llegar a un compromiso. Su autoestima está basada sobre todo en el hecho de tener cosas caras y sólo se sienten felices cuando se les hacen regalos y se les malcría con detalles materiales. Posiblemente, los modelos que acabamos de analizar y que basculan entre posiciones maximalistas y minimalistas podrían reconducirse desde la información temprana a los padres para aprender a interpretar las reacciones de sus hijos y tomar las medidas adecuadas ante las consecuencias decisivas en positivo o negativo que tienen, si se toman desde los primeros meses y años del niño.

¿CÓMO ESTABLECER LÍMITES?

Poniendo límites a los niños les ayudamos a aprender a autorregularse, es decir, a ponerse límites a ellos mismos. El proceso del aprendizaje de la autorregulación y el dominio de sí mismo hay que iniciarlo desde los primeros meses, brindándoles seguridad y cuidado y asegurándoles que tienen vínculos estables con otros adultos que cuidan de él. Desde los primeros momentos es necesario poner límites claros y dar explicaciones breves y sencillas. En la medida que el niño crezca es imprescindible ser coherente cuando establezca reglas o asociaciones de causa-efecto. El niño debe sentirse en todo momento guiado, apoyado, apreciado y nunca juzgado y, mucho menos, rechazado.

Orientaciones básicas

Aprender a manejar la frustración

El aprendizaje del dominio de sí mismo depende de cómo se sienta consigo mismo y de la manera de afrontar las frustraciones que surgen en la vida cotidiana. Una de las mejores formas de enseñar a manejar la frustración es brindar oportunidades para que elijan y decidan por sí mismos. Ayudarles a perseverar en sus decisiones puede ser difícil, pero para los niños es necesario aprender a experimentar las consecuencias de sus decisiones. De la misma forma, cuando los padres dan al niño una opción, deben respetar su decisión. También es preciso aclarar que no todo puede ser una opción y no todas las cosas son negociables. Control del comportamiento agresivo La agresión física (morder, golpear, empujar, arrojar, arañar, escupir…) es muy común en los primeros años. Estos episodios pueden prevenirse antes de que empiecen. La anticipación es siempre útil y alivia el estrés tanto en los adultos como en los niños pequeños. Siempre que sea posible, es muy recomendable poner a sus hijos sobre aviso de las transiciones, como el final de una actividad, la hora de salida de excursión, o la llegada o la partida de invitados. La recompensa de un comportamiento deseado ayuda a que los niños aprendan lo que se espera de ellos. Cuando un problema se repite es necesario analizar la situación para promover cambios que lleguen a la raíz del conflicto; hay que procurar establecer pocas reglas y vigilar que se cumplan, de modo que la perseverancia y la constancia presidan su modo de actuación, ya que la repetición de experiencias es necesaria para que se produzca el aprendizaje.

Tomar medidas antes de que lo haga el niño Si observa que a su hijo se le avecina un problema consigo mismo o con otros es conveniente anticiparse y tomar medidas siguiendo los siguientes pasos (1):

• Diga a su hijo específicamente lo que usted espera que haga, y ayúdelo a ir en esa dirección.

• Si es necesario, aleje al niño de la situación inmediata, pero manténgalo con usted.

• Hable sobre los sentimientos y las reglas después de que esté más calmado.

• Haga participar al niño en la decisión de cuándo es el momento de regresar a la actividad previa.

• Ayúdelo a regresar y a que sea más exitoso.

• Si repite el comportamiento, aléjelo otra vez de la situación.

Ofrecer tiempos de descanso

Cuando un niño presenta dificultades para calmarse o regular sus emociones, puede resultar eficaz ofrecerles tiempos breves de descanso, en una habitación o espacio cerrado y en presencia de un adulto para ofrecerle un tiempo de recuperación; si se hace en presencia de un adulto no se sentirá rechazado ni desencadenará una crisis de ansiedad. Ofrecer tiempo y espacio para desahogarse Las energías de los niños son extraordinarias y una de las medidas para canalizarlas es ofrecerles tiempo y espacio para que desarrollen todo su potencial energético, a través de actividades que les ayuden a expulsar su agresividad y tensión; algunas de estas actividades pueden ser: correr, saltar, llevarlos a parques infantiles, hacer natación, perseguir una pelota, tirarse por la hierba, perseguirse, etc. La riqueza de experiencias y actividades bien distribuidas en la jornada ayudan a no aburrirse, fomentan la creatividad y permiten quemar energías. Reconocer sus puntos críticos Si el adulto experimenta un aumento de enfado o tensión no es conveniente que lo disimule, sino que lo manifieste a su hijo. En esta circunstancia es importante esperar antes de tomar decisiones y, una vez superada esa fase, tomar las medidas adecuadas que no sean el resultado de su descontrol. La disciplina es enseñar al niño a comportarse. No se puede enseñar con eficacia cuando se es extremadamente emocional.

Errores frecuentes que deberían evitarse

Es absolutamente comprensible y habitual que los padres que intentan educar a sus hijos se equivoquen; lo importante es intentarlo, procurando revisar y comentar democráticamente las actuaciones. En educación lo que deja huella en el niño no es lo que se hace una vez, sino lo que se hace de manera perseverante y dentro de la coherencia. Lo importante es que, tras un período de reflexión y diálogo, los padres consideren, en cada caso, las actuaciones que pueden ser más negativas para la educación de sus hijos, y traten de ponerles remedio. Los padres suelen cometer errores cuando interaccionan con sus hijos.

A continuación, presentamos los que con más frecuencia debilitan y disminuyen la autoridad de los padres.

• La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de lo que es bueno ni de lo que es malo. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.

• Ceder después de decir «no». Una vez que los padres han decidido actuar, la primera regla que se debe respetar es la del «no». El no es innegociable. Este suele ser el error más frecuente y el que más daño hace a los niños. Cuando los padres vayan a decir «no» a su hijo, es necesario que previamente lo piensen bien, porque desacredita desdecirse y dar marcha atrás. Los niños son muy hábiles en parodiar gestos para producir compasión o bien obtener el perdón de sus padres.

• Tratamiento del «sí». El «sí» se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuánto rato.

• Abusar del autoritarismo. Es el polo opuesto de la permisividad. El intento de que el niño haga todo los que los padres quieren tiene como consecuencias la anulación de la iniciativa y personalidad de sus hijos. El autoritarismo sólo persigue la obediencia ciega, haciendo a los hijos sumisos y sin capacidad de autodominio.

• Falta de coherencia. En diferentes momentos hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las reacciones de los padres tienen que estar siempre dentro de una misma línea de coherencia ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los hechos.

• Gritar y perder el control. A veces es difícil mantener el autocontrol necesario ante determinados hechos y los padres sucumbimos más de lo que quisiéramos en mayor o menor medida. Perder el control supone un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, no olvidemos que, cuando actuamos por impulso o descontrol emocional, el niño se acostumbra a los gritos y los insultos y lo toma como una rutina más.

• Sobrepasar la barrera de los gritos. Gritar conlleva un gran peligro inherente; cuando los gritos no dan resultado, la ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave. Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres…

• No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más prometen o amenazan los padres menos cumplen lo que dicen. Cada promesa o amenaza no cumplida es un paso atrás en su autoridad. Por ello, las promesas y amenazas deber ser realistas, es decir, fáciles de aplicar y cumplir.

• No establecer puentes para negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de poder y, por lo tanto, incomunicación. Probablemente esta manera de actuar provocará que en la adolescencia se deterioren las relaciones entre los padres y los hijos.

• No escuchar a los hijos. Es un clamor entre los padres la queja de que sus hijos no los escuchan. Y el problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos, ni han establecido la interacción necesaria interesándose por sus problemas o sus ilusiones. Les han juzgado, evaluado y les han dicho lo que debían hacer, pero no les han escuchado ni han intentado mantener un diálogo con asiduidad.

• Exigir éxitos inmediatos. El éxito y la competitividad están presentes como una obsesión en bastantes padres. Muchos padres basan su competencia en el éxito académico de sus hijos sin detenerse a analizar su formación en valores éticos y morales.

Llegar a actuaciones concretas y positivas

Una vez que conocemos los errores que debemos evitar, algunas orientaciones sencillas pueden aligerar el problema, ofrecer un desarrollo equilibrado a los hijos y proporcionar paz a la familia. Estas orientaciones pueden contribuir a incrementar la habilidad de padres y educadores para que actúen en la práctica con más coherencia, objetividad y mesura.

Entre las orientaciones básicas para llegar a actuaciones concretas y positivas que ayudan a tener prestigio y autoridad positiva ante los hijos, destacaríamos las siguientes

a) Fomentar la objetividad. Las expresiones tienen diferentes significados. Los niños entienden mejor cuando nos referimos a normas bien concretas y bien definidas; por ejemplo: «Agarra mi mano por la calle».

b) Objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Estos objetivos han de ser pocos, formulados y compartidos por la pareja, de tal manera que los dos se sientan comprometidos con el fin que persiguen. Requieren tiempo para ser consensuados, incluso a veces papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos. Además, conviene revisarlos si se sospecha que se han olvidado o ya se han quedado desfasados por la edad del niño o las circunstancias familiares.

c) Ser claro y específico. Los límites deben ser claros, específicos, sencillos y positivos; las instrucciones generales y la información vaga o genérica desbordan al niño y nunca sabrá lo que esperamos de él. Lo que sí le será útil son las instrucciones concretas transmitidas con cariño, por ejemplo: «Después de jugar, recoge los juguetes y colócalos en el armario».

d) Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cuál ha de ser su actuación, es contraproducente invertir tiempo en discursos para convencerlo. Los sermones tienen un valor de efectividad igual a cero. Una vez que el niño ya sabe qué ha de hacer y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.

e) Los límites deben formularse de manera positiva. Se debe informar de lo que hay que hacer, y no de lo que no hay que hacer. Por ejemplo, es preferible decir «Cuando te sientes pon la espalda recta», en lugar de «No te sientes así, corvado». Nos guste o no, el mundo se rige por reglas; estas existen y si no se cumplen nos exponemos a una penalización.

Para implementar una educación razonable y exitosa, debemos tener en cuenta que las reglas:

– Deben ser concisas y razonables.

– Deben ser comunicadas claramente.

– Deben ser reforzadas periódicamente. Como hemos dicho en otros momentos, los niños necesitan y piden límites. Además, el efecto que tiene el establecimiento de unas buenas pautas de orden en una familia es evidente: se disfruta más distendidamente de buenos momentos y se evitan batallas que desgastan la relación interfamiliar.

f) Dar tiempo de aprendizaje. Una vez que hemos dado las instrucciones concretas y claras, las primeras veces que el niño las pone en práctica necesita atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Son maneras de actuar nuevas para él y requiere un tiempo y una práctica guiada. En opinión de Phelan (2005:1), cuando se establece una disciplina razonable, los chicos no sólo aprenden a aceptar límites, reglas y restricciones sino que «ellos mismos se las imponen y de esta manera aprenden una regla básica: aplazar la recompensa inmediata por el logro de un objetivo a más largo plazo».

g) Valorar sus intentos y esfuerzos por mejorar. Resaltar lo que hace bien y pasar por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es por fastidiarnos, sino porque está en proceso de aprendizaje. No se les debe exigir por encima de sus posibilidades. Tampoco es posible que obedezcan a la primera orden. El autocontrol requiere un entrenamiento y como tal necesita repetición y práctica. Si perseveramos conseguiremos que incorporen una regla o un límite. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan.

h) Ser firmes. Mostrarse firme pero amable es una buena manera de que nuestros hijos presten atención y sigan las instrucciones. Los límites firmes son mejor aplicados con una voz segura, sin gritos, y una seriedad en el rostro.

Para ello aconsejamos seguir estas instrucciones cuando les vamos a impartir normas:

– Sostenerle quieto por los hombros mientras se le dan las instrucciones.

– Mirarle directo a los ojos.

– Hablarle de una manera clara y con un tono firme.

– Dejar que tu rostro parezca serio mientras le hablas.

– Insistir en ser atendido y obedecido a una instrucción razonable. Debemos tener en cuenta que «no hay disciplina posible en medio de una batalla» (Phelan, 2005:1).

Tenemos que considerar que, si el enojo o estado de irritación es muy grande, se tiende a ser irracional. Y probablemente queramos ganar la batalla a toda costa, pero hiriendo al otro. Los premios y los castigos son muy efectivos para la disciplina, pero no el castigo acompañado de furia o enojo. i) Ser consistente. Los límites deben cumplirse siempre que las circunstancias sean las mismas; si las circunstancias cambian, los límites deberán ser revisados. Las rutinas y reglas importantes resultarán efectivas, aunque se esté cansado o indispuesto.

j) Incorporar a los hijos en el establecimiento de límites. Es la manera de asegurar su cooperación en el seguimiento de las normas y entrenarlo en la práctica y toma de decisiones. Hablar con los hijos de los problemas, límites y normas facilita una guía para su propio comportamiento, el autocontrol y la autodirección.

k) Reconocer los propios errores. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad al niño y le anima a tomar decisiones, aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos evitar. Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia. Cuando se va a hacer alguna advertencia es conveniente siempre comenzar con un comentario acerca de algo positivo, luego dar la indicación correctiva y terminar haciendo hincapié en algún logro. Esto los estimula y los alienta a esforzarse por mejorar.

l) Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad positiva supone que el niño tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto ocurra si el padre no da ejemplo de confianza en el hijo. La confianza permite que la familia evolucione y se mantenga como núcleo generador de vida. Los padres, como guías, deben tener presente que los hijos serán seguidores sólo si son su ejemplo. En hechos y en palabras, dirigir requiere, en primera instancia, saber a dónde se está llevando a uno mismo, identificar qué se desea, soñar y vivir defendiendo un proyecto personal, para tener derecho a poder influir sobre otros. Guiar implica una dedicación incesante, pero con sentido, posibilitando el ejercicio de la autoridad, entendida como control, guía, ejemplo, acompañamiento y postura abierta en el recorrido de la vida. Nuestros hijos necesitan desesperadamente referentes claros, posturas abiertas, diálogo permanente, escucha, límites identificables, pero, ante todo, que creamos en ellos desde su potencialidad y su bondad, posibilitándoles el «ser» que los lleve al compromiso con la vida, con su realidad. Tener autoridad positiva equivale a que cualquier actuación humana, en la relación con los hijos, vaya acompañada de dos requisitos imprescindibles: amor y sentido común. El amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas, a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de tal manera que dejan un bienestar interior en los hijos y en los padres.

El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación en concreto. El sentido común nos dice que no debemos matar moscas a cañonazos ni leones con tirachinas. Un adulto debe tener sentido común para saber si tiene delante una mosca o un león. Si en algún momento tiene dudas, debe buscar ayuda para tener las ideas claras antes de actuar (Sorribas, 2005:5).

Finalmente, la escucha activa hacia nuestros hijos puede transmitirles confianza en sí mismos y habilidad para manejar sus sentimientos y problemas. Es una escucha respetuosa que les inspira respeto por ellos mismos. El solo hecho de escucharlos activamente hace que a veces nuestro hijo.  

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