Leyes de las ordenes del amor

Tercera ley – Compensación
En una familia la pertenencia y el vínculo de amor efectúan una fuerte e irresistible necesidad de compensación. Así ocurre que en cada familia, la siguiente generación tiene parte en el destino de las generaciones anteriores y trata de conseguir una compensación para ellas. Esto hace que los hijos inocentes tengan que expiar asuntos como culpa, errores, enfermedades y desgracias de sus antepasados. Eso lo hacen con un amor ciego, inconsciente, con la mejor intención y con una buena conciencia. Además, ellos expresan internamente frases de las cuales no son conscientes.
Según Wibe Veenbaas, el vínculo nace de la profunda necesidad humana de unión física y emocional; el gran deseo de ser aceptado. La vinculación tiene su origen en la supervivencia. No puedes luchar contra ello, no tienes elección. El vínculo tampoco tiene que ver nada con la moralidad o con la idea de bueno y malo. No importa lo que pensemos respecto al vínculo, si es justo o no, no le podemos eliminar. El vínculo es algo real, pertenece a la vida, y es la base de nuestro afán de cercanía. El vínculo en la relación de padres e hijos es un hecho.
Durante el crecimiento, de una manera natural, el vínculo con los padres se hace más amplio y se convierte en una conexión. Pero un niño que ha sido abandonado o que no ha completado el movimiento amoroso hacia sus padres, estará vinculado sin conocer la posibilidad de avanzar y crecer.
A un adulto con esta historia personal le será difícil sentirse protegido y cercano en una relación. Él relaciona estos sentimientos con el vínculo que rechaza, porque no ha experimentado uno que crece y se expande, con una unión que abarca espacio e intimidad. Superficialmente, el cliente trata a menudo de distanciarse de este vínculo, pero a un nivel más profundo, no le es posible. La lucha contra el vínculo hace precisamente lo contrario, que se mantenga en su lugar. Bajo la furia y el resentimiento se encuentra el profundo deseo de sentirse amado. En este nivel tan profundo, el vínculo no puede desaparecer.
El cliente que se distancia de sí mismo y de sus sentimientos, parece poder vivir sin vínculo, pero inconscientemente el vínculo lo mantiene todavía mas atado. No es posible luchar contra él o ignorarlo, porque no es posible alejarnos de él.
Hellinger dice que una persona tiene tres opciones:
· Negar: oponerse a aceptar lo que es
· Recriminar: llenarse de rabia porque no es como queremos que sea
· Asentir: aceptar tal y como es
La última opción ofrece la mayor libertad. Al aceptar el vínculo se abre la posibilidad de avanzar y transformar el vínculo en conexión.
Mejor yo que tú
En las constelaciones familiares podemos observar la fuerza y lo trágico de este mágico, ciego e infantil amor, y las oraciones internas que crea. También sus consecuencias dolorosas y graves.
Ejemplo:
Juan (28 años) se siente a menudo deprimido. Quiere constelar a su familia. En la conversación preliminar con el terapeuta dice que tuvo un hermanito que nació antes que él y que murió tres días después de nacer. En la constelación, situado frente a su hermano muerto prematuramente, siente el amor profundo que les une. A través de este fuerte vínculo de amor, dice interiormente la frase “mejor yo que tú”, o la variante “quiero tomar tu lugar”. Estas frases exponen un amor mágico y ciego de niño. En la constelación se trabaja con la frase sanadora: “Fue mi destino morir pronto, tú me honras si lo dejas conmigo”. Aún cuando un niño crece, se hace adulto, y forma una familia, las constelaciones muestran que todavía existe una fuerte unión con aquel que tuvo un duro destino.
Este vínculo le aleja de su familia y lo atrae hacia aquellos que murieron prematuramente, a los que sufrieron enfermedades o vivieron infelizmente. Él quiere abandonar a su familia y se dice interiormente: “te sigo”.
La dinámica que entonces se presenta es que uno o más de un hijo se dicen también internamente la frase “mejor yo que tú”. El niño quiere con esto evitar que su padre abandone el sistema familiar, es decir, que se ponga enfermo, se suicide o tenga un accidente. El niño se entrega asimismo.
Él sacrifica su salud o su felicidad para mantener al padre en vida y dentro del sistema familiar. Se pone por así decirlo en su lugar y se entrega, por amor, como sustituto en la enfermedad, desgracia o muerte. El niño tiene una buena conciencia y se siente inocente. Su motivación profunda es el amor y su deseo de asemejarse para poder pertenecer.
El ayudante y el amor
Cuando nos encontramos con la dinámica arriba mencionada, el único camino hacia la sanación de este amor infantil y ciego es hacerlo consciente y respetarlo. Cuando el terapeuta no es consciente del profundo amor de esta relación, y no lo respeta, el cliente se retirará y no aceptará el proceso de concienciación y la posible sanación.
El cliente y su inconsciente motivación deben ser vistos, de lo contrario, él se aferrará cada vez más secretamente a su frase interior “mejor yo que tú” o “yo te sigo” y continuará, con una buena conciencia, abrigándose con su enfermedad o desgracia. No puede hacer otra cosa porque él cumple con lo que la conciencia colectiva le pide y quiere sacar a la luz lo que no ha sido superado. Mientras ese algo no asimilado no se hace consciente, el se sentirá como un traidor a su comunidad, si por ejemplo se sanase, o fuera feliz o desistiera de sus planes de suicidio. Sólo cuando ese amor profundo, la lealtad y el vínculo salen a la luz y se sienten, es posible para el cliente ser consciente de la ceguera y esperanza infantil. De esta manera, el cliente puede liberarse de ese vínculo de destino, y se hace posible la sanación. Sólo entonces podrá decir: “Padre (madre, hermano, hermana, o cualquier otro familiar) yo te honro con tu destino, y mírame con cariño cuando yo sigo viviendo” o “Mírame con cariño cuando tengo una vida feliz”. Así puede hacer una reverencia con todo amor ante el destino del padre, aceptarlo tal y como se presenta y dejarlo a quien le pertenece.
La víctima y el salvador
La conciencia de víctima viene de la idea de sentirse impotente; de creer que el mundo, las personas y la sociedad pueden hacer con nosotros lo que quieren y que no tenemos otra elección más que aceptar todo lo que nos viene. Es sentir que algo ajeno a nosotros puede hacernos daño sin que nosotros lo podamos impedir.
Las víctimas buscan a alguien que les ayude, pero “los salvadores” a menudo no saben “salvarse” a sí mismos por lo que se ocupan de ayudar a otros, sin ser realmente conscientes de que lo que hacen, de una manera indirecta, es satisfacer sus propias necesidades. Ellos necesitan a las víctimas para poder cuidarlas. Un salvador cree que los demás son débiles, sin fuerza y que necesitan ser ayudados por otros.
Vamos a hacer un repaso para fijar conocimientos!!!
La transformación del consciente del salvador
La transformación de toda la desdicha del mundo empieza por dejar de negarla, verla, sentirla y saber que no estamos separados de ese dolor.
Muchas veces los salvadores no ven que ellos mismos están necesitados de ayuda. Están generalmente tan ocupados ayudando a otros que no ven su propio dolor. Cuando están a punto de sentir sus propios sentimientos, los ocultan haciéndose cargo de otros. Sería una buena idea que antes de ayudar a otros, los salvadores reconocieran que lo hacen para ellos mismos, aceptar que el dolor del otro es también su propio dolor. Centrarse, vaciar la cabeza de todas las ideas, conectar con ese punto de vacío y pedir ayuda al universo: “Universo, ayúdame a transformar esta situación.
Ayúdame a curarme a mí mismo para poder ser un canal de tu luz”. Al hacer esto no te enfocas exclusivamente en la otra persona sino que reconoces que tú también te sientes desamparado y que necesitas ayuda y dirección.
La transformación del consciente de la víctima
La gente deja de ser una víctima si no hay nadie dispuesto a ayudarles, o cuando echarle siempre la culpa a otros se hace tan doloroso que se deciden a cambiar.
Generalmente esto ocurre al mismo tiempo. Los otros empiezan a cansarse de tener siempre que ayudarle, justo en el mismo momento que tú te sientes harto de ser una víctima. Si tienes la sensación de que eres una víctima, el único remedio es ir inmediatamente al centro de tu ser y mirar. Pregúntate: “Universo, déjame ver lo que debo ver para poder curarme. Ayúdame a reconocer que tú eres mi fuente de fuerza”. Mantente abierta a las respuestas. La fuerza sanadora más importante para esta situación empieza a funcionar cuando las personas dejan de verse tanto a ellas mismas como a los otros como víctimas. Hasta acontecimientos que aparentan ser “casualidades”, son bienvenidos por estas personas para curarse de viejos patrones y convicciones.
EJERCICIO 1
· Haz una lista de todas las circunstancias en las que te sientes sin fuerza y en el papel de víctima.
· Empieza con la primera situación en tu lista, cierra los ojos y obsérvate en ella. Siente tu frustración, desamparo y desesperación. Tómate unos minutos.
· Imagínate ahora que estás furioso, verdaderamente furioso, porque tú mismo te has privado de la fuerza en tu vida. Deja que tu furia sea la que te ayude ahora a tomar la decisión de nunca más hacerte eso a ti mismo.
· Siéntete ahora poderoso, fuerte, creativo, brillante y lleno de espíritu. También te ves como alguien que tiene diferentes opciones. Cuando empiezas a ver y sentir todo esto, puedes pensar como te comportarías en las situaciones en las que hasta ahora te sentías tan débil. Acepta y da la bienvenida a todas las imágenes e ideas que te lleguen.
· Repite todos estos pasos con todas las situaciones de la lista.
EJERCICIO II
· Haz una lista de todas las situaciones en las que tú ayudas a otros.
· Cierra los ojos e imagínate a la persona o personas que tú ayudas, como muy fuertes.
Déjalas con sus propias fuerzas y con su propia conexión con el universo. Haz esto con todas las situaciones de la lista.
· Mira lo que tú necesitas en cada una de las situaciones, como debes cuidar de ti mismo, y que puedes hacer para sentirte pleno.
Hemos observado que cada miembro de la familia tiene derecho a su lugar y que también tiene igual derecho de participación. Y ahora bien, ¿quienes pertenecen al sistema familiar?